El trueno cae y se queda entre las hojas

lunes, 27 de diciembre de 2010

SEGUIMOS CON LOS DESCUBRIMIENTOS PARAGUAYOS: BELLA VICTORIA ACOSTA

Aprovechando los nuevos sistemas de comunicación informáticos, he tenido la suerte de entrar en contacto con algunos escritores paraguayos para mí desconocidos aún porque han publicado sus primeras obras desde 2008 hasta el presente. Es una suerte poder estar al día en las ediciones paraguayas y con los creadores recientes gracias a las posibilidades que nos brinda Internet. Si hace una década fue el correo electrónico y la apertura de páginas web y portales de trabajo lo que nos abrió este campo de conocimiento, ahora son las llamadas redes sociales quienes nos permiten el intercambio de información y el contacto vivo y permanente con las nuevas voces de la literatura paraguaya. Aquí tenemos un ejemplo del buen uso pedagógico y científico que nos pueden brindar esos instrumentos que son demoníacos para quien no sabe usarlos.
Una de ellas ha sido Bella Victoria Acosta. Algo llama la atención: no es una escritora de Asunción. Nació en la colonia Hoenau, en Encarnación, y vive en Ciudad del Este. Una grata noticia esta ampliación del espacio literario paraguayo. Ya no estamos aquí ante una autora capitalina, o como mucho de Villarrica o de Encarnación, donde destacó e impulsó la creación literaria la tristemente fallecida Lucía Scosceria, o casos aislados como Chiquita Barreto en Coronel Oviedo. Es muy importante para la literatura paraguaya el que no sea Asunción su casi único protagonista: hay que expandir la creación y la edición por todo el país, aunque es obvio que Asunción siempre centrará los esfuerzos por ser su capital administrativa y cultural.
Bella Victoria Acosta ha publicado dos novelas: El rescate de mi niña (2008) y El clamor de las doncellas (2009). No son obras donde se busquen alardes literarios, aunque se consigan: el objetivo de la autora es contar historias, tanto vividas como escuchadas, y con ellas darnos unas narraciones puras e interesantes que, a su vez, rindan homenaje a la vida femenina en la historia paraguaya. Acosta no presenta virtuosismos estilísticos o formales; se limita a contar, en una clara reivindicación de la narratividad pura, lineal aun siendo consciente de la necesidad de dar saltos en el tiempo por medio de elipsis, prolepsis y retrospecciones. Este manejo cronístico es uno de sus méritos, junto al universo temático desplegado. Novelas bien escritas, donde sorprende el diálogo entre lo coloquial y lo culto, muestran un afán por retornar a un concepto comprensivo del discurso dirigido hacia un público amplio ávido de experiencias literarias sencillas. Por estos motivos, en ocasiones se recurre a recursos retóricos propios de la mejor novela decimonónica, lo cual, en lugar de restar valor al texto, le permite conseguir los efectos deseados, sobre todo uno: la concienciación del lector sobre un problema de raíces históricas como es el del machismo antiético en la sociedad paraguaya.
La primera novela, El rescate de mi niña, se encuentra en la línea de otras creaciones paraguayas de rememoración de la infancia y del aprendizaje de una protagonista observadora permanente de las restricciones impuestas por la sociedad en que ha de madurar. En seguida nos viene a la mente La niña que perdí en el circo de Raquel Saguier cuando leemos la novela de Bella Victoria Acosta. Sin embargo, aun siendo de la misma línea argumental, hay diferencias notables en el discurso: el intimismo y la ironía de Raquel Saguier, en el caso de Acosta se convierten en representación de sucesos pura y de reivindicación de la narratividad.
El subtítulo nos indica la intención de la obra: “Cara a cara con las heridas infantiles”. El rescate de la niña se produce después del buceo en el pasado y el ajuste con determinados acontecimientos que han marcado a la narradora. Esa inocencia infantil está invadida por el pensamiento adulto.  La narradora se encuentra escribiendo una novela romántica sobre una mujer que había perdido el corazón y en cierta medida la razón. Una novela destinada a las mujeres que espera ser leída por los hombres. Y así, desde ese planteamiento metaliterario, conversa con Pilar, la verdadera protagonista, para seguir con su historia; la historia de su saga que comienza cuando Manuel llega al Paraguay en la primera década de 1900 desde Montevideo. Allí inicia una vida y va ensanchando su patrimonio, pero es un mujeriego empedernido que da un hijo a cada una de sus nuevas compañeras. Sin embargo, logra ganarse el corazón de Epifanía pero es con Magdalena con quien encuentra la felicidad.
Muy interesantes son los capítulos donde colisionan la historia familiar y la política del país. El padre de la protagonista pertenece al Partido Liberal y se convierte en una oveja negra para el régimen. Recibe la acusación de comunista, es apresado. Empieza la desdicha familiar, sobre todo de su esposa Edda. El perdón a Manuel está condicionado a su exilio, con lo cual ha de emprender una nueva vida. Al final, se produce el retorno pero ya nada va a ser igual: la vida familiar ha quedado marcada. Las heridas siguen vivas siempre.
El clamor de las doncellas es una obra inspirada en hechos reales: las sistemáticas violaciones de mujeres durante la revolución de 1947. Bajo una estructura testimonial, la protagonista Vidalina reivindica con hechos la necesidad de la libertad femenina. Dividida en tres partes, en la primera se pone en cuestión la costumbre de la imposición del matrimonio por parte paterna. Vidalina ha de seguir la obligatoria costumbre de acceder a una boda no deseada. Su amor hacia Tomás ha de pasar el olvido porque su padre le concierta el casamiento con el hijo de su patrón. De esa manera, garantizará la estabilidad familiar a costa del sacrificio de la hija: Abraham ha de sacrificar a su descendiente para complacer al señor. De ahí que la autora ponga en entredicho un sistema moral situado por encima de la libre elección de la mujer. Esta situación empuja a Vidalina a la huida al final de esta primera parte.
La segunda es la más interesante sin lugar a dudas. Nos sitúa en la revolución de 1947 y las vejaciones sufridas por las mujeres. Isabel y Lina son víctimas de un rapto por parte de unos revolucionarios. El machismo denunciado no es una descarga de acusaciones contra el hombre. Ante esta violencia retratada, la autora propone la prevalencia de la decisión por sí misma de la mujer. Y la tercera transcurre en la década de los setenta, donde Vidalina regresa a su tierra, contempla el paso del tiempo o la muerte de quien la rodea, y acaba viviendo en Argentina, lejos de la opresión sufrida.
En suma, tres situaciones de represiones hacia la mujer: la familiar con el matrimonio no deseado, la física y social con la sistemática violación, y la psicológica que provoca la escapatoria hacia otro mundo en el que renacer. La mujer sufre una violencia en todos los ámbitos porque desde su nacimiento ha de soportar un matrimonio no deseado cuando es apenas una adolescente, y la sociedad ve como normal las violaciones sufridas. Deja unas huellas para la eternidad. Sin embargo, la fortaleza psicológica de Vidalina le permite salir adelante y superar las pruebas de la adversidad.
Ambas novelas mantienen un mismo estilo. La autora mezcla el lenguaje coloquial, el estándar y el culto sin que uno sobresalga sobre otro. Aun así, El clamor de las doncellas es una novela mucho más completa por su carga, su estructura trimembre alrededor de un mismo tema y de una protagonista en permanente movimiento, y el desarrollo lineal del espacio y del tiempo, mucho mejor trazado que en la primera novela, llena de saltos y con un carácter retrospectivo donde la memoria ejerce su peso sobre el discurso. El clamor de las doncellas no es una novela histórica, aunque la intrahistoria tenga en ella su fundamento temático: es una obra de denuncia de la realidad histórica de la mujer en Paraguay. Va mucho más allá de los acontecimientos para convertirse en un retrato de una postración histórica a superar en el presente. De ahí la finalidad utilitaria de la obra, en defensa de una ética donde un género no domine al otro.
Bella Victoria Acosta es un nuevo valor descubierto. Posee su propio estilo, su definición literaria reivindicativa, sus peculiaridades y su voluntad de perseguir a la conciencia del lector. Se podría reprocharle que dé explicaciones solicitando benevolencia por haber creado una estructura con un número de personajes amplio en El clamor de las doncellas; no es necesario dar una justificación por haber dado un empaque más literario. Porque en esta acumulación de personajes e inquietudes es donde se encuentra su mejor prosa precisamente.
Estemos atentos a sus posteriores creaciones. Si mantiene su tono, e incluso lo mejora depurando algunos términos vulgares de su discurso culto, podríamos tener una de las voces más sugerentes de la novela paraguaya del siglo XXI. Porque su talento queda demostrado con El rescate de mi niña y El clamor de las doncellas.

José Vicente Peiró Barco

lunes, 20 de diciembre de 2010

PINOCHO EN INTERNET

Internet se ha convertido en una herramienta informativa poderosa e imprescindible para el amante del descubrimiento por sorpresa, sobre todo desde que se extendió el uso de buscadores como el potente Google. Tecleamos Star Wars en el recuadrito y nos sale un millón de enlaces con todo tipo de páginas, desde la oficial de las películas de la saga contándonos lo que ya sabemos, hasta la correspondiente a una versión pornográfica con la reina Padmé Amidala como contorsionada protagonista. Es excitante encontrar páginas webs con la suficiente información necesaria para preparar un trabajo en el cole o en la universidad y así aprobar con buena nota… porque el profesor conoce como mucho la entrada de la enciclopedia Encarta, pero a ver cómo va a encontrar una web que aparece en la página ciento treinta de una pantalla de Google donde me dirá que el valenciano ilustrado Juan Andrés nació en Planes (Alicante).
Internet es un instrumento de consulta que nos ayuda muchísimo en nuestras tareas. Incluso cuando no sabemos qué platos cocinar para una buena cena o para hallar nuestra media naranja perfecta. Es más fácil encontrar un dato en la red que en una enciclopedia, sin duda. Por eso lo usan los investigadores y estudiosos también, y desde el mundo universitario se están creando bases de datos y bibliotecas virtuales con manuscritos insólitos, fichas de obras teatrales de un autor, textos y cinematografías de países recónditos y exóticos perdidos en el limbo, ahora que según el Vaticano dejó de existir, y olvidados por nuestras instituciones culturales, dado que éstas se están dedicando a cuadrar cuentas para regocijo de los mercados, y antes se dedicaron al negocio de la construcción de edificios a mantener en el futuro con un presupuesto inexistente. Nadie que esté en su sano juicio debe demonizar el progreso democrático para el conocimiento que representa Internet, y la revolución que ha generado en nuestras costumbres.
Pero no se debe sacralizar estos espacios democráticos populares: vamos, convertirlos en dioses infalibles e incuestionables. En Internet cualquiera puede “colgar” lo que sea: ello convierte a la red en un vehículo expresivo popular, lo cual es positivo pero también negativo en ocasiones. Si en los romances orales de la Edad Media se exageraban las hazañas del Cid y de Carlomagno para resaltar su valor y su poder, hoy en día podemos contar lo que queramos en cualquier ventana abierta “internáutica” y más con la proliferación del blog, algo que no sabemos si leerá alguna persona más que el propio autor. Y no hablo del tío que exhibe a su esposa como Dios la trajo al mundo para ver si así se gana unos durillos extras, o el gracioso que introduce el vídeo de su perro meándose en el pantalón de un guardia. O fotografías cómicas de nuestros políticos y sus vergüenzas, o parodias de organismos serios, o ridiculizaciones de personajes públicos. También hay que loar el ingenio de algunas personas que deben tener mucho tiempo libre para confeccionar archivos extraordinarios. O esos mantras que hay que enviar a diez amigos para que nos toque la quiniela y cambie el signo de nuestra vida. Hablo de algo peor como es la glorificación y la folclorización de la mentira y del autoengaño, fenómenos donde Internet vence por goleada a los surrealistas telediarios gubernamentales y de lobbies mediáticos y a las salsas rosas y cotilleos interesados.
Te cuento como ejemplo un caso verdadero, amigo lector. Hace unos años, un profesor me trasladó un e-mail de otra docente ávida de saber en qué libro se había publicado un poema del autor chileno Pablo Neruda hallado en Internet, cuyos primeros versos dicen: “Muere lentamente quien no viaja, quien no lee, quien no oye música, quien no encuentra gracia en sí mismo. Muere lentamente quien destruye su amor propio, quien no se deja ayudar”. Emprendo la búsqueda porque no conocía el texto a pesar de haber leído toda la obra completa de este Premio Nobel de Literatura en 1971, haber dictado una conferencia sobre “Los versos del capitán”, el mejor libro de Neruda a mi juicio, y de haber participado en algún que otro congreso sobre su figura.
Anoté en Google los primeros versos y me aparecieron sesenta páginas con el poema íntegro firmado siempre por Pablo Neruda. En principio, la generalización de su autoría no debería despertar sospechas sobre su autenticidad. En este mundo donde vivimos la veracidad se gana por mayoría democrática, no porque el hecho analizado sea real, como bien saben los publicistas. A esta mayoría se le añade la ley de la repetición y la verdad queda certificada. Sin embargo, miro en los índices de títulos y de primeros versos de sus obras completas y no aparecen estos versos, ni siquiera expresados de forma semejante. Y además, un especialista en Literatura Hispanoamericana debe conocer el léxico empleado por un autor. Ante este poema atribuido al maestro chileno, uno descubre inmediatamente que el estilo empleado no de los más nerudiano que digamos: los versos están plagados de relativos, gerundios, frases sólo utilizadas en España (un chileno como Neruda nunca diría "los puntos sobre las íes") y una precisión de conceptos muy inocente, lo que no era precisamente nuestro autor. Hay un verso que despierta la desconfianza absoluta en la autoría nerudiana: “Muere lentamente quien hace de la televisión su gurú”. El poeta chileno no vio apenas la televisión a lo largo de su vida. Además, murió en 1973, con lo que se supone que el poema se escribió antes de ese año; y en aquellos tiempos la televisión en blanco y negro no había alcanzado la función manipuladora y de púlpito que posee en la actualidad, con lo que era casi imposible que Neruda la tildara como gurú. En el poema colgado en Internet aparece un verso con los términos “Ardiente paciencia”, el título verdadero de la novela de Antonio Skármeta en que se inspira la película “El cartero de Neruda", y es extraño que este novelista no incluyera este verso entre los leídos por el cartero Mario cuando es el título de la novela y cuando uno conoce el carácter de su prosa, tan aficionada a juegos con frases hechas. Demasiadas discrepancias con la trayectoria lírica del poeta chileno como para no sospechar acerca de la veracidad de su autoría.
Enlazando webmasters de páginas del poema unánimemente atribuido a Neruda, llegué hasta un vizcaíno de Portugalete llamado Alfredo Cuervo Barrero. Me puse en marcha buscando la fuente original y resultó ser que un individuo introdujo el poema en la red el 23 de julio de 2001 en la página www.deusto.com atribuyéndoselo a uno de los más grandiosos poetas de todos los tiempos. Alfredo Cuervo, el verdadero creador, era en ese momento un autor desconocido sin libros editados pero con una página web propia. De esa manera, el bromista que lo introdujo, sabedor de la carencia de protección sobre derechos de autor existente en la red, se debe haber reído de todos los inocentes creyentes en la autoría nerudiana durante todo este primer lustro del siglo XXI. No me queda más remedio que felicitarle por su juego y por su habilidad para engañar a media humanidad, incluido algún conocido hispanoamericanista que ha caído en su trampa, demostrando el estado de nuestras universidades y el “magnífico” presente de nuestra enseñanza. Los versos “de Neruda” son un fragmento de un poema titulado en realidad “Queda Prohibido”, inscrito en el registro de Propiedad Intelectual de Vizcaya a nombre de Alfredo Cuervo Barrero (Número de inscripción BI -13- 03). Afortunadamente, la Fundación Pablo Neruda ha ratificado recientemente que el poema no es del autor chileno gracias a nuestras investigaciones.
Pero resulta que esta Navidad del incierto 2010 recibo otra felicitación nerudiana. Los dos primeros versos del poema dicen: “Queda prohibido llorar sin aprender, / levantarte un día sin saber que hacer (sic), / tener miedo a tus recuerdos…”. Es obvio que no es la estética nerudiana, falta de ortografía al margen. Nada más hay que leerlo para adivinar sin consultar que es de la misma autoría que el “Muere lentamente”. Y así procedí a certificarlo.
No estamos a salvo de las trampas internáuticas. Podemos ganar miles de euros en el casino o bajarnos el vídeo de un cornudo despechado que, en venganza, ha filmado a su ex­-novia mientras se la pegaba con su mejor amigo con el envío de un SMS. Y lo que nos divierte saber que algún inocente se descarga Piratas del Caribe y el resultado es que ha bajado en realidad Piratas XXX, por obra de la broma de un desconocido que le ha cambiado el título pornográfico por el de la película protagonizada por Johnny Deep. Fíjate qué cara se le queda a uno cuando en lugar del gesticulante actor luchando con Orlando Bloom le salen unas bucaneras que se montan la gran bacanal como Afrodita y sus hetairas secuaces. ¡Mira, hijo, te he bajado una película de piratas que te gustará y es muy divertida, vamos a ponerla en el DVD!
Este es un ejemplo de los peligros de Internet. No es solamente el exceso de pornografía al alcance de los menores o el que los jóvenes se evadan de la realidad hasta confundirla con la virtualidad emanada del chateo o de la red social de moda. La policía puede intervenir una página delictiva con una orden judicial; y allá cada uno, que haga con su vida lo que quiera, pero prefiero el placer de la carne real a la que puede proyectarme la imaginación. Sin embargo, ¿quién puede eliminar las mentiras y trampas que circulan por la red de redes? Con el tiempo, un alumno escribirá la biografía de Neruda e incluirá estos poemas, y a lo mejor añade alguna ocurrencia de Pocoyo atribuyéndola a Cervantes. Puede ser que el maestro del cole le dé por bueno el trabajo, dada la competencia cultural existente y la legislación educativa vigente con su servidumbre a los mercados y no a la sabiduría y la ciencia, le ponga una matrícula de honor y el poema se incluya en las obras completas del autor. El problema de Internet es que lo hemos convertido en un notario que certifica la veracidad de un dato o de una circunstancia, cuando es precisamente un desastre cajón de sastre donde cualquier engañifa es posible y cualquier disparate es hecho científicamente demostrado por el mero hecho de estar en Internet.
Los fanatismos e idolatrías producen disparates como éste. Y a una sociedad tan inocente e inexperta culturalmente como la nuestra, tan aficionada a fiarse de los enormes estudios del tendero metido a filólogo y a historiador (su oficio es tan respetable como los otros dos pero cada uno ha de sentar cátedra sólo en la materia de la que entienden), no le beneficia precisamente el que no sea capaz de distinguir entre lo fiable, lo cuestionable y lo falso. De ahí que el engaño acabe convertido en autoengaño, y que la broma o la simple anécdota se conviertan en ciencia.
Pruebe difundiendo el rumor de la dimisión del presidente del gobierno de su país. Ya comprobará el resultado.
J. Vicente Peiró

jueves, 9 de diciembre de 2010

ANGELINA O EL HONOR DE UN BRIGADIER




            El viernes día 3 de diciembre estuve presenciando el montaje dramático de Angelina o el honor de un brigadier realizado por el prolífico director Juan Carlos Pérez de la Fuente, y el Centro Dramático Nacional. La obra de Enrique Jardiel Poncela merecía una revisión escénica adecuada y su rescate de ese cajón del olvido de los grandes autores españoles para el gran público actual. Jardiel había quedado como una curiosidad, una obra para estudios académicos, semienterrada por el tiempo y por las nuevas formas de humor más fundamentadas en la imagen que en la palabra. Afortunadamente, lo hemos redescubierto gracias a este magnífico montaje de Pérez de la Fuente, que seguramente aplaudiría el propio Jardiel Poncela. Teatres de la Generalitat se fija en los grandes rescates teatrales y nos trae a Valencia un montaje de obligada visión para todo amante de la escena, sobre todo la de los protagonistas del teatro de humor, precedentes del absurdo, entre los que se sitúa Jardiel.
            Jardiel Poncela (1901-1952) estrenó esta obra el 2 de marzo de 1934 y obtuvo un notable éxito de público, hasta el punto de convertirse en una de sus creaciones más valoradas y conocidas junto a Eloísa está debajo de un almendro. La acción transcurre en el Madrid de 1880 y se inscribe en la línea argumental clásica de amoríos forzados y mancillas al honor y a la moral, pero con una visión desmitificadora. Angelina es la hija de un brigadier, don Marcial, que se fuga con Germán, arquetipo del galán en decadencia, razón por la que el militar y su novio poeta humillado, Rodolfo, les persiguen. La situación dramática desemboca en un juego cómico, con un lenguaje ingenioso y purificante, donde se pone en entredicho el concepto del honor tradicional.
            El montaje de Pérez de la Fuente actualiza la obra hasta darle un nuevo sentido: es necesario renovar el teatro clásico adecuando el texto a los nuevos tiempos. Al humor satírico de Jardiel se le añade la disposición escénica provista de candilejas en primer plano, decorados integrados en la secuencia (llamativo es el muro móvil del cementerio), y elementos propios de la estética surrealista como el velocípedo gigante, la acción danzarina de los gatos (incorporación al libreto original) o la presentación de los personajes a linterna en mano, junto a la amplitud del espacio escénico hacia el resto de la sala. El ingenioso texto lleno de humor no pierde su fuerza por ello: queda intensificado por unos decorados, iluminaciones y traspuntes adecuados. Si las intenciones del director consistían en subrayar la exploración de todas las posibilidades de la obra, lo consigue. Valga como ejemplo la satirización del donjuanismo representada en los versos escritos en la tapicería del sofá y la imagen de la pareja del Tenorio en la silla donde Angelina y Germán se disponen a hacer revivir la famosa escena de la obra de Zorrilla, sin conseguirlo por los alardes textuales que lo frustran. El verso de Jardiel está acompañado por una interpretación perfecta, donde destaca Chete Lera en el papel del brigadier y Jacobo Dicenta como Germán, sin olvidar unos secundarios magníficos.
            El montaje cumple sobradamente. Dentro de la frialdad del humor de Jardiel Poncela, necesario para la desmitificación del concepto del honor, encontraremos secuencias memorables como la del duelo en el cementerio donde el director acentúa la ruptura del espacio escénico para reproducir el color del absurdo humorístico. Es así porque Pérez de la Fuente ha sabido leer y traducir la obra para mostrar la imagen de una España donde chocan lo tradicional y lo moderno. Pero, en el fondo, este montaje reivindica la necesidad del ingenio en el texto teatral, ejemplificado por un autor olvidado a pesar del éxito de sus montajes  como es Jardiel.
            Triste es otra cuestión: la cantidad de público asistente. Mientras las simpatías de los espectadores llenan otro “teatre de la Generalitat”, al Principal de Valencia no asistimos ni doscientas personas. Habrá que estudiar que hoy en día ni la calidad de un montaje, ni su acertada promoción, ni el aval del éxito de las representaciones en otras ciudades, ni el autor tienen importancia: quizás sea el morbo de la polémica o las cuestiones referentes a la imagen pública de los participantes lo único que importa. Nos alegramos muchísimo de todos los éxitos teatrales de nuestros paisanos, pero no deberíamos descuidar a las grandes compañías españolas, como es el Centro Dramático Nacional, para evitar caer en reduccionismos o provincianismos. Si queremos que el teatro siga siendo un lenguaje universal.

J. Vicente Peiró

miércoles, 8 de diciembre de 2010

JUVENTUD, DIVINO TESORO: TIERRA MENGUANTE DE VERÓNICA ROJAS SCHEFFER.

Cuando tenía treinta y cinco años, recuerdo que en Paraguay apenas había escritores de mi edad, y estamos hablando de mediados de los años noventa, hace catorce años. Andrés Colman Gutiérrez, Mabel Pedrozo, Milia Gayoso, el más joven Gallarini Sienra y pocos más. Con el progreso del correo electrónico -¡albricias!- poco después empezaron a escribirme autores más jóvenes que empezaban a componer sus primeros relatos y poemas. Sin embargo, algo me llamó la atención: el Club Centenario, ese espacio que tanto ha prestado sus instalaciones para el progreso de la literatura, convocaba un concurso para autores novelas. Ganaba un autor más mayor, pero era joven al fin y al cabo, el tristemente fallecido el 28 de noviembre, Hermes Giménez Espinosa, con una buena novela, El amor que te tengo. Pero era llamativo que un círculo tildado de elitista fuera capaz de llamar a crear literatura a los jóvenes paraguayos con un concurso de cuentos y de novela.
Hoy en día es envidiable el panorama joven de la literatura paraguaya. Proliferan los autores de tal forma que es fácil perder de vista sus novedades y su participación activa en libros colectivos si uno se despista unas semanas. José Pérez Reyes, Juan Ramírez Biedermann, Nelson Aguilera y otros escritores de mi generación y de la siguiente se ven superados en número por los nuevos valores nacidos a partir de 1977.
De entre los que voy conociendo, y a la espera de recibir la novela premio Roa Bastos de Mónica Bustos de la que tan bien me han hablado, me ha llamado la atención la cuentística de Verónica Rojas Scheffer, a quien leí por primera vez en la antología Galería de Ángeles y Demonios, reunión de cinco relatos de otros tantos autores del taller de cuentos dirigido por la excelente escritora y amiga Renée Ferrer, donde también figuraba un prometedor autor, Rubén Acosta Gallagher.  También hallamos a esta joven omnipresente en varios volúmenes de “cosechas”, aquellas magníficas antologías surgidas desde el taller del Centro Cultural de España “Juan de Salazar”. Ya nos sorprendió entonces su talento y su olfato para crear tensiones con argumentos apenas perceptibles, sostenidos por un tenue hilo.
Escritora premiada en varios concursos para narradores jóvenes, ve publicada ahora su primer libro propio: Tierra menguante. En él se reúnen estos relatos premiados (“La mosca”, “Bala bendida” y “El círculo”) junto a una mayoría de inéditos. El libro posee una unidad estructurada alrededor de diversos temas recurrentes: la vida y la muerte, el paso del tiempo, la insignificancia del hombre cuya existencia humana es semejante a la de un insecto, el silencio, el individualismo convertido en soledad. Estamos ante una breve crónica de nuestro mundo actual sin paliativos, pero focalizado desde la perspectiva de un personaje atraído por la extrañeza de alguna circunstancia.
Es muy satisfactoria la elaboración misteriosa de los personajes. Sin descripciones físicas, salvo las imprescindibles, la autora penetra en las sensaciones que el entorno o los deseos producen en ellos. Casi siempre la vida está regida por el deseo, las ilusiones y las transformaciones. Sin embargo, ¿se consiguen? A veces podría ser, como en “Teorema de Alberto”, un cuento de los mejores que he leído últimamente donde el protagonista elabora una teoría cuya formulación consiste en que la muerte puede ser evitada, de la misma manera que la oruga de un insecto al final llega a ser mariposa y a su muerte, vuelve a dar orugas a su destino. Juliana es la legataria de sus notas finales y del desenlace, que omito relatar para bien del lector.
Cortázar pasea por estas páginas. Ese ambiente espectral en la vida cotidiana, donde un estado se ve interrumpido por un suceso (real o no) es lo que se cimenta estos relatos. Enigmáticas secuencias como “El pasillo”, con esas sensaciones que trasmite la protagonista y sus emociones. Hay una evolución de los personajes, en ocasiones degradándose hasta su destrucción. O la demolición de lo querido, como en el caso de “Ladridos”, cuento con un final dramático donde volvemos a encontrar a un insecto, la luciérnaga, como símbolo de la vida terrenal y del despertar de los sentimientos, y de “Bala quemada”, que también trata el tema de la venganza.
Pero el miedo es un tema que vuela sobre la mayor parte de los cuentos. “El tiempo se dobla”, primer cuento del libro, ofrece el terror al cumplimiento del destino. La tarotista muestra su incredulidad y queda absorta ante el cumplimiento de una fatídica predicción. Esos zapatos vacíos del principio y final del cuento son indicios de misterio, del miedo a la vacuidad y de la muerte en sí. En el citado “El pasillo” el misterio está determinado por el suspense visto desde el ojo de la cerradura hasta su interior. O “El círculo”, con diálogos narrativizados en discurso; con ese aliento del profesor que no está en la lista de invitados a un seminario que es testigo del misterio observado por la ventana de su habitación del hotel. Y “La mosca”, un relato perfecto, breve pero intenso, con un discurso moroso, pausado y detallista. Otros como “Mediodía de domingo” muestran la soledad del político arribista, sobre todo cómo acaba siendo víctima de su propia actuación.
Imágenes simbólicas, como los insectos, los instrumentos musicales o los tallarines verdes, la comida en general, pueblan estos cuentos de personas víctimas del azar o de ellos mismos. Así, la prosa adquiere una brillantes por la conjunción entre lirismo y narratividad en de “El espejo y Alejandra”, donde se alterna los discursos de la protagonista y del narrador, para así focalizar lo externo y lo interno de la forma más completa posible. En ocasiones se trata de presentimientos e imágenes sorpresivas, como en el desenlace de “Los dedos”.
Un libro que merece la pena. Para un lector exigente, el lector “macho” cortazariano, al que es más preciso denominar “lector activo”. Cuentos inteligentes para inteligentes, bien construidos, sin que la narración dependa de la creación de ítems clarificadores del desenlace. Relatos con una estructura firme ambientada por la morosidad del detallismo, y de una prosa bien conjugada con un estilo sostenido por el poder de la precisión semántica.
Habrá que estar atentos a Verónica Rojas Scheffer porque nos puede brindar grandes obras en el futuro. Un futuro alentador que le espera al cuento paraguayo si sigue fomentando estos valores jóvenes en cuyas obras se aprecia conocimiento, inteligencia, riesgo sostenido y valor literario.

jueves, 2 de diciembre de 2010

Las Bisagras del Bosque

MANUEL LLEÓ VALOR – PEDRO SEMPERE. Ediciones del Primor (Colección “La Séptima Palabra”), 140 páginas.

            La literatura no siempre tiene que ser un mal necesario; un elemento social de prestigio frente a la vulgaridad imperante, tolerado y auspiciado por el poder con el fin de controlar su influencia y el flujo de sus ideas. En ocasiones puede ser un simple juego. Pero un afán lúdico complejo, que no significa oscuro, como los crucigramas gigantes y aquellos dameros hoy reemplazados por los sudokus, porque para eso estamos en una sociedad de números y economía y no de humanidades. Petronio se equivocó cuando dijo que “la rareza fija el precio de las cosas” porque realmente lo sorprendente suele ser gratuito mientras que la vulgaridad o lo esnob se paga a precios de oro en nuestro mundo actual.
            Pues aquí tenemos un libro que debería pagarse caro por su rareza. Se trata de una obra escrita a dos manos (eso de “a cuatro manos” me resulta curioso, porque quizá los autores pueden no ser ambidiestros y no saber escribir alternativamente con la derecha y la izquierda): Las bisagras del bosque. Sus autores, valencianos: Manuel Lléo Valor y Pedro Sempere. Este último de suficiente prestigio en nuestro ámbito cultural, y el primero, uno de esos valencianos que conquistan Madrid sin que su tierra lo aprecie, como suele ser habitual.
            Un libro de dos autores siempre puede generar desconfianza. Muchas veces han sido obras de un autor apadrinado por otro que presta su nombre para darle un empujón comercial. ¿Escribirá uno y le corregirá el texto el otro? ¿Anotará cada uno una línea? ¿De quién habrá más prosa? ¿Qué estilo predominará? Muchas preguntas a contestar. Particularmente, un libro unitario de doble autoría no me genera confianza a priori, salvo que sea de cuentos, con lo cual es un tomo con textos independientes de cada creador, o una obra con una composición bien pensada y en alternancia.
            Las bisagras del bosque es un libro donde alternan los discursos de los dos autores, como si fuera un libro de microrrelatos, manteniendo una unidad estructural y literaria. Si partimos de su concepción, comprenderemos mejor la confianza ofrecida. La obra fue concebida como un “cadáver exquisito”; a la mejor manera práctica de los autores surrealistas, pero con una instrumentación actual: con una composición surgida por medio del intercambio mutuo de correos electrónicos. A un escrito inicial (y ahí está el misterio: ¿quién empezó?), el segundo autor recibió el texto con una palabra subrayada al azar. El receptor escribía un nuevo texto, y así sucesivamente, entre palabras subrayadas y textos compuestos siguiendo el término seleccionado, nació el libro. Un texto creado con una palabra subrayada que obligaba a la segunda mano a redactar uno nuevo y así sucesivamente hasta culminar una obra de ciento treinta y dos composiciones.
            El índice alfabético posterior a los textos reúne las palabras clave de este “cadáver exquisito” lleno de poesía. Conceptos naturales como el aire, la noche, el cielo, las luciérnagas, o la playa, bailan con otros abstractos como el azar, el delirio, la culpa o la metáfora. Las etapas de la vida, los sonidos, el pensamiento, términos de la vida cotidiana o de la sociedad contemporánea (residuos o polución), adquieren una dimensión conceptual si no nueva, sí reflexiva por el influjo lírico. Está presente el espíritu de la metáfora ramoniana, con el humor sustituido por el ingenio sorpresivo. Pero siempre hay un matiz aforístico en estas reflexiones: “la humildad no es una virtud, es un arma de dominación masiva ideada por la religión” (p. 74). No hay pretensión de establecer verdades absolutas; solamente jugar con los conceptos hasta inducir al lector a la reflexión activa.
            Es por ello un libro para lectores inteligentes. No es preciso ser un lector activo, pero sí tener la sutileza de la captación analítica, y en ocasiones instintiva. Cuando se lee “la memoria auditiva también establece sus jerarquías” (“Luciérnaga”, p. 42), el autor (¿Valor o Sempere?, vaya aquí el reto) establece un inicio cadencioso de rico lenguaje analítico. No obstante, la inventiva va más allá del uso metafórico y aforístico y reproduce incluso versos del acervo culto como popular (“un rayo misterioso que anidará en tu pelo”, estrofa del célebre bolero de Carlos Gardel). El lugar común se mezcla entre la originalidad proporcionando una placidez a la lectura insólita.
            ¿El género del libro? Complicado. En principio, es un ensayo en su sentido literal. Contiene fundamentalmente reflexiones y percepciones subjetivas. La mayor parte de los texto son prosas, pero en ocasiones la disposición se aproxima al verso. Es el caso de “Alma”, un texto muy lírico sobre su carácter enigmático. ¿Existirá? ¿Sí o no? Es lo que nos pretende mostrar la subjetividad del hablante lírico: curiosa manera de lograr la reflexión por medio de un discurso de impregnación poética y aforística. Al principio se habla de diario. Diario a dos voces, sin el corsé de la fecha: dietario más bien, dietario de la palabra y su gesto cautivador.
            Pero el libro perdería su belleza interna sin la presencia de una tipografía excelente y unas ilustraciones de Sergio Gay que no sólo acompañan al texto literario, sino que en ocasiones lo explican y acentúan el discurso. Aquí se establece un diálogo del discurso con la textualidad gráfica y tipográfica. Ese negro de fondo de la entrada “Suicidas” (p. 48), es un gran acompañante. Pero en la página contigua se habla de “Muerte” con un fondo negro y un rectángulo vertical blanco en cuyo interior se encuentra el texto. Pero ese rectángulo es un sarcófago en cuyo interior yacen cadavéricas palabras de planteamiento acerca de la inutilidad de escribir sobre la muerte desde la vida pero dibujan el interrogante sobre el alma. Una soberbia ilustración da fondo a “Miedo, párrafo que se inicia con inteligentes palabras: “Sé que sólo debo tener miedo al propio miedo” (p. 27). O ese Sísifo que empuja “Piedras”, con ese recuerdo al poemario Las Piedras de Félix Grande, premio Adonais en 1963, que sin duda impactó en el autor del texto. Como se observa, no es una ilustración decorativa: se integra en el texto y le proporciona mayor lucidez estética y conceptual.
            Las bisagras del bosque se agradece en el panorama literario actual por ser una prosa atractiva, desprovista de alharacas y alejada de la comercialidad, con ansias de darle virtuosismo a esa palabra tan degradada en la sociedad actual y tan depauperada socialmente por el poder de la imagen. Un “cadáver exquisito” que resucita al lector anhelante de discursos provistos de fortaleza y de sentido. Al fin y al cabo, la literatura es un arte de la palabra, y cuanto más se domine el flujo de las frases, mayor será la calidad de un texto bien estructurado y original como éste.
Manuel Lleó, “publicista heterodoxo que pinta, graba y escribe”, como indica la solapa, y Pedro Sempere, autor con un currículum literario excelente marcado por su premio La Sonrisa Vertical o los Valencia y Gabriel Miró, pero también por su afición cinematográfica ampliamente demostrada en sus colaboraciones en revistas como Cartelera Turia, y su indagación en las utopías y tecnologías de la era digital en McLuhan en la era de Google (2007), además de sus ensayos de tema futbolístico (Cien años de soledad granota y No le digas a mi madre que soy granota), han credo una obra singular. No entrará dentro del ámbito comercial, pero sí que deleitará a aquellos valientes que aún creen en las virtudes de la palabra.
Sobre Las bisagras del bosque, recogiendo aquella expresión empleada en la cartelera donde colaboró Sempere (“A ver”) y adaptándola a la literatura, tenemos que expresar: “A leer”.

J. Vicente Peiró

lunes, 29 de noviembre de 2010

Sin fines de lucro

Me encantan noviembre, diciembre y enero. Permiten disfrutar de fines de semana largos, eternos, para refugiarse en la lectura. No hay ninguna época del año más productiva para la reflexión que estos meses fríos en los que podemos huir de las masificaciones navideñas frente al calor del hogar con un buen libro en la mano.
Mientras los políticos celebran sus "fiestas de la democracia" y los ricachones le demuestran a un gobierno errático que la guerra la ganó el capitalismo, aunque sea funeral, como expresó Vicente Verdú, uno se esconde en las letras para entender la realidad, ya desde la ficción, ya desde el ensayo. E intenta captar las razones del ambiente de hastío que observa en sus conciudadanos. No estamos ante un momento de desencanto: estamos ante una depresión generalizada porque durante años valía todo tuviera el precio que tuviera; había que despilfarrar por decreto y parecía  que esta locura consumista iba a durar hasta la eternidad. Ser hormiga estaba -y está- mal visto y castigado: hay que ser cigarra porque así toca. Y si no lo eres, estás fuera de juego porque a los mercados sólo les interesa que compres, no que pienses en ahorrar para tener un mañana mejor tú o tus descendientes. Ahora ocurre lo contrario: si has sido hormiga corres el peligro, como los argentinos, de que un día te quedes sin tus ahorros del banco porque ellos han jugado con tus depósitos a empobrecer a la gente.
La crisis no empezó en 2008 cuando los bancos yanquis dijeron que no podían devolver el dinero de las hipotecas "subprime". Empezó cuando la política se convirtió en esclava de la economía. Yo creo que habría que eliminar todos los ministerios de un país salvo el de Finanzas y el de Seguridad. Hay que ver desde entonces cuánto inglés hemos aprendido. ¡Y cuánta ciencia económica! Casi nos podríamos doctorar en Harvard sin haber estudiado la licenciatura de Económicas, sólo con la lectura de los periódicos. Yo diría que incluso hasta sabemos más de macroeconomía que de fútbol, y de microeconomía no hace falta dado que ya tenemos bastante con ajustar nuestros ingresos para llegar a fin de mes. Estamos invadidos de términos monetaristas, la mayor parte en inglés, de predicciones de economistas sabios que acaban por no cumplirse porque en el último momento un especulador hizo tambalear la bolsa o las exportaciones disminuyeron inesperadamente. Recuerdo junio de 2008: el barril de petróleo estaba por las nubes y se preveía que a final de año superaría ampliamente los doscientos veinte dólares. Pues resulta que a final de año bajó a setenta. Gran predicción de los sabios a los que seguramente nombrarán doctores honoris causa. Es el peligro que tiene el haber convertido una ciencia en una religión: el sacerdote suele equivocarse.
Y como los sacerdotes, históricamente, han servido para gestionar el miedo al futuro de la población, a los castigos divinos, me rebelo negándome a entender lo que vaticinen. Ya sabemos que no hay nada mejor para el poder como el tener a la gente aterrorizada (y si no que le pregunten al neoterrorismo). Una vez me dijo una persona de ese inframundo económico dominante: "la crisis tiene razones que no entenderías". Bueno, pues como no me las explican más que de forma superficial y frívola, no quiero saber nada. El día menos pensado, saco mis ahorrillos del banco y me los gasto para vivir igual que el resto de la humanidad: endeudada y sólo en el presente, ya que pensar en el mañana está mal visto por los economistas y los ministros.
Bueno, pero a lo que íbamos. He leído un texto de apenas doscientas páginas (dos tardes de lectura) titulado Sin fines de lucro de la profesora de Chicago, Martha G. Nussbaum. Ella pertenece al mundo del Derecho, al respetable mundo de las leyes. No de ese de los abogados que sirven para eximir de responsabilidades a los altos delincuentes con dólares, sino del que piensa y dedica sus esfuerzos a analizar la sociedad. Y Sin fines de lucro me parece un libro muy recomendable por su reivindicación de un concepto: el bildung (ya que hay que hablar en inglés para definir conceptos, hagámoslo así para denominar a la "formación cultural").
La profesora Nussbaum nos advierte de que la crisis de las ideas democráticas no es nueva. Estoy totalmente de acuerdo con esta percepción. Ha existido desde hace décadas. El poder del dinero ha estado por encima de los actos beneficiosos para la población o el bienestar exigido por ella. Ante esto, hay que invertir en educación, pero en educación real y no sólo profesional. Desde hace bastantes años asistimos a su deterioro de tal forma que la crisis actual tiene sus raíces en ello. Se fomenta la rentabilidad a corto plazo, lo cual redunda en el cultivo prestigioso de aquellas capacidades utilitaristas productoras de beneficios inmediatos. No se atiende a políticas reivindicativas de una valoración positiva de las actividades humanísticas: las facultades de Filología se han convertido en institutos de idiomas y las de Geografía e Historia en institutos de gestión de patrimonio y turismo cultural. La Filosofía se ha difuminado en ejercicios de autoayuda y consejos gnómicos para el bienestar. La Pedagogía pasa a ser una ciencia para aplicaciones curriculares complejas, no la investigación de la evolución de la docencia. Incluso las tesis doctorales realizadas durante más de cuatro años parecen ridículas: hay que acabarlas cuanto antes, con el descrédito para esa investigación duradera porque así lo exige su planteamiento. Rápido, rápido, que si no perdemos la oportunidad de ganar más dinero y mejorar profesionalmente.
¿Dónde ha quedado el pensamiento no utilitarista? En la nada. Cualquier actividad que se haga por amor y sin ánimo de lucro, ya está infravalorada de por sí; no vale nada porque no tiene estipendio, aunque si se le pusieran cifras, seguramente, aunque sólo fuera por tiempo dedicado, haría multimillonario a su ejecutor. Un fontanero cobra por sus servicios; un asesoramiento cultural es gratuito, porque la sociedad no provee de utilidad inmediata a su parcela, lo cual es discutible cuando observa la utilidad de los programas de televisión o el deporte. La creatividad no se valora en términos absolutos, con lo cual vamos encaminados hacia un concepto de la ciudadanía desprovista de capacidad crítica por culpa de la relativización de la cultura humanística hasta hacerla gratuita. Sin embargo, el texto de la profesora Nussbaum es, como ella reconoce, "un manifiesto más que un estudio empírico". Por ello, nos hacen falta estudios científicos sobre el tema. ¿Para qué sirve tanta inversión en educación si realmente un alumno no muestra a lo largo de toda su vida interés por la sabiduría o los razonamientos reflexivos?
Las sociedades de masas desprecian la cultura real, no la de escaparate, y el sistema capitalista, el único que por desgracia tenemos desde prácticamente el nacimiento el trueque; no valora la enseñanza más que como instrumento válido para el mercado laboral. El pueblo ya ni crea folclore: se lo dan. ¿Para qué sirve el latín?, aunque luego se censure al periodista por el mal uso del lenguaje. El alejamiento de estas masas de los sentimientos democráticos, manifestado en su desconfianza hacia los poderes públicos, hacia las administraciones reguladoras de su convivencia, y en la alienación permanente provocada por el triunfo de la imagen superficial, es sólo un síntoma de la muerte de la democracia y la supeditación de las constituciones nacionales al mercado. Ya no quedan utopías igualitaristas, quizá sólo la de los nacionalismos independentistas que fracasan cuando han de ejercer tareas de gobierno, como ha ocurrido en Cataluña en los últimos años. Ha muerto el buen gusto por la sabiduría. No es rentable a corto plazo. Sin embargo, la experiencia, y esto lo dice la profesora Nussbaum, nos demuestra que las sociedades más cultas son las más democráticas. Por ello, diríamos que las Humanidades son la verdadera resistencia individual frente a la arbitrariedad del universo económico imperante, casi siempre en manos de pícaros y no de sabios.
Un libro muy recomendable. Un libro para pensar. Por ello, nos olvidaremos pronto de él porque la reflexión se ha devaluado en libros de autoayuda. Sin fines de lucro aboga por el placer de las actividades humanisticas sin rendimiento económico y eso no tiene salida en los parámetros por los que caminamos. No veo a esta sociedad capacitada para plantarle cara a los envites económicos de nuestro tiempo, y ávida de valorar aquellas actividades alejadas del rendimiento material.
Salvo que en un momento dado, el poder político las considere nitrato para su subsistencia. Pero dada la mediocridad de las personas que lo ostentan, dudo que entiendan la necesidad de valorar también una perspectiva antiutilitarista necesaria para salir de la avaricia economicista. No están preparados para ello porque han enfocado su inteligencia para hablar con cifras financieras y no con ideas democráticas.
Al fin y al cabo, ¿quién desea una sociedad Sin fines de lucro?

martes, 23 de noviembre de 2010

EL PULSO DEL VERSO PARAGUAYO: TREN ROJO

A mis manos ha llegado un paquete de todos los números de una revista publicados hasta la fecha: Tren Rojo. Cinco en total, tres editados en 2009 y dos en 2010. Veo que su director es mi buen amigo Ricardo de la Vega, uno de esos tantos poetas paraguayos merecedores de una buena lectura y un gran reconocimiento y que, ahora, junto a otras personas emprendedoras a las que animo ha iniciado una vía promotora. Toco sus portadas acartonadas, con esos trenes rojos de diferentes modelos, ilustradores de una concepción de la poesía como entidad en movimiento continuo hacia un destino lejano y posiblemente desconocido; como proyección hacia el futuro. Con un papel muy aceptable y de agradable de lectura, y un formato muy cómodo, como debe poseer una revista que aspira a ser leída.
            Tren rojo incluye críticas y poemas. Lo que debe poseer una revista: creaciones y comentarios esclarecedores sobre el universo poético. Comentarios y poetas paraguayos, sí, pero mi sorpresa es mayúscula cuando veo que en el sumario del primer número aparece encabezado con un artículo de Walt Whitman de Catalo Bogado Bordón. Esto me retrotrae a viejos números de revistas capaces de salirse del marco paraguayo para dar a conocer la poesía universal a los lectores del país, divulgación realmente necesaria. Viejos números como los de Alcor, aquella magnífica revista dirigida por Julio César Troche y Rubén Bareiro Saguier que llevó al plano universal el ambiente literario paraguayo. Pues veo que por ese espíritu universal camina el Tren Rojo.
            A lo largo de los cinco números encontramos la poesía paraguaya más viva de este final de la primera década del siglo XXI.  Amplios homenajes a grandes autores como Esteban Cabañas,  Rubén Bareiro Saguier, Luis María Martínez, Joaquín Morales y Jacobo Rauskin, donde se incluye una pequeña muestra representativa de su quehacer lírico junto a una introducción crítica (Monserrat Álvarez, Ricardo de la Vega y Mario Sampaolesi), lo cual hemos de agradecer porque Paraguay necesita reconocer a su crítica como el germen de un futuro salto cualitativo de la creación. Es satisfactorio el rescate de autores fallecidos como Vicente Lamas, Carmen Soler, Heriberto Fernández, Arístides Díaz Peña o Natalicio Talavera , pero también vivos como Carlos Villagra Marsal, María Eugenia Garay, Aurelio González Canale, Miguel Ángel Andrade, el propio director Ricardo de la Vega, Heddy Benítez, Eulo García, Félix de Guarania, Santiago Dimas Aranda, o Jorge Campero, entre otros.  Incluso se incluye poesía de países vecinos, como la del boliviano Ángel Zuaznabar o el venezolano Alejandro Hernández. Ello supone que Tren Rojo sea un compendio representativo de las problemáticas y figuraciones de la poesía paraguaya actual, y un referente para los amantes de la lírica y los investigadores. Con afán de universalidad y expansión hacia las líneas de desconcierto humano en esta sociedad y de interioridad predominantes, sin abandonar las problemáticas sociales o los discursos abiertos a la subjetividad.
            En el apartado crítico, se publica en el número 2 un artículo de Jorge Kanese dedicado a Augusto Roa Bastos. El valor del trabajo es inmenso porque une a él la imagen mecanografiada original de una carta original de Roa al autor, así como el texto íntegro de la presentación del poemario Paloma blanca, paloma negra, cuya lectura fue impedida por prohibición expresa de la dictadura de Stroessner cuyo desenlace fue el envío de Roa Bastos a zona de nadie entre Argentina y Asunción, y su exilio político definitivo. Es muy grato recordar un pasado a enterrar. Kanese ejerce como crítico en otras ocasiones, casi siempre rememorando episodios o vidas de autores fallecidos, como Rodrigo Díaz-Pérez.
            De interés son los estudios publicados, como el de María Eugenia Garay sobre la poesía de Hugo Rodríguez Alcalá, el de Miguel Ángel Fernández sobre los huecos historiográficos, de Catalo Bogado sobre Ortiz Guerrero y Natalicio de María Talavera, Luis María Martínez sobre Arístides Díaz Peña, un estupendo repaso al erotismo en la poesía femenina paraguaya de Augusto Casola, donde afina con gran precisión las voces que abordan con valentía el tema, sobre José Antonio Bilbao por Heddy Benítez, y un avance del próximo libro de Tory Lubeca, La fábula mediática y sus enseñanzas, ilustrativo de la línea amplia de la revista, abierta a otros géneros. La crítica incluida es divulgativa: ilustra acerca de un autor, reúne materiales para clasificarlos y analizarlos con criterios estéticos actualizados, y se abre a posibles interpretaciones del lector. Un gran avance para solventar una asignatura pendiente como es la reseña.
            Pero una revista es una muestra de su tiempo. De la crítica y de la creación. De nada nos serviría Tren Rojo si no fuera capaz de enseñarnos los caminos adonde se dirige la poesía paraguaya. Difícil ruta emprendida, no exenta del gran obstáculo: el maltrato que la sociedad actual otorga a la poesía, por la desvalorización de la palabra frente a la imagen. Esta revista nos congracia con el verso y nos enseña que la buena poesía siempre vivirá, además de que Paraguay posee unos autores clásicos ya, vivos o fallecidos, pero despiertos y a disposición de la avidez de los lectores. Sólo un reproche cariñoso, pero esto excede el objetivo de la revista y es un problema general de la crítica paraguaya: el mantenimiento de la inclusión de los autores en generaciones. Es un método exhausto y que no concreta la pertenencia y pertinencia de un autor a una corriente con características concretas. Ahí está el profesor español José Carlos Mainer proponiendo en su reciente historia literaria española, un replanteamiento de conceptos como el de Generación del 27 para darles un enfoque más acorde a las condiciones estéticas de los autores y no a cuestiones grupales, en ocasiones tribales, no ajustadas a los conjuntos de las producciones literarias de los autores encajadas en estos conceptos. Pero ayudaremos a superar el método orteguiano, porque un  lector extranjero no entiende qué significa “Generación del 70” en su medida adecuada.
            Las revistas sirven para medir el termómetro literario de un espacio concreto, sea nacional, regional o internacional. De hecho, Paraguay ha tenido sus mejores momentos cuando más revistas se han publicado. Sus primeras manifestaciones aparecieron en una publicación periódica, La Aurora, allá por 1860. Posiblemente sin Crónica y Juventud el Modernismo no hubiera alcanzado tanta riqueza creativa. Sin Alcor el arte de las letras no habría avanzado y permanecería anquilosado en el tiempo, además de no haberse abierto a corrientes internacionales. Sin Cabichu’í 2 no tendríamos fuentes de primera mano para adivinar su progreso durante los primeros momentos de la transición democrática. Y las actuales Takuapú y Arte y Cultura nos muestran los rumbos del presente. Sin olvidar los suplementos periodísticos, fundamentales para analizar la actualidad y la recuperación del pasado.
            Tren Rojo es un gran proyecto y es muy satisfactorio que el Fondec, ese organismo necesario y loable encargado de aupar la cultura paraguaya y extenderla hasta donde pueda llegar, apueste también por la revista poética. Porque donde hay poesía, hay vida. La revista, al fin y al cabo, es una antología del presente, pero de un presente latente, despierto y con ánimo de avance.
            Largo trayecto para este Tren Rojo al que deseamos su evolución hacia una conversión en ferrocarril de alta velocidad. Al tiempo.

lunes, 22 de noviembre de 2010

En recuerdo de la "movida valenciana".

            Hace treinta años, Valencia se movía. Frente al letargo, el conformismo, el inmovilismo y el cursilismo imperante en la ciudad actual, en aquella época se recuperaba aquel espíritu de los años veinte y principio de los treinta donde existía el ánimo de crear arte y cultura por el simple hecho de crear. Éramos conscientes de la necesidad de avanzar, de progresar, incluso al margen de las opciones políticas personales. Cansados de una transición que empezaba a decepcionarnos, la música, la literatura, el arte, y el ocio nos proporcionaban el oxígeno necesario para existir y reivindicar que la libertad era algo más que una reivindicación política: podía ser una forma de vida. Teníamos que romper con el pasado pero sin negarlo y sin abandonarlo porque nosotros nacimos en él. Buscábamos la praxis como costumbre.
            Era la Valencia donde unos libraban una batalla por símbolos e identidades, en la cual nosotros no participábamos por su carácter absurdo y manipulador de conciencias. Nosotros preferíamos reírnos de todo, divertirnos pero creando cultura, mientras otros optaban por convertir la cultura en un fin para una causa política, económica o de promoción personal. Nosotros no: así nos ha ido.
            Me voy a centrar en la música porque es el exponente más visible de la cultura popular de una sociedad. A finales de los setenta los apéndices de la “Nova Cancó” sonaban a naftalina. Los jóvenes nacidos a partir de los sesenta preferíamos transformar la cultura por medio del rock. Nacieron Zarpa, Doble Zero, La Morgue y otros grupos apostando por una diversidad de estilos insólita a la fecha. Algunos conciertos con asistencia juvenil mayoritaria ya no eran de “Els Pavesos” o de “Al Tall”: eran de grupos cuyas tendencias se asimilaban no sólo a las de Madrid o Barcelona, sino a las de Londres. Y no sonaban tan mal como afirmaban los negadores de la evolución artística. Nos abstuvimos del recital de autor protesta y lo sustituimos por el concierto de música rock con valor puramente estético, sin descuidar nuestra propia condición social y el afán por comprender la realidad.
            Así, servicios militares al margen, vivimos entre la inestabilidad de la joven democracia española, y empezamos a caminar por esos antros del Barrio del Carmen. Y llegó Glamour. Sus “Imágenes” dieron la vuelta al mundo y nos identificó a los jóvenes valencianos con la nueva realidad musical y, por extensión, artística. Los “New Romantics” y el “Tecno-pop” no eran sólo Soft Cell, Ultravox, Duran Duran, Depeche Mode o Spandau Ballet, aquellos nuevos grupos que bailábamos en Metrópolis, con su entrada por la calle Julio Antonio. Había una Valencia capaz de hacer las cosas bien, actualizada en estilos, y fuera de ese modo del “pensat i fet” que tanto daño nos hace, y de las actividades hechas al vuelo, tan características de nuestro fallerismo antropológico. Parecíamos una ciudad como las mejores, como cualquier otra, y nos podíamos olvidar de Madrid porque aquí creábamos con calidad. Pero sólo creábamos, no difundíamos ni exportábamos, porque no sabíamos que para triunfar eran necesarias unas estructuras comerciales de las que carecíamos.
            De Blanc i Blau y Barro, pasamos a las tascas, a Pelayo y a la Malvarrosa. La ciudad se llenaba de zonas para la nocturnidad y la alevosía del ocio. Caminábamos en la misma noche desde Planta Baja, en El Carmen, porque allí actuaba un grupo inglés del que nadie supo nunca más nada de nada, Murphy Patrol, con instrumentos prestados por Sade, hasta Bowie, cerca de Juan Llorens, porque allí actuaban nuestros Inhumanos, que éramos nosotros mismos porque los asistentes subíamos al escenario a corear las seis canciones de su repertorio, hasta el punto de haber más personas en el escenario que en el público. Vaya el recuerdo al Nou Café Concert de Toni Pep, donde nos iniciamos, un lugar de culto en el que nacieron al público Sade (ex Información y Turismo), Interterror o Seguridad Social, cuyos conciertos alternaban con aquellos que venían de Madrid, como Parálisis Permanente, Aviadro Dro y sus Obreros Especializados o Siniestro Total.
            Y sobre todo Gasolinera, el centro de reunión de la zona norte de Valencia, que recogía todas las tendencias existentes. Allí podías ver a Ceremonia, grupo de rock siniestro, como le llamábamos a lo “gótico”, y a la semana siguiente a Seguridad Social, punkis por aquellos años. Daba gusto escuchar en aquellos pocos metros cuadrados de escenario a Esgrima, un grupo con una limpieza de sonido ejemplar, con Miguel Ángel Gabotti y su guitarra, o a noveles como Madame, de Puerto de Sagunto. Rock fuerte de tintes surrealistas como el de Incompatibles, de Xàtiva, posiblemente una de las mejores bandas de aquellos años, con tecnos como Última Emoción. Recuerdo aquel concurso de pop-rock “Valencia 83”, con decisión polémica, pero que fue el primer pilar para futuros acontecimientos. Allí vimos a Nicaragua Ni Managua, Ganímedes, Masas Glúteas, Incompatibles, ADN, Inhibidos Quizás y Extrema Cordialidad Homicida, entre otros. Un compendio de creatividad insólita que añoramos por el paso de los años y porque no existía manipulación de las ideas artísticas ni los conceptos musicales. Cómo no recordar a Manolo Aguilar y a Cali, y su “Tienda del Disco” en la calle Alboraya, que pinchaban nueva música e incluso nos traían a Valencia el color del nuevo videoclip, sobre todo con aquella colección divertidísima de Madness que llenó nuestras horas noctívagas.
            Y qué decir de Tropical, con Placer al frente de la música. Allí asistimos a numerosos conciertos. Recuerdo uno memorable de un grupo “tecno-cachondo” llamado Vacuola Digestiva, que ponía la sobriedad de los teclados y la tecnología al servicio de letras nada sublimes pensadas para la diversión, pero que en el fondo revelaban el absurdo de nuestra mediocre sociedad. Tropical era un lugar de expansión y de sábanas olvidadas por el calor veraniego.
            La radio. Radio Klara, y los programas de Placer, Manolo Rock y “El Loro por la Cara” con el omnipresente Miguel F. Jim. Allí rezumaban los efluvios de quienes nacían para la música. ¿Cuántas maquetas pasarían por aquellos programas? Maquetas grabadas en el Microestudio de Ramón Gilabert. Era duro levantarse un sábado después de una noche del viernes tremebunda para escuchar o asistir a este último programa, pero ahí estábamos para certificar la aportación de todo grupo naciente. O aquel programa de Vicente Esteve en Radio Color, “Factoría Urbana”, cuyo nombre explicaba en dos palabras lo que era esta tierra en esos momentos: nada de paellas y artesanía, industria y cultura de ciudad. Creábamos y nos divertíamos. ¡Qué hay mejor!
            Muchos recuerdos, muchas noches en vela por una ciudad donde estar despierto de madrugada era reivindicar su vida. No era salir de casa por salir de casa, sino escapar de lo cotidiano para disfrutar con el espectro de lo nuevo, de lo insólito, de lo desconocido. Salir del tedio para entrar en la sorpresa de la creación.
            Imagino que los jóvenes actuales disfrutarán tanto o más que nosotros durante sus noches. Ya no lo sé. Sin embargo, ¿qué quedó de aquello? La ciudad no se adaptó al espíritu de la creatividad. Sus habitantes apostaron por lo añejo; como mucho por una reforma de lo existente. Los políticos acabaron ensuciando la creatividad del rock, con escándalos como el de Munlogs. Ni siquiera toda esta explosión de vida y arte tuvo plasmación: nuestra burguesía le dio la espalda y quien pudo, no supo crear una infraestructura adecuada para dar a conocer o permitir el triunfo de estas iniciativas artísticas. Ni casas de discos con suficiencia, ni editoriales con distribución, ni redes de comercialización… nada, todo fue a parar al olvido: ni siquiera hay un espacio colectivo para su historia, que ha quedado en las memorias individuales de quienes la vivimos o protagonizaron. Unos cuantos discos que no salieron de Valencia, con aquellos emprendimientos artesanales de Ediciones Milagrosas, por ejemplo (¡Bienvenido You Tube para recordarlos!), unos fanzines que conservamos y unos cuantos libros, sobre todo de poesía, olvidados en el trastero.
            Y quien buscó la gloria… nada, como siempre: a Madrid. Inhumanos, Seguridad Social, Carlos Goñi… para triunfar tuvieron que codearse entre estudios de la M-30 y compañías discográficas que dieron el salto desde su independencia hacia un nuevo carácter industrial desde 1984. La fama les llegó, como a otros valencianos, cuando fueron conscientes de que para triunfar o vivir de una actividad artística, hay que escapar de Valencia porque Valencia te aporta poco para ello. En realidad no aporta: resta porque siempre habrá un vecino envidioso con influencias dispuesto a poner la zancadilla si tus creaciones son más universales y mejores que las suyas.
            La alegría se esfumó con el tiempo. ¿Qué quedó de aquello? Me lo pregunto mucho. Recuerdos, alegrías, noches de juventud insomne, deseos, vitalismo, amores no consumados… todo para acabar en el escepticismo de la postración en una tierra donde sus figuras culturales firman en su libro de oro cuando han triunfado lejos de ella. Pero me quedo con aquel espíritu, con aquellos deseos, con aquella fuerza que se llevó el viento de la mediocridad.
            Quizá debamos escribirla para la posteridad con el título de “explotamos en dirección al tedio”.

Narrativa paraguaya después de "Yo el Supremo" de Roa Bastos

ACERCÁNDONOS A LA NARRATIVA PARAGUAYA POSTERIOR A YO, EL SUPREMO DE AUGUSTO ROA BASTOS

El que una literatura sea desconocida no es sinónimo de inexistencia. En esta sociedad en que por la globalización resulta imposible sustraerse al conocimiento integral de una cultura, aunque sus productos y trabajos no se comercialicen y no lleguen a los consumidores, resulta difícil encontrar casos de aislamiento semejantes al de Paraguay en el ámbito hispánico. En el caso de su literatura tan desconocida como el propio país, desde que su escritor más universal, Augusto Roa Bastos, se consolidara en el panorama internacional, sus obras no han trascendido y permanecen ancladas en el universo de la edición crítica de clásicos o en la pequeña editorial. Desde los fallecimientos de Roa, Elvio Romero y Josefina Pla, acontecidos en el tránsito de siglos, no existe un autor ­que haya logrado trascender las fronteras de la periferia editorial literaria.
            Sin embargo, desde que Roa Bastos publicara Yo el Supremo y lograr establecerse entre los grandes autores de boom latinoamericano[1], se ha producido paradójicamente un aumento gradual de la producción literaria editorial en Paraguay en paralelo a un incremento de la posición marginal y periférica del país dentro de las letras hispánicas. Hoy, raramente algún escritor del país guaraní escapa del enclaustramiento literario. Las causas son diversas y deberíamos remontarnos a la historia cultural del país para entenderlas en buena medida, pero en los últimos años radican en la incapacidad para internarse en los vericuetos comerciales internacionales[2]. Centrándonos en la narrativa, su historia parece restringida a unos nombres aislados de autores fallecidos, como Rafael Barrett, Gabriel Casaccia, Josefina Pla, José María Rivarola Matto y Augusto Roa Bastos, o, entre los vivos, algunos nacidos antes de 1940 como Rubén Bareiro Saguier o Carlos Villagra Marsal. Otros escritores nacidos después de ese año han sido estudiados en el ámbito universitario e incluso han editado sus obras en el extranjero, como es el caso de Renée Ferrer, Raquel Saguier o Guido Rodríguez Alcalá, pero no han logrado trascender de forma que sus obras se hayan publicado con regularidad o hayan conseguido cierta notoriedad editorial. Y eso sin pensar en que alguno de estos autores pudiera lograr vivir de la escritura, puesto que quizá, y aun expresándolo con reparos, sólo Augusto Roa Bastos ha podido ser valorado como escritor más o menos profesional.
Se han venido mencionando a lo largo de los años distintas causas que favorecieron este aislamiento intelectual: la geografía del país, determinante de una mentalidad mediterránea donde todo escritor se conforma con ser admirado entre su población más que en consagrar su obra; el haber sido durante la colonia una región de parapeto entre los imperios español y portugués, lo que sumado a su lejanía del mar, la convirtió en una isla rodeada de tierra; el bilingüismo de un pueblo que habla guaraní y tiene la dificultad de educarse en español, sobre todo porque no se ha establecido en toda la historia del país un sistema educativo articulado y capaz de generar talentos intelectuales; la tardía aparición con una escasa densidad de obras y valores hasta época muy reciente –se puede afirmar que hasta Casaccia y Roa Bastos–, puesto que buena parte de los argumentos se refugiaban en el costumbrismo local; las causas históricas y políticas que mantuvieron aislado a un país que anduvo durante décadas buscando su identidad frente al vecino argentino, que se vio sometido a férreas dictaduras como la de Francia y guerras exterminadoras como la de la Triple Alianza (1864-1870), y a represiones y exilios de la intelligentsia; la idiosincrasia del paraguayo, amante de su tierra hasta olvidarse de todo lo exterior; la autarquía económica y cultural; y, sobre todo, la ausencia de imprentas y, por tanto, de editoriales, lo que limitaba al escritor y lo restringía al ámbito periodístico o a la obra de utilidad pública, no de ficción[3]. Sea como sea, la fama adquirida por Yo el Supremo parecía romper con este aislamiento mediterráneo.
            ¿Y qué se producía dentro de Paraguay mientras Roa Bastos era conocido en el exterior y Stroessner se hacía famoso por su connivencia con las dictaduras de los países vecinos y con los servicios secretos estadounidenses? Bajo el peso de su dictadura de Stroessner, surgió una narración pesimista y experimental, representada sobre todo por El laberinto (1972) de Augusto Casola, Las musarañas (1973) de Jesús Ruiz Nestosa, y La rebelión después (1970) y General, General (1975) de Lincoln Silva. Sin embargo, hubo que esperar a los años ochenta para encontrar la máxima expansión de la narrativa en Paraguay. Es cuando la literatura se convierte en un arma contra la tiranía y en aire fresco frente una sociedad anquilosada en sus viejas costumbres. En esos años surgen obras fundamentales para la literatura nacional como la de carácter político La sangre y el río de Ovidio Benítez Pereira (1984), el fresco urbano Los hombres de Celina (1981) de Mario Halley Mora, la renovación de la narración costumbrista con Angola y otros cuentos de Helio Vera (1984), la novela histórica Caballero (1986) de Guido Rodríguez Alcalá, las narraciones feministas de Raquel Saguier (La niña que perdí en el circo, 1987, y La vera historia de Purificación, 1989), y de Renée Ferrer (Los nudos del silencio, 1988), el fantástico con Manuel E. B. Argüello (Las letras del diablo, 1988) y la ciencia ficción con Osvaldo González Real (Anticipación y reflexión, 1980), y el experimentalismo bajtiniano de Juan Manuel Marcos (El invierno de Gunter, 1987) o formal de Jorge Canese (¿Así no vale?, 1987), entre otras. Fueron unos años de explosión de nuevas tendencias frente al costumbrismo realista que había caracterizado la narración producida dentro del país hasta esos momentos y de ruptura con un pasado muchas presentado como idealizado y en otras como modelo de formación de una identidad nacional y de unas costumbres extendidas. Son generaciones jóvenes que luchan por otro país distinto al que viven y por escapar del enclaustramiento al que se ven sometidos.
            La caída de Stroessner supuso la aparición de obras políticas en un ambiente de libertad, como la narración de política-ficción de Santiago Trías Coll (Gustavo presidente, 1990) y la novela social de Gilberto Ramírez Santacruz (Esa hierba que nunca muere, 1989). Sin embargo, la literatura deja con el tiempo de ser un arma de combate y es sustituida por el ensayo en las preferencias de lectura, aunque progresivamente se incremente su cultivo y edición. Durante la última década del siglo XX se produce un auge de la novela histórica (Luis Hernáez, Renée Ferrer, Maybell Lebrón, etc.), de la narración feminista y la dedicación de la mujer a la literatura (Milia Gayoso, Mabel Pedrozo, Dirma Pardo Carugati, Yula Riquelme, Luisa Moreno, etc.), proliferan la ciencia ficción y la narración fantástica (Enrique Gallerini Sienra o Bertha Medina), la proliferación de la narración en guaraní (desde que en 1981 Tadeo Zarratea publicara la primera novela en esta lengua, Kalaíto Pombero no han cesado de publicar nuevos autores) el escenario de la ciudad desplaza al ámbito rural mayoritariamente e incluso el ambiente social como ocurre en El último vuelo del pájaro campana (1995) de Andrés Colman Gutiérrez, la narrativa política incrementa su indagación en otros presentes posibles o practica el experimentalismo como forma de entender la dictadura defenestrada en 1989, y, a su vez, este experimentalismo va dejando paso a formas de narración más puras, aparte de que el regionalismo va revistiéndose de universalidad con autores como Helio Vera. Incluso el experimentalismo es un método para indagar en la historia y en la sociabilidad de la región del actual MERCOSUR en novelas como El goto (1998) de José Eduardo Alcázar, una narración sorprendente por su originalidad. No estamos ya ante una narrativa que plantea situaciones sino que interroga y ofrece mundos alternativos a la frustrante vida paraguaya. Importa tanto mostrar una sociedad real más que ofrecer perspectivas realistas sobre un mundo que los autores creen denunciable y modificable. Sin embargo, la decepción y el escepticismo ante la transición política van apreciándose desde los últimos años del siglo. Aun así, va apareciendo la novela de la recuperación del pasado, la autobiografías, las memorias noveladas. Un ejemplo es el brote de la novela judía, representada por Susana Gertopan y Barrio Palestina (1998) y El nombre prestado (2000), o Sara Karlik con Nocturno para errantes eternos (1999).
            En el siglo XXI van manteniéndose estas características, pero el número de publicaciones se incrementa de forma apreciable. Aumentan el número de lectores y el número de títulos publicados. Se apoya y se incrementa la edición infantil y juvenil para atraer a los más jóvenes y a los niños. Algunas editoriales logran consolidarse e incluso obtener beneficios apreciables. El panorama mejora aunque pervivan las deficiencias arraigadas desde el pasado. Sin embargo, la literatura va reproduciendo el descreimiento de las gentes en una transición democrática que no soluciona los problemas estructurales del país, como se aprecia en obras como Segunda horror (2001) de Augusto Casola y El Rubio (2004) de Domingo Aguilera, una narración donde lo delincuencial ofrece la visión real del país, aunque lo importante en la obra sea la reproducción fiel y objetiva del castellano paraguayo, lo que genera dificultades de lectura en el lector extranjero. En otras creaciones se denuncian nuevos conflictos sociales y situaciones negativas creadas, como el aumento de la delincuencia o el de los niños de la calle, como En nombre de los niños... de la calle (2004) de Nelson Aguilera, o de la corrupción política, una corriente iniciada en 1989 con Memorias de un leguleyo de Emiliano González Safstrand y proseguida con obras como El doctor, mi candidato (2003) de Aníbal Barreto Monzón. Quizá la realidad sea tan decepcionante que se abandona el experimentalismo y en su lugar se reafirma el gusto por narrar aspectos íntimos y vivencias personales, como ocurre en Desde el otoño (2005) de Pepa Kostianovsky. En este sentido también es frecuente encontrarnos con una narración psicológica, como la de Sara Karlik en El lado absurdo de la razón (2002). Continúa el interés por el “redescubrimiento” de la historia nacional, como nos ofrece Esteban Cabañas en obras como El dedo trémulo (2002) o Gino Canese en Jasy y Kuarahy (2002) y se expande la atracción por la búsqueda de la propia identidad paraguaya en una sociedad globalizada, o la unificación del mundo latinoamericano con otras culturas, como ocurre en La villa de Amatista (1993) de Juan Carlos Herken. Por otro lado, tienen cabida entre los lectores la novela erótica, representada por Juan Manuel Salinas Aguirre con La obsesión de Andrea (2004), la comedia en Abulio el inútil (2005) de Irina Ráfols y, sobre todo la novela stronista, donde aparece retratado ese universo dictatorial como un mundo a caballo entre lo ridículo y la crueldad, desde una primera visión autobiográfica en Memorias de Escorpión (2004) de Efraín Enríquez Gamón, ya desde una perspectiva irónica, Aldea de penitentes de Pepa Kostianovsky, ya desde la gravedad en Humo sobre humo de Esteban Cabañas, ambas de 2006, o Asunción bajo toque de siesta (2007) de Hermes Giménez Espinoza. En los últimos años de la primera década del siglo XXI, se ha incrementado la indagación en la historia paraguaya con novelas de Catalo Bogado o Nelson Aguilera (incluimos la póstuma de Helio Vera), en la producción teñida de examen sociopolítico, y en la narración con un fuerte componente autobiográfico.
Como se observa, ante esta amplia perspectiva cabe un nuevo estudio profundo que permita vislumbrar los nuevos caminos de una narrativa forjada en el yunque de la adversidad, pero de un nivel ficcionalizador encomiable. Y si, a pesar de la crisis económica, aumentan las tiradas de libros y el número de autores, tendremos que pensar en que goza de una buena salud, aunque no trascienda fuera de las fronteras del país, salvo alguna excepción. Por ello, la narrativa paraguaya presenta un panorama halagüeño y se va incorporando a la mejor tradición literaria hispanoamericana. Nunca ha sido unas cuantas obras aisladas de Gabriel Casaccia y Augusto Roa Bastos.



[1] Augusto Roa Bastos no es un escritor vinculado al grupo del boom, como Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, José Donoso o Ernesto Sábato, consigue su resonancia internacional junto a éstos y en la época en que se consolida el éxito de sus obras, a partir de los años sesenta.
[2] Hemos venido expresando estas afirmaciones en distintos trabajos como mi introducción a la novela Mancuello y la perdiz de Carlos Villagra Marsal (Madrid, Cátedra, 1996, en su primer apartado titulado “La narrativa paraguaya: ¿inexistencia o desconocimiento?”) o con mayor amplitud de desarrollo en La narrativa paraguaya actual (1980-1995), editada en Asunción, Universidad del Norte, 2006.
[3] Dejando al margen la imprenta de los jesuitas, que dio obras pedagógicas como el Arte y vocabulario de la lengua guaraní del padre Antonio Ruiz de Montoya, publicado en 1639, la primera imprenta civil llega a Paraguay con Carlos Antonio López, en 1844, y al año siguiente se edita el primer periódico: El Paraguayo Independiente, diario gubernamental destinado a la difusión de las ideas del presidente y la labor de su gobierno. La imprenta fue manipulada por el poder hasta prácticamente el final del siglo XIX, lo que supuso una importante restricción a la literatura de ficción dada su “escasa utilidad” política.

viernes, 19 de noviembre de 2010

Sobre la poesía actual

Esto lo conté en un congreso de Amigos de la Poesía de Valencia en junio de 2007. Lo he rescatado porque creo que es un texto que tiene vigencia. Aquí lo tenéis.

“¿Nuevas? tendencias de la poesía actual”. Lo planteamos con este interrogante porque a priori debemos examinar qué está ocurriendo en la lírica actual para recensionar los caminos más importantes de este principio del siglo XXI.

            El que la poesía es un hecho social queda fuera de toda duda. Otra cuestión es su importancia o su función en un período histórico concreto e inacabado con tantas turbulencias como el actual. La poesía actual no es un arma cargada de futuro, glosando a Gabriel Celaya, sino una lanza de combate espiritual contra la ideología materialista dominante, aunque la opinión extendida es que las ideologías murieron con la caída del Muro de Berlín, afirmación convertida más en un tópico común que en una certeza empírica. En un mundo donde el ritmo y los actos están marcados por el consumo y por la propiedad de objetos materiales, muchas veces inservibles o con unas utilidades escasamente aprovechadas, la poesía se ha convertido en un hecho social de rebeldía, o al menos en una impostura. Obsérvese en el sentido peyorativo de la palabra “poeta” en muchos medios de comunicación no culturales: el ex–jugador de fútbol Jorge Valdano es tildado por sus compañeros de profesión como “el poeta”, por su verbo florido, en ocasiones pedante, pero al menos dotado de metáforas. Por no hablar del desprestigio de la palabra en una sociedad dominada por la imagen al emplearse como sinónimo de pedantería o de arte lleno de arcanos indescifrables que de nada sirven para el día a día. Sea como sea, leer poesía es hacer algo “diferente” hoy en día: dedicarse a disfrutar de un hecho cultural despreciado por la mayoría pero enriquecedor para quien habita en sus moradas.

            Sin embargo, la poesía goza de magnífica salud. Otra cuestión es su aceptación social. Pero cada día hay más personas interesadas en la lírica, como lo demuestran tres aspectos: el aumento de recitales poéticos en las casas de cultura de los pueblos y ciudades y en otras entidades; la proliferación de talleres con gente interesada en aprender a construir buenos poemas o simplemente curiosos que se acercan a La Gaya Ciencia; y el descubrimiento de un nuevo soporte muy ajustado a las necesidades de la expresión poética actual, sobre todo la nueva, como es Internet. El aumento de la oralidad poética y del aprendizaje textual y técnico supone la transformación del lector medio de poesía en una persona con mayor competencia receptiva que en el pasado, y por tanto con capacidad creativa en cualquier momento en que la inspiración le llame. De la misma manera, el giro en el medio de publicación de los versos es digno a tener en cuenta para las futuras valoraciones literarias de nuestra época. Hoy en día, los blogs, las páginas webs personales o colectivas y el intercambio masivo de correspondencia favorecen la creación poética, porque un poema sí que encuentra posibles lectores en el ciberespacio, lo que no ocurre de forma semejante en la novela porque su extensión impide su lectura meditada y cómoda en un soporte electrónico. Así, en estos años han proliferado los nuevos poetas en Internet de forma que hoy en día es más sencillo para un autor novel publicar sus textos en la red que en un libro. Y si tenemos en cuenta que las buenas letras son independientes del medio que las sostenga, también Internet es un instrumento necesario y útil para la expresión poética actual.
            Pero, como dijo Borges, un intelectual no proporciona respuestas sino que establece interrogantes, creo que es necesario darnos cuenta de que hoy en día carecemos de una perspectiva cronística suficiente como para examinar la poesía actual con un aporte crítico alentador. Sin embargo sí que hay una característica común en la poesía actual: el individualismo. El poeta es un ser social y, por tanto, es persona de época y, como tal, refleja su modus vivendi. El individualismo imperante ha generado una poesía onanista, egocéntrica y solitaria. Ya es difícil que la solidaridad conlleve implicación: el hablante lírico suele ser testigo de lo que narra, incluso aun girando el discurso hacia sí mismo. Es una perspectiva propia del ser humano que trata de mostrarse al mundo, porque éste vive de espaldas a sus problemas, de ahí la imbricación de la poesía con la psicología del hombre actual. Y este “hablo de mí mismo, lanzándome a la búsqueda de alguien a quien mi personalidad le interese”, lo cual genera conflictos con los lectores, es el modelo poético más extendido. El poeta habla de sí mismo más que del objeto contemplado.
            Por otro lado, el afán de novedad poética es permanente, aun a sabiendas de que está todo prácticamente inventado. La poesía es como un ser vivo sometido a cambios constantes y un afán de novedad que en ocasiones roza ámbitos no precisamente artísticos. Sin embargo, la búsqueda de etiquetas acaba produciendo más una indefinición de tendencias que una clarificación de modos poéticos. La disparidad entre poesía de la experiencia y poética del silencio no se percibe de forma clara salvo por el lector iniciado. De esa forma, el lector medio seguirá acudiendo a un cantautor urbano como Joaquín Sabina para que le hable de lo que él conoce, y evitará visitar el terreno de quien le va a “complicar su existencia” citándole cuestiones que nada le incumben. La poesía del siglo XXI evita el enclaustramiento de la etiqueta y busca una expresión más libre y menos sometida a escuelas y rigores estéticos, por lo que el adjetivo es una mera etiqueta más que una corriente plenamente definida. Sin embargo, lo que expresó Jaime Siles en relación a poesía de los años ochenta, se vuelve a reproducir ahora: “lo que parecía inmovilismo de superficie” es en realidad “cambio de fondo y de forma en la profundidad”[1].
            Pero pasó la época de los novísimos y su ruptura con la poesía social, aunque el esteticismo se haya mantenido con los años y ahí prosiga vivo con Antonio Martínez Carrión o Guillermo Carnero como exponentes. Aquella iconoclastia sigue viva en algunos autores, y aunque no haya una ruptura radical sí se reforman los viejos modelos y se indagan en unos nuevos más personales. La poesía de la experiencia, el auge de la presencia poética femenina, el neopurismo y la poética del silencio, la poesía minimalista, el neoromanticismo, el sensismo, la poesía de la diferencia, el neosurrealismo, parecen sistemas del pasado lejano, cuando los autores que las cultivaron están en plena vigencia y son los reyes del espacio lírico español actual. Pero todas estas corrientes han dado como fruto una poesía individualista que sustituye el culturalismo de las generaciones anteriores por la vida personal, y que opta por los diarios y por todas las formas de expresión autobiográfica.
            En los últimos quince años el espacio poético está mediatizado por lo que Vicente Luis Mora denomina «poesía de la normalidad»[2] (antes Miguel Casado se había referido a un «lenguaje de lugar común» detectable en muchos de los poetas analizados en el prólogo a Mar interior[3]). Se trata de una serie de consignas más ambientales que escritas, a las que se deben acoger quienes quieran tener presencia editorial y reconocimiento crítico, derivadas básicamente de la poesía de la experiencia más epigonal, pero que han calado en casi todas las estéticas. Es por ello que ha surgido un tipo de poesía de estructura clara y cerrada en sí misma, con factura simbolista, referentes urbanos y burgueses, relacionada con la subjetividad del autor y emitida por un sujeto poético distanciado o «fingidor» que transmite su desencanto vital sin desgarros ni sentimentalismos. Se habla en un lenguaje coloquial próximo al lector medio en preocupaciones y nivel de accesibilidad, con lo cual si un poema no satisface al público no se debe a la impenetrabilidad de los códigos lingüísticos, sino a la escasa identificación con su contenido. La unificación también alcanza los rechazos: de lo metapoético, de cualquier técnica derivada de las vanguardias (corriente de conciencia, elementos visionarios e irracionales), del poema en prosa[4]. Sin embargo, estos rechazos no implican que los mismos autores reticentes a estos discursos acaben sumergidos en ellos. ¿Efecto de la indefinición del poeta en esta sociedad o en el mundo del negocio editorial?
Sin embargo, no son pocas las voces que hablan de una apertura hacia la pluralidad estética en la poesía joven en torno al cambio de milenio que se refleja, para empezar, en los referentes literarios: a las poéticas tradicionales se suman las de las literaturas europeas y americanas de la Modernidad, dándose una desestigmatización de las vanguardias meramente estética. Se atiende y trabaja sobre lo interdisciplinar (sobre todo la pintura, el cine y la música). En cada vez más autores se revitaliza la reflexión crítica sobre el hecho poético y el lenguaje[5].
En esta zona de diversidad encontramos una poesía no excluyente con unas líneas consecuentes en este siglo XXI recién nacido:

1) Una nueva dimensión de la poesía de la experiencia. Los poetas que siguen la línea experiencial lo hacen desde un mayor ahondamiento meditativo, con ciertas derivas irracionalistas (Alberto Tesán, Eduardo García, Luis Muñoz, García Casado, Andrés Neuman).

2) La extensión de una poesía de la introspección emocional y contemplativa, radicalmente subjetivizada, en los límites del existencialismo (Ada Salas, Ana Merino, Luisa Castro).

3) La búsqueda de una nueva materialidad del «objeto» lenguaje, con un planteamiento fusional: entre ética y estética; entre fuentes plásticas (cine, fotografía, televisión), entre la experiencia de lo cotidiano y los vínculos con el lenguaje (Niall Binns, Andrés Fisher).

4) El ahondamiento en una poesía de la contemplación meditativa y del entrañamiento con la naturaleza; una búsqueda que se mueve entre la captación de lo inefable, la apuesta por la imaginación y el rescate de una memoria visible o sumergida, cuyos referentes serían Claudio Rodríguez y la poesía anglosajona más entrañada con el paisaje representada por Wordsworth, Yeats o Thomas (Diego Doncel, José Luis Rey, Jordi Doce, Vicente Valero, Juan Abeleira).

5) La apuesta por la insurrección del lenguaje desde una conciencia crítica frente a la realidad. Línea precariamente transitada por la poesía de las últimas décadas y que ahora cobra fuerza en la obra crítica y poética de Antonio Méndez Rubio o Enrique Falcón.

La diversidad puede explicarse desde la crisis de los planteamientos de la globalización, la necesidad de asimilar las nuevas estructuras sociales y comunicativas (que han intensificado la posibilidad de intercambio cultural) o como respuesta instintiva al caos de la posmodernidad. En cualquier caso la heterodoxia cultural suele ser una buena noticia, como lo es que cada vez abunden más los poetas que se enfrentan a su época y a la escritura con lucidez e independencia.

Como conclusión entre esta línea heterogénea y difusa, carente de perspectiva temporal, encontramos una poesía que está viva. El individualismo que la sostiene es espejo de la sociedad en que vivimos, por lo que la poesía no está tan lejos de la realidad como se presume. No puede: está atada a ella porque es la vida la que la inspira. No son tan “malos tiempos para la lírica”, como cantaba el grupo vigués Golpes Bajos allá por 1983, pero sí que es cierto que tendrá que trabajar mucho para seguir ocupando el pequeño espacio que le prestan los medios de comunicación y la sociedad en que vivimos, a quienes sólo parecen importar los escándalos de un premio importante o las aventuras rosas de un poeta. La poesía tiene su sitio y ese sitio debe crecer: las trincheras sólo conducen a la derrota en una sociedad en constante cambio. Y quizá su futuro está en aprovechar los nuevos soportes que le brindan las nuevas tecnologías informáticas. Al fin y al cabo, ¿no hay también poesía en esos videojuegos tan despreciados por la intelectualidad dominante pero tan atractivos para nuestros jóvenes? ¿O acaso no habrá que salir a buscar la poesía y sus lectores en lugar de esperar a que la juventud acuda en masa a nuestra llamada metafórica? ¿O es que el porvenir de la poesía está en los medios que en el presente nos indican que caminamos hacia el futuro? Lo pensaremos.



[1] Jaime Siles: “Dinámica poética de la última década”, Madrid, Revista de Occidente 122-123, julio-agosto 1991, p. 152.
[2] Esta y muchas otras cuestiones se plantean de fondo y con espíritu de sana agitación en su Singularidades. Ética y poética de la literatura española actual, Madrid, Bartleby, 2006.
[3] Mar interior. Poetas de Castilla-La Mancha. Toledo, Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha, 2003.
[4] Una reflexión sobre su vigencia y una antología imprescindibles se encuentra en Marta Agudo y Carlos Jiménez Arribas, Campo abierto, Antología del poema en prosa en España (1990-2005), Barcelona, DVD, 2005.
[5] A. Kravietz y F. León proponen en La otra joven poesía española (Tarragona, Igitur, 2003) una nómina de jóvenes que, desde estéticas diversas, presentan una actitud comprometida (frente a posiciones neorrealistas) con la Modernidad literaria y una concepción de la poesía como vehículo de conocimiento metafísico y de indagación sobre el lenguaje. Por su parte, L. A. de Villena habla de los hijos de una alquimia entre la razón lógica y Orfeo en La lógica de Orfeo (Madrid, Visor, 2003).