El trueno cae y se queda entre las hojas

sábado, 30 de octubre de 2010

EXTRA TIME

Estoy escuchando dislates lingüísticos en un programa de radio hoy sábado por la mañana. Ironizan sobre el empleo exacerbado de infijos y sufijos hasta el punto de escucharse palabras como "alojacional" o "sentimentalizar", cuando se puede decir "habitable" o "sentir" o "hacer sentir" (en cuanto a principio de economía del lenguaje, la perífrasis contiene cuatro sílabas mientras el verbo derivado seis). Pero me ha sorprendido el mensaje de un lector y me he puesto a reflexionar.
Hace tiempo que vengo escuchando aseveraciones sobre la incorrección de la expresión "tiempo de descuento" en referencia a esos minutos que un árbitro de fútbol añade a los cuarenta y cinco de cada una de las partes de un encuentro. Lo he escuchado también en este programa digno de encomio.
Pues, miren, no es tan incorrecto como expresión futbolística, como correcta es "tiempo añadido", aunque "descuento" y "añadido" tengan una base semántica antitética, hasta el punto de que en poética su colisión provocaría un oxímoron. Descontar posee un matiz de sustracción y añadir de adición. No es lo mismo una suma que una resta. De acuerdo.
Que tiempo añadido es correcto no tiene posibilidad de réplica. En fútbol son cuarenta y cinco minutos más lo que el trencilla añada. Pero que me digan que "tiempo de descuento" es incorrecto... Ja, ja, ja... Cuidado.
Es correcto no sólo porque lo diga la Real Academia en la segunda acepción de "descuento": período de tiempo que, por interrupción de un partido u otra competición deportiva, añade el árbitro al final reglamentario para compensar el tiempo perdido. Resulta que es correcto desde que llegara el reglamento del fútbol a España y se organizaran las primeras competiciones.
Al instaurarse las normas, el señor árbitro, más respetado entonces que ahora, tenía un tiempo de cuarenta y cinco minutos por delante desde el primer sonido de su silbato. A partir de esta cifra descontaba el tiempo que se iba perdiendo porque al final se tenían que jugar cuarenta y cinco minutos efectivos, es decir, con el balón en movimiento. Se habían disputado el balón durante cuarenta y cinco menos dos porque se había parado el juego a causa de un choque donde un jugador se había abierto la cabeza. Si la pelota había caído al río más próximo al campo, a veces se tardaba un  cuarto de hora en sacarla del agua y no había otra para seguir jugando. No se añadía el cuarto de hora sin jugar a los cuarenta y cinco minutos, sino que se le descontaba a esta cantidad un total quince minutos porque el tiempo de juego real había sido de treinta. Ahí tienen la explicación de las razones por las que desde la primera década del siglo XX se expresó a este período añadido como "tiempo de descuento". Era lo que se había quitado a los cuarenta y cinco minutos reglamentarios.
El olvido de las historia, así como la afición de algunos periodistas a ejercer de filólogos doctores en Historia de la Lengua, ha provocado que ahora se vindique "tiempo añadido" porque no se descuenta tiempo de los cuarenta y cinco minutos, sino que se añade a ellos. La realidad es que sólo existe un cambio de perspectiva; se descuentan los períodos sin el balón en juego o se añaden al reglamentado, es como cada uno lo entienda. El árbitro de hoy no tiene excesivas interrupciones como el de hace un siglo, lo cual deja a "tiempo de descuento" en una posición de desventaja frente a "tiempo añadido", pero ambas expresiones son válidas en mi opinión.
Ruego, por favor, a los periodistas que se dedican a programas lingüísticos que tamicen mejor estos mensajes. El lenguaje es un ente vivo, en evolución, y necesita cuidado pero tampoco excesos que puedan provocar un aumento de fiebre en un paciente hasta convertirlo en difunto. Hay ocasiones donde los valores lexicológicos, los llamados "semas" de un lexema, no sólo vienen definidos por su significado literal, sino también por otros perfilados por la historia y la propia concepción social. La lengua no es una ciencia exacta donde sólo caben los componentes intrínsecos del léxico, sino también las razones contextuales o situacionales. No estamos hablando de matemáticas.
Eso sí: me encantan esos programas. Son necesarios porque todos deberíamos hablar mejor, y que nuestros hijos entiendan que las palabras sirven para comunicarse, y que si no se emplean bien, nadie entenderá el mensaje que han escritor en su móvil. Antes del chat había algo llamado gramática.
Pero también habrá de ayudarles para que se pronuncien contra la expresión realmente incorrecta. En el caso de "tiempo de descuento" o "tiempo añadido", me gustaría que se arremetiera contra tiempo extra. Los británicos llaman a este concepto extra time, así lo pone en la tele de la Premier League. Y como es muy chic innovar traduciendo desde el inglés, como si nosotros no conociéramos la lengua de Shakespeare, pues ahora llaman "tiempo extra" al "tiempo añadido" o "tiempo de descuento" y se quedan tan panchos, demostrando más carencias profesionales que otra cosa, porque si un mecánico de coches no sabe utilizar un destornillador nunca será buen mecánico. La herramienta del periodista es la palabra. ¿Por qué utilizar un prefijo como sustantivo cuando ya hay sustantivos añejos con el valor semántico que pretende ocuparles? ¿Por simple esnobismo? ¿Anglofilia? ¿Desconocimiento? ¿O simplemente estulticia?
Se puede modificar un significado por la acción de un sufijo, por un desplazamiento semántico necesario o por el contexto social. Se admiten nuevos conceptos heredados del inglés porque enriquecen una lengua. Pero lo que no se puede es utilizar una expresión de otra lengua cuando ya existen dos en castellano. Y más cuando en castellano, extra no tiene el mismo valor gramatical que en Gran Bretaña.
Y no les cuento nada más porque entraría en el tiempo añadido, a no ser que descuente algún párrafo. O yo tenga que hacer horas extras, abreviatura de extraordinarias.

viernes, 29 de octubre de 2010

Homenaje a José Albi

El poeta valenciano José Albi, fallecido el 7 de junio pasado, gozaría ayer día 28 de octubre. Desde donde esté, seguro que disfrutaría al ver a siete asociaciones literarias valencianas leyendo treinta y siete poemas suyos y unidas alrededor de su figura. La Asociación Valenciana de Escritores y Críticos Literarios (CLAVE), Amigos de la Poesía de Valencia, El Sueño del Búho, Ateneo Blasco Ibáñez, La Buhardilla, Instituto de Estudios Modernistas y Asociación Literaria Castellonense de Amigos de la Poesía (ALCAP), rindieron un sentido homenaje con la lectura de sus versos. El que Pepe Albi fuera capaz de reunir a todas las asociaciones demuestra el cariño que le rendíamos en esta ciudad a veces tan desagradecida con sus gentes.
Lo merecía. Un poeta con una línea propia, alejado de modas, zaranganas y premios. Alejado del mundanal ruido y que sacrificó la fama por una vida feliz junto a su familia, sus amigos y su tierra. Como expresó su hijo Fernando, "¿para qué me iba a ir a Barcelona o a Madrid si aquí era feliz?". Y es que uno es de donde es feliz. Tu tierra no es aquella donde estudiaste el bachillerato, como dijera Max Aub, sino aquella donde gozas. Y así hizo Albi, un amigo de todos.
Las asociaciones mostraron su devoción por el poeta con sus diversas personalidades. La presencia de sus amigos de Jávea, Antonio Espinós y Francisco Reus, y su concejal de cultura, junto a la Directora General del Libro de la Generalitat Valenciana, añadió mayor intensidad al acto, perfectamente culminado con las lecturas de sus tres hijos. Fue un homenaje lúcido, transparente como el agua, hasta el punto de convertir a Albi en un espejo en el que todos nos debemos mirar. Pero el acto no hubiera sido posible sin la implicación activa y eficiente de la Institució Alfons el Magnànim, y su director Ricardo Bellveser.
Vida de un hombre, El silencio de Dios, El temps ombrívol de les roses o Picasso azul es parte de su producción destacada. Su valor para emprender la aventura de la revista Verbo en los años cuarenta nos demuestra su amor a la poesía. Fue una de las primeras personas en rescatar el mejor surrealismo en la poesía española en uno de sus números, coeditado con Fuster cuando aún se llamaba Juan. Presidente de Honor de la Asociación Valenciana de Escritores y Críticos Literarios (CLAVE), ejerció una enorme labor impulsora de la actividad cultural.
Pero aquí no se acaba José Albi. Su poesía está ahí y siempre le recordaremos. Siempre con nosotros, ¿verdad, Fernando?

jueves, 28 de octubre de 2010

La impostura y los asedios de Pérez-Reverte

Arturo Pérez-Reverte ha protagonizado varias polémicas de toda índole. Una muy conocida tenía como interlocutor a Miguel García-Posada, presidente de los críticos literarios en ese momento. Dado que es un gran polemista se impuso con el argumento de que sus novelas eran leídas mientras que la de García-Posada no pasaba de unos cuantos lectores "avanzados". Siempre ha salido triunfador porque desde su mala uva ha estado sustentada en su razón.
Ahora la emprendió con las lágrimas del ex-ministro de exteriores, Miguel Ángel Moratinos. "Las lágrimas en política se dejan en casa". No entro en su valoración porque sus opiniones son suyas, aunque sí se aprecia una conclusión: se puede compartir o no la opinión, pero su provocación siempre tiene difícil contestación, hecho que se aprecia en sus artículos sobre nuestra realidad. En este caso, su impostura ha sido al menos curiosa, y rodeada de otras de índole sexual inventadas durante los mismos días, al menos la suya no cae en la chabacanería más infame, sino en la sátira dura.
Como novelista, sigue siendo ese autor apreciado por la inmensa mayoría de lectores y cuestionado por una amplia mayoría de la crítica. Pero nadie puede negar que es el protagonista de un debate histórico: ¿valoramos su obra por su número de lectores o por su repercusión crítica?
He leído El asedio. Para empezar, alabo el enorme trabajo del autor para documentar con fidelidad un tiempo y un espacio, el Cádiz de 1811. Pérez-Reverte juega incluso con estructuras paralelas encaminadas hacia el desenlace con mucha habilidad. Por de pronto, la morosidad de su acción, condimentada con perfectas descripciones, le permite dar amplitud a todo el proceso discursivo. Es una novela muy cinematográfica, como la mayor parte de su producción, con lo cual el lector le agradecerá siempre que sus personajes se salgan del tono fílmico para penetrar en sus interioridades y en los argumentos sobre sus actuaciones. Como dijo el crítico Ángel Basanta, es un novela más extensa de lo que sus setecientas páginas pudieran indicar.
No es recomendable un examen de la novela histórica española sin contar con Pérez-Reverte. Es un novelista valiente, y en El asedio se arriesga. La historia del sitio de Cádiz por las tropas de Napoléon, mientras se levantan sus cortes e Hispanoamérica empieza a caminar por su senda, está perfectamente documentada, incluso diría que de forma más diáfana y a la vez más extensa que en otras de sus novelas. Los personajes muestran mayor complejidad y sus diálogos estás perfectamente ensamblados en el discurso. El pérfido comisario Tizón, la mujer empresaria y emprendedora Lolita Palma, el físico artillero francés Desfosseaux, el escéptico José Lobo y los secundarios, están tratados con profundidad, con una mayor profundidad que en el best-seller tradicional. Es quizá este aspecto uno de los más destacables de la novela. El interés argumental (con tramas detectivescas, psicológicas, bélicas o aventureras) in crescendo le emparenta con la mejor tradición galdosiana, incluso hay guiños narrativos hacia el autor de los Episodios Nacionales, con ese punto melancólico en el desenlace propio de las novelas del autor. Las opiniones sobre España diluidas en los párrafos nos permiten reflexionar sobre la idea final: la novela es un cántico melancólico por el destino de lo que pudo ser esta nación y finalmente no ha sido (digo "no ha sido": no "no fue"), con un pueblo víctima de la estafa permanente.
Es una novela con lances y aventuras. Una novela total, examen de toda una época y de una ciudad. Oportunista en su lanzamiento, en vísperas del bicentenario del Cádiz de "La Pepa" y de las independencias americanas. Sin embargo, dada la morosidad del discurso, el buen lector hubiera querido algunas páginas menos. No es que sobren acontecimientos: falta síntesis. La espesura conceptual y la penetrante introspección en los personajes, digna de alabanza, pueden provocar en algunos lectores el agotamiento.
Por esta razón, gustará los lectores seguidores de Pérez-Reverte posiblemente más que cualquier otra de sus novelas. Se aburrirá el que no lo tenga entre sus autores predilectos. Y el lector intermedio manifestará división de opiniones. Mi opinión es que con mayor brevedad, sería una novela redonda.
El mismo Pérez-Reverte de siempre, un buen negocio editorial. Con eso está todo dicho.

lunes, 25 de octubre de 2010

Cervantes 1 - Roa Bastos 0

Desde que muriera el gran Augusto Roa Bastos, Paraguay se ha quedado sin tarjeta de visita literaria en España. Muchos españoles demuestran nuestra incultura general eclipsada por nuestra rica tradición literaria, nuestros Quijotes, Lazarillos de Tormes, Calderones y Galdoses, cuando se juega un partido de fútbol contra un país ausente como Paraguay.
Paraguay jugó contra España en el pasado campeonato del mundo de fútbol. Un gran amigo de placeres intelectuales y futbolíticos al alimón me dijo: "Cervantes 1 - Roa Bastos 0". Pues sí, así quedó el resultado del partido.
Durante el partido, un españolito (por ahora) como yo, sintió vergüenza ajena al comprobar cómo mis compatriotas periodistas, gentes mediáticas, populacho con micrófono televisivo delante, y demás fauna con el poder conferido por la charlatanería, confundían Uruguay con Paraguay, dijeron que Diego Forlán era la gran ausencia paraguaya, presentaron a Mario Benedetti como su mejor escritor, no distinguieron su bandera de la francesa, comentaron que el país tenía la mejores playas de Sudamérica en Punta del Este o hablaron de su victoria en la contienda contra la Triple Alianza y su derrota en la del Chaco. Ni siquiera consultaron a la Wikipedia para equivocarse por culpa de una fuente errónea.
Un partido de fútbol internacional es un fresco de estereotipos. Pulsión de mentalidades oblicuas. Sobre España se habla de paella, de bailes andaluces, de toros... Un servidor, igual que bastantes de sus compatriotas, que tiene un pasaporte donde dice que es español, se sorprende porque en su vida ha ido a los toros, jamás ha presenciado un baile andaluz, y odia la paella porque le parece un plato bruto, aunque sea gastronomía de su tierra. ¿Por qué no la rica tortilla española o una fabada asturiana? O el menú alpujarreño... ¡Si supiera el mundo que el plato más engullido por la España actual es la hamburguesa!
¿Y Paraguay? Al menos un partido de fútbol sirvió para que sepan los españoles qué es un tereré y que la sopa no siempre ha de ser líquida. Pero lo más importante es que todo el mundo descubrió su nueva gran aportación internacional: Larissa Riquelme. En la península existía el consuelo de que una derrota de “la roja” serviría para deleitarnos con sus encantos. Esta chica eclipsó incluso a la reportera novia de Íker Casillas, el portero español, que al principio del Mundial era el objetivo de la prensa rosa de todo el mundo. Desde luego que Paraguay ha ganado en curvas femeninas a España... y por goleada.
¡Cómo está el mundo! Larissa Riquelme ha permitido dar relieve a un país que ni existía en los medios de comunicación. Ni Roa Bastos, ni Agustín Barrios, ni Carlos Colombino, ni Ticio Escobar, ni Rubén Bareiro Saguier; ni siquiera los excelentes futbolistas que históricamente han poblado los equipos españoles... Ninguno de ellos consiguió situar Paraguay en el mapamundi. En cambio, Larissa Riquelme le ha dado atractivo al país, ha creado los ríos Paraná y Paraguay, nos ha llamado para que supiéramos que se habla guaraní y castellano, enseñando que por aquellos lares hay edificios, agua potable, luz eléctrica, computadoras, y, sobre todo, teléfonos celulares a los que darles un uso llamativo además de publicitario por estar ubicados en lugares atractivos. Incluso ha incrementado mi interés por la literatura paraguaya.
Mientras, siguen sin publicarse nuevas creaciones literarias paraguayas en España; no entra en los circuitos culturales internacionales. Nadie sabe lo que cuesta un segundo de atención al Paraguay en Europa. Pero ahí está..., sí, el mejor producto de exportación de una imagen de país moderno... Larissa Riquelme. Seguro que con ella se abrirán las puertas del exterior a tantos y tantos valores culturales del país. Al fin y al cabo, ella seguramente no habrá tenido problemas para encontrar un buen agente comercial para exhibir sus cualidades urbi et orbe.
Pero este uso no es exclusivo del Paraguay. No son sólo los paraguayos quienes han puesto el ojo en ella. Aquí sí que Paraguay ha entendido cómo se es universal y ha ganado la batalla de la posmodernidad. Gracias a Larissa Riquelme, los empresarios paraguayos y quienes trabajamos su cultura, tendremos más fácil la venta de nuestros productos. Por fin podré hablar en Manila sobre Helio Vera o Renée Ferrer. Igual tengo la suerte hasta de que me paguen honorarios por mi conferencia o de salir en la televisión de Sudáfrica. Gracias, Larissa.
El mundo es ansí, como decía Pío Baroja.
Con estos bueyes hemos de arar, como dice mi amigo al que he citado al principio del artículo

El Sueño del Celta

Mientras comía un plato de sopa enfriado por la inoportuna llamada del 1004 de Movistar, en el telediario de TVE-1 se anunciaba la inminente aparición de El Sueño del Celta, una nueva obra de Mario Vargas Llosa, a quien felicitamos por su Premio Nobel merecido.
La voz en off era acompañada por la maquinaria de una imprenta en cuyas cintas se dejaba ver el grueso del libro y su portada roja. ¡Qué bonito! Imagino que el profano se habrá sorprendido de la rapidez con la que sale un libro de la imprenta. Yo simplemente he pensado que da lo mismo fabricar un Peugeot que un libro.
Nada más terminar de comer me ha llamado un amigo periodista para preguntarme si ya estaba prevista la salida de la novela antes de la concesión del Premio Nobel. Pensando en lo poco que este amigo periodista dedicado a la sección Cultura sigue la actualidad del mundo del libro, le he respondido que en El Cultural del diario El Mundo ya se anunciaba la salida de esta novela a finales de julio, y se repitió esta información en su primer número de septiembre.
Pero me queda la duda. Más de cuatro años hace que salió la última novela de Vargas Llosa, Travesuras de la niña mala. Mucho tiempo para un autor que vende muchos libros. Mientras, han salido reeditadas sus obras en Alfaguara y Galaxia Gutemberg, y han visto la luz algunos de sus ensayos publicados hace muchos años. Lo que editó Planeta hace casi dos décadas, no. Pero una novela nueva... no sé... Mario Vargas Llosa no ha tardado nunca tanto tiempo en publicar una novedad.
Entonces, dadas las dudas generadas, pienso en la estrategia comercial. No sé si Vargas Llosa terminó El Sueño del Celta hace muchos años o hace dos meses, por ejemplo. Lo que sí sé es que sale a la venta en el momento oportuno, después de la concesión del Nobel, y con reservas anticipadas en los grandes almacenes, cosa insólita en un autor de culto, y que parecía reservada al best-seller popular de Harry Potter.
Visto que compramos un libro como si compráramos un pollo asado, y pensando en que siempre hemos tomado la fecha de la edición como la originaria de un libro, hago una proposición destinada a modificar todos los manuales de historia de la literatura: que la fecha posterior al título de una obra sea la de producción de la obra.
De esa forma, podremos localizar mejor una obra en el contexto del autor y no en el editorial. Siempre nos dará una idea de las razones por las que un gran autor como es Vargas Llosa creó una novela.

Los intereses creados

            Los intereses creados  es una de las obras donde Jacinto Benavente mejor demostró su dominio del arte dramático y, sin soslayar su vena crítica conservadora contra los códigos de conducta vigentes, se apartó de su drama contemporáneo de reacción contra autores moralizantes como Tamayo y Baus, que más tarde se iría suavizando hacia el sentimentalismo y un tenue cuestionamiento de la sociedad. Escrita en 1907, aprovechó los elementos de la Commedia dell’arte italiana para satirizar el materialismo positivista por medio de sus personajes arquetípicos: Polichinela, Arlequín o Colombina. Siguiendo la tradición clásica inspirada en El caballero de Illescas de Lope de Vega, Benavente demostraba con esta obra su dominio de la escena clásica y su capacidad para manejar el texto teatral.
            El argumento muestra a dos pícaros, Leandro y Crispín, a una ciudad italiana. Crispín, con su persuasión verbal, hace pasar a su compañero, el galán, como un rico señor. Deberá conquistar a la hija del potentado Polichinela para conseguir riquezas que les saquen de sus problemas. Bajo el lema de “mejor que crear afectos es crear intereses”, pronunciado por Crispín, se resuelve una situación aparentemente irresoluble para los pícaros.
            Teatres de la Generalitat Valenciana rescata este clásico del siglo XX, una obra considerada la mejor del autor en votación popular celebrada en 1930. Para mí, una elección acertada ahora que Benavente está ausente de los repertorios. No es bueno olvidar a nuestros clásicos. Bajo la dirección de Pepe Sancho, con un elenco estupendo y un buen trabajo paratextual en una obra donde el lenguaje literario predomina sobre otros elementos, el montaje resulta grato y el resultado muy loable. Respetando el texto benaventino pero ajustando algunas modificaciones para permitir cierta actualización (como la referencia a los políticos pronunciada por Crispín), la dirección consigue mantener el interés incluso a quienes conocen profundamente la obra.
            Un vestuario diseñado por Francis Montesinos, muy adecuado y participativo, y la omnipresencia de Pepe Sancho, convierten  la representación en un atractivo para el gran público. Sin embargo, además del texto, la sutilidad de la dirección de actores, el manejo de un decorado versátil y una iluminación ajustada a las necesidades de cada escena, nos obliga a recomendar la obra. Aun así, reconociendo el gran trabajo de Sancho, nos hubiera gustado un Crispín menos monocorde en ocasiones, con alteraciones tonales y un poco más de matización del doble juego expresivo del pícaro, capaz de modificarse a sí mismo según las circunstancias. Los gestos reiterativos de la interpretación le dan personalidad original a Crispín, pero pueden resultar cansinos en ocasiones. Pero es cuestión de pareceres porque Sancho consigue ganarse al público y qué mejor decir a favor de la representación que se hace corta para el espectador, lo cual es signo de que la dirección ha sabido mantener el interés de un texto y de unas situaciones más complejas de lo que aparentan.
            Un montaje recomendable y que gustará a todos, incluyendo a los jóvenes. Sin olvidar destacar la magnífica interpretación de la joven Nuria Herrero. Aunque en realidad los actores destacan tanto que se quedan a un paso de engullirse a Crispín. Quizá se crea demasiada distancia entre la interpretación de Sancho y el resto. Pero el resultado merece la pena: de todos los montajes de Los intereses creados a los que he asistido, me quedo con éste. Hay que ir al teatro a comprobarlo.

domingo, 24 de octubre de 2010

La sociedad infantil

                Yo no sé si algún filósofo y sociólogo lo habrá dicho porque leemos tanto que ya no nos da tiempo a digerir todos los contenidos. Lo que deseaba expresar después de examinarlo mucho tiempo es que el poder encontró desde hace años la mejor manera de dominar a la sociedad con un beneficio mayor que manteniéndonos a todos en el analfabetismo y en la miseria: el infantilismo.
                El analfabetismo es un problema. Mantener una población ágrafa genera una mano de obra de escasa cualificación. Además, este sector de la sociedad es un poco brutote y es capaz de alzarse en armas cuando la situación se caldea como pasó en 1931. Encima, si la población sabe leer, deletreará la publicidad, lo cual es fundamental para mantener los productos en la primera línea de los supermercados. Entenderá mejor los mensajes comerciales.
                La miseria es un problema porque impide el consumo y si la gente no consume, los beneficios empresariales disminuyen. No sé si se habrán dado cuenta nuestros gerifaltes económicos pero si no tenemos billetitos de euro, no podremos comprar y tendrán que irse a vender sus excedentes a China o la India, que producen ya demasiado como para no tener los suyos. No conviene mantener a la gente en la miseria, salvo que la alcance por sus propios medios.
                Solución: infantilizar a la sociedad. Incluso a los catedráticos, a los sabios y a los políticos, y si hace falta a los máximos accionistas de las empresas del  Íbex 35. Aplican la idea de que el niño es inocente. Si infantilizamos a la sociedad, la gente se hará inocente y, por tanto, no entenderá la realidad y se conformará con lo que tenga a su alrededor. Pongamos cosas a su alcance. Nuestro poder quedará garantizado per secula seculorum. El niño es incapaz de causar daño si está distraído. Pues a distraer que toca.
                Vamos a ver cómo nos distraen:
1)      Televisión. Manteniéndonos ocupados con la vida de Belén Esteban o de cualquier otra persona que no aporta nada a la sociedad. Todos les llamarán caraduras o vividores, pero ahí estará el público atento a sus devaneos y escándalos la mayor parte provocados para ganar más dinero o mantener una audiencia televisiva (a más publicidad, más beneficios). Neocomedia. Series a granel, acaben o no en el mismo día, pero conseguir episodios adictivos. Grandes hermanos con morbo.
2)      Deportes. Esto es derivado de la anterior. Recuerdo cuando hace veinticinco años hablábamos de fútbol. Discutíamos sobre los partidos, alineaciones, tácticas, calidad de los jugadores… Ahora no: ahora lo importante es que Cristiano Ronaldo haga un anuncio de calzoncillos que las mujeres nunca vieron (parece que algo pasó), o que Mourinho diga cualquier perogrullada para distraer a los periodistas y a la gente y así no presionen a sus jugadores, o que el presidente del Barça encargue una auditoría por la gestión del mandatario anterior. Pero ¿esto es fútbol? Lo importante ahora es ponerle una alcachofa a un jugador cabreado para que maldiga al árbitro, nunca ofrecer imágenes de la belleza de las jugadas. De ahí que la popularidad de los programas de radio siga siendo mayor que la de las televisiones. Más importantes los chistes malos de algunos comentaristas que las imágenes de un partido. Los chistes infantiles son más proclives al fútbol que a cualquier otra actividad.
3)      Películas. Argumentos infantiles, como el de Avatar, como manifestaciones de inconformismos. Las películas de miedo para adolescentes, las comedietas, los efectos especiales dedicados a impresionar al espectador y no a reforzar un buen guión que casi nunca encontramos.
4)      El coche. Sé maleducado y saca tus instintos como los críos. No dejes pasar a nadie. Yo el primero y luego yo. Expresión máxima del individualismo infantil. El coche como manifestación de mi poder, rasgo infantil, frente al coche como medio para facilitarme la llegada a distancias inalcanzables caminando, rasgo adulto. Y si no fijáos que cuanto más crío sea un tipo que conozcáis, coche más espectacular tendrá.
5)      Libros. Nada: argumentos livianos, suaves, batallitas, enigma detectivesco, mundos misteriosos, pseudohistóricos, con algo de erotismo que parece destinado a la masturbación del adolescente, personajes planos con sentimientos vulgarotes y nada diferentes a los de una persona inmadura… Ese es el libro que mejor vende hoy en día.
6)      Casa: falsamente idílica. Con piscina y lo que quieras, pero con reuniones de comunidad de vecinos donde todo son problemas. Bellas por fuera, no funcionales por dentro y construida con materiales de mala calidad. Nos engañan como a niños: casas ajustadas a nuestras necesidades, pero malas, malas, malas. Luego ves y reclama, sobre todo en estos tiempos donde han desaparecido tantos constructores.
7)      Videojuegos. ¿Para qué hablar de ellos? Vive una vida excitante, juega una liga de fútbol excitante, mata a los mafiosos de forma excitante, gana la segunda guerra mundial de manera excitante… Gana como un niño y no pierdas porque si no, llorarás como un niño.
Y así podríamos seguir enumerando  aspectos de esta sociedad. El infantilismo ha pasado de ser una actitud individual a un rasgo colectivo, y de ahí a una ideología dominante.
Sin embargo, cuidado con los niños enrabietados que pueden ser peligrosos cuando se enfadan. O al menos, insoportables.

EL APOCALIPSIS SEGÚN BENEDICTO DE ESTEBAN BEDOYA


En la narrativa paraguaya del siglo XXI se van añadiendo nuevos nombres que la están nutriendo de un esplendor aún desconocido en el exterior, pero muy apreciable cuando penetramos en su mundo. Ya no descubrimos a nombres dispersos como venía ocurriendo hasta bien entrados los años ochenta, y a unas cuantas figuras dominadoras de esa cualidad llamada “fama”. Ahora los autores se multiplican por doquier y resulta realmente complejo realizar aquellas nóminas, cronologías y entradas de diccionario que a mediados de los noventa nos resultaban, si no sencillas de realizar, sí menos laboriosas que en la actualidad. Esto es muy bueno para una literatura que, sigue en su isla, pero más por problemas mercadotécnicos, empresariales o diplomáticos, que por los estrictamente literarios.
            Entre estos narradores paraguayos del siglo XXI encontramos a Esteban Bedoya. Asunceno que ha vivido en Buenos Aires y en Suiza, nacido en 1958, se nos reveló con un prosista en crecimiento con aquel libro titulado La fosa de los osos, una obra formada por diez cuentos, caracterizada por su economía expresiva, su versatilidad del discurso y la intensidad emotiva, rasgos que no ha abandonado en sus siguientes creaciones. Relatos de la obra como “Adán, el exterminador de serpientes y su pacto con la muerte” o “La importancia de llamarse Jean Baptiste Pororó” están entre las mejores narraciones paraguayas de los últimos años. A ella siguió Los malqueridos, obra que reunía tres historias con relación entre ellas y sus personajes.
            Bedoya siguió publicando hasta que nos ha dado recientemente una obra redonda: El Apocalipsis según Benedicto. Está constituida por cuatro novelas cortas o cuentos largos, según se quiera mirar, entre los que destaca evidentemente el que da título a la obra. A él se le suman tres relatos titulados “Los González Espino”, “El camino interior” y “Villa Eloísa” donde se enfrentan dualidades como la fantasía y la realidad, la hipocresía y la sinceridad, mentira y verdad. Así, un cuento como “Villa Elisa” ofrece un análisis crítico de la realidad sociopolítica del Paraguay, con una historia sobre la corrupción, el arribismo y el amiguismo existentes, mezclado con una trama fantástica, en la que se suceden acontecimientos sobrenaturales en la casa del título. Y es que, como escribiera Borges, la condición metafísica del relato se caracteriza por la disolución o la asociación entre ficción y realidad: por la debilidad de la línea que las separa.
            “Villa Elisa” es un gran relato de la voracidad especulativa del neocapitalismo alejado de toda ética. Aunque estemos asistiendo a sus últimos coletazos, la avaricia ha existido siempre y existirá, parece decirnos Bedoya. El problema es el grado. De que los fantasmas de “Villa Elisa” protagonicen la rebeldía contra un mundo de negocios que invade hasta los espacios de lo sobrenatural. Esa dureza se subraya también en relatos como “Los González Espino”, ubicado en la represión argentina de finales de los setenta, también incide en lo sobrenatural, con el enfrentamiento del ángel con don Agustín González, hombre de la dictadura, o en “El camino interior”, un relato con un suspense graduado a la perfección.
            Centrándonos ya en el relato que da título a la obra, estamos ante una narración con una carga crítica anticlerical muy sólida. Estamos ante el monólogo de Joseph Ratzinger, el actual papa Benedicto XVI, referido a Sor Pascualina, una monja mexicana que permite justificar la estructura del discurso. De esa forma, repasa la biografía del pontífice desde su pasado filohitleriano, el cual no niega pero alega como defensa el que no era fácil escapar del fanatismo de ese terrible personaje de la historia universal, hasta su integrismo con la aceptación del cargo de prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, sucesora de la Sagrada Congregación de la Romana y Universal Inquisición fundada en 1542. Recuerda su pasado y su amor hacia una muniquesa, Gerda, por la que se obsesionó durante su adolescencia hasta el punto de pasar el día “con las manos metidas en los bolsillos del pantalón”. Y es que, por mucho que trate de impedirse, la humanidad de los prebostes de la iglesia contrasta con la doctrina del celibato impuesta. Por ello, Benedicto conoce bien la necesidad de un giro radical en la iglesia católica para poder sobrevivir: simplemente poder sobrevivir.
            Por ello, necesita recuperar fieles y para eso revela el Tercer Secreto de Fátima: el advenimiento del fin del mundo, lo que renovaría el archiconocido “temor de Dios”, lo cual impulsaría a los infieles a la conversión y a recuperar adeptos. Sin embargo, Benedicto va más allá y decreta que los sacerdotes pueden dejar de ser célibes, pueden acogerse al sacramento del matrimonio, aunque no las altas jerarquías. Ello provoca todo un enorme revuelo y un episodio que permite hacer crecer el interés del lector hacia el desenlace.
            Si a ello añadimos detalles interesantes como de la alusión al “obispo presidente” cuando el embajador paraguayo acude a la Santa Sede, o los movimientos de Sor Pascualina a los que se muestra atento con lascivia el narrador-protagonista. Bedoya sabe imprimir alusiones a aspectos del presente para cautivar la atención del lector. A lo mejor este pequeño detalle permite la mirada positiva del lector latinoamericano hacia un discurso que de por sí ya es demoledor.
            Estamos ante un gran relato en el que se pone encima de la mesa de debate un tema crucial en nuestros tiempos: la crisis del cristianismo y, sobre todo, de la iglesia católica. A lo largo de los diez capítulos de la obra se va revelando cómo a lo largo del siglo XX la espiritualidad decreció hasta irse apagando. Como se va apagando Ratzinger hasta descansar en paz en la tierra de sus ancestros y no quedar ni rastro de Sor Pascualina, la persona gracias a la cual el papa, en su retiro, nos alumbra sobre los destinos inciertos de una iglesia cuyo lugar en el mundo del hedonismo ha quedado relegado a la postergación como tantas otras ideologías y espiritualidades.
            Esteban Bedoya se nos ha revelado como un gran autor importante para las letras paraguayas. Personalmente, tenía esperanzas de que así lo fuera después de haber leído La fosa de los osos hace años, y me ha confirmado que, además de tener un gran conocimiento de la constitución del relato, es valiente, atrevido y capaz de suscitar la reflexión e incluso la polémica. Por otro lado, el libro está muy bien editado, con una portada y unas láminas interiores realmente espléndidas, lo cual es de agradecer igualmente. Ahora queda esperar a que Bedoya nos ofrezca nuevas obras en el futuro. Pero su obra ya ha quedado marcado por este gran trabajo que es El Apocalipsis según Benedicto.

"El amor de mis amores" de Raquel Saguier

EN RECUERDO DE RAQUEL SAGUIER.
El 21 de noviembre de 2007 fallecía una de las grandes escritoras paraguayas del siglo XX: Raquel Saguier. En aquellos días le dedicamos  artículos y reseñas de su obra. Sin embargo, no había podido conseguir hasta hace unos días su última novela, publicada sólo unos meses antes de su desaparición: El amor de mis amores, su sexta novela escrita, quinta publicada.
He de reconocer mi debilidad por su escritura; por su gracia para atenuar la tragedia y la gravedad por medio del humor en toda su obra, hasta el punto de conseguir que la ironía y la comedia distancien pero también aumente el carácter dramático de un acontecimiento. Pocos autores paraguayos como ella supieron organizar distintas versiones de un acontecimiento alrededor de un personaje, un objeto o una situación, hasta darles una globalidad narrativa sostenida en un discurso coherente, aunque en apariencia sea el flujo de la conciencia o el monólogo interior, como Esta zanja está ocupada o La posta del placer, dominando en la alternancia distintos registros del discurso o varias tramas convergentes, como la policial o la amorosa. También supo desnudar su infancia en la inolvidable La niña que perdí en el circo, y rememorar una época perdida pero muy viva en su memoria. O reivindicar la sinceridad del amor y la sensualidad femenina con La vera historia de Purificación, una novela que conviene recordar por su intensidad y su osadía temática por aquel 1989.
Por fin me llegó a las manos El amor de mis amores, editada en julio de 2007. Tenía mucho afán de lectura de esta obra para completar su bibliografía. Y realmente hace tiempo que no había leído una obra escrita con tanta hondura en el tratamiento de un tema biográfico tan personal. Con tanta sinceridad interior.  En su lectura, más que leer una obra de Raquel Saguier, es Raquel Saguier la que está contándonosla con su voz. Quienes hemos tenido la fortuna de gozar de su gran capacidad de conversación, sabemos que nos está hablando ella en primera persona hasta desnudar su alma y su biografía. Por esta razón, se destruye el argumento de la narratología moderna que distingue entre autor y narrador. Aquí ambos confluyen en una misma función.
El amor de mis amores es una crónica memorialística de un pasado personal visto desde el presente. La enfermedad del “amor de sus amores” genera la chispa por donde discurre el fluir de la conciencia de la autora y el recuerdo fragmentario de su pasado. Como expresa el prologuista de la edición, el maestro Rubén Bareiro Saguier, “los episodios no se suceden cronológicamente, sino de acuerdo con un código ‘caprichoso’, que anticipa hechos que luego, al final, ocupan su sitio en el tiempo de su acontecer, como en un crucigrama”. Es el orden de la memoria el que marca la estructura del discurso; nos cautivan las pausas, los silencios, muy alabados por la autora, y los pensamientos expresados con un lenguaje que alterna varios registros entre la oralidad y la escritura. La expresión coloquial, el refrán, las canciones infantiles, la metáfora culta, la hipérbole, la cita intertextual, incluso de versos lorquianos… escrituras entre la gravedad o el juego vanguardista, de pura escritura automática, como en la página veinticuatro (“ojos mis ojos agrandados de tanto comer noche”); todos en conjunto dan poder a la narración, dentro de un discurso abierto que lleva volando al lector hacia el gozo de la palabra. Nos cautiva el amplio poder de su lenguaje.
Estamos ante una obra desgarradora. El desnudo interior le infiere un dramatismo profundo. Sorprende la entereza con que el personaje, la propia Raquel, soporta con estoicismo la desgracia de la enfermedad de su esposo, del amor de sus amores. Incluso la ironía y el buen sentido del humor, precisamente por provocar empatía entre el narrador y el lector, aumentan ese dramatismo, aunque eliminen el patetismo y el sentimentalismo del melodrama. Sonreímos a la desdicha porque así lo desea la autora.
La novela, que lo es por su propia estructura interna a pesar de presentarse bajo forma de ensayo confesional, repasa la propia trayectoria de la autora. Sobre todo con el recuerdo presente de su primera novela, La niña que perdí en el circo, la más próxima por estilo y registros a ésta. Con ello, curiosamente Raquel Saguier abrió y cerró su ciclo novelístico con sus dos creaciones autobiográficas. Con su estilo fiel, desarrolla el recuerdo con fina sensibilidad, sin caer en lo sórdido de la enfermedad. Incluso se atreve a ironizar sobre la sociedad actual y sus absurdos, su disparatado consumismo, las apariencias o la dependencia de la tecnología. Es parte del discurso, de ninguna manera forzado por la capacidad reflexiva interior y exterior de la autora.
Con estrategias discursivas anticipatorias, como el advertir de las consecuencias de la enfermedad que se avecina al principio de un fragmento, mantiene el pulso latente de acciones sin necesidad de tratarlas con descripciones o diálogos, evitando la interrupción del flujo narrativo. El sufrimiento se aviene con el estoicismo; la cruda realidad pelea con el deseo. Es la lucha de Raquel por la supervivencia diaria. Incluso se aísla del mundo para cuidar a su esposo, y refugiarse en la escritura. Por esta razón, resulta imprescindible la lectura biográfica de la novela cuando se desea conocer o estudiar a la autora. Pero los mejores momentos, como los apartados del tango, sobreviven a ese recuerdo también. El erotismo, tratado con humor en ocasiones, también está presente, porque es parte de la pasión humana y del gozo de la vida.
Me quedo con una frase de la novela: “Por suerte, entre la bruma de tanto sufrimiento, no se perdió mi risa fácil”. No se ha perdido: sigue viva en nuestra memoria. La frase resume a la perfección los buenos ratos que pasé con ella y su situación personal cuando la conocí allá por 1995. Esta obra nos permite revivir a Raquel Saguier y sentarla junto a nosotros para siempre. Nos activa el recuerdo personal de sus conversaciones, sus charlas, sus inquietudes, su fuerte carácter, su deseo irrefrenable por trascender, por tener una obra literaria con peso y difundida. Nos dibuja a la perfección a una autora que nos resultará imposible olvidar y siempre ocupará un lugar preferente en la literatura paraguaya contemporánea. Y a una amiga.
Vaya mi recuerdo ahora que se van a cumplir tres años de su fallecimiento y mi deseo de que su obra perdure en la eternidad literaria.

"El fondo de nadie" de Juan Ramírez Biedermann

EL FONDO DE NADIE ES EL FONDO DE LA SOCIEDAD

            El filósofo danés Sören Kierkegaard expresó que “la puerta de la felicidad se abre hacia dentro, hay que retirarse un poco para abrirla: si uno la empuja, la cierra cada vez más”. Realmente la búsqueda de la felicidad ha sido una preocupación eterna de cada ser humano. Para alcanzarla, además de la predisposición interior hay que disponer de una dosis de fortuna y estar en el lugar y en la hora adecuadas. Aun así, es un concepto dependiente del grado y objetivos planteados por cada individuo. Del deseo.
            Ese anhelo es el motor de la novela del autor paraguayo Juan Ramírez Biedermann titulada El fondo de nadie, publicada por la editorial Altazor de Perú. Estamos ante una obra sobre la frustración inherente al estado de infelicidad, que por ello no deja de examinar la realidad. Sus personajes, aun teniéndolo todo en su vida, como Silvia, o eligiendo un estado de bienestar después de un suceso, como el protagonista Ezequiel, se ubican en la desdicha interior y no encuentran el camino hacia la felicidad. Ello les conduce al hastío y a un deseo permanente de huida hacia una nueva vida, lo cual aumenta su frustración dado que no pueden escapar ni de su pasado ni de su presente. Ni siquiera plantear un futuro por su inoperancia a la hora de llevar a la práctica una decisión de cambio radical en su vida. Son personajes marcados por sus propias decisiones más que por su destino, personajes que no abren la puerta hacia adentro sin retirarse como dice Kierkegaard. Por ello, Ramírez Biedermann ofrece una tesis sobre las oscuridades del ser humano; tesis sustentada en la idea de que las caídas en los suburbios de la vida están provocadas por erróneas decisiones personales en la mayor parte de los casos. Por abrir la puerta hacia dentro sin apartarse un poco.
            El fondo de nadie es una novela que alcanza en muchos momentos la perfección. Posee una extensión adecuada a la historia narrada. No hacía falta extenderse más allá de las ciento diez páginas del libro para que la historia de Ezequiel Collado tuviera fuerza narrativa e interés. Este mérito se añade a otros como el buen uso del tempo del discurso, el rigor del lenguaje, con mesura sin perder adecuación al hablante en la expresión coloquial, y la disposición estructural en paralelo al inicio que gira hacia el destino común de los personajes a partir del capítulo donde la Jefa Mariela pasa la noche con el protagonista y la acción discurre veloz hacia la decisión final de Ezequiel. Técnicamente, hay capítulos intachables como el tercero, por descubrir la podredumbre del mundo de los negocios; el banquete del que Silvia acabará huyendo a casa de Claudia, quien la consuela ante su estado de insatisfacción y la autodestrucción previsible. El autor consigue hacer sentir al lector el asco de Claudia
            Uno de los aspectos mejor concebidos y trazados en la obra son los personajes. Ezequiel es un perdedor que renuncia a su dignidad a cambio de una buena cuenta corriente en Uruguay, hasta que finalmente se conciencia y decide recuperarla. El final abierto nos deja en la duda necesaria para comprender la oportunidad de su decisión de acudir a la prensa a denunciar la verdad de lo ocurrido cuando está al borde de lograr una libertad condicional que le va a proporcionar la salida de la prisión y una vida nueva y placentera. Después del fraude por el que es condenado, la cárcel se convierten en su refugio, pero llega un momento donde su cueva se tambalea a causa de su fluctuación entre Silvia y Mariela, amores inacabados, uno ausente y otro presente. Los tres personajes, vértice de la narración, son almas en pena frustradas por las circunstancias de su vida. Ni siquiera el placer, los caprichos hedonistas o el erotismo, muy bien cuidado en el discurso, son vías de escape.
            Hasta el amor sincero se convierte en un imposible. El posible romance de Silvia y Ezequiel se desvanece por el interés puramente económico dadas las aspiraciones de ella, que acaba contrayendo matrimonio por materialismo, lo cual le generará una insatisfacción permanente… también a Ezequiel, quien, como el coronel de García Márquez con su pensión, esperará su visita a la prisión sin éxito. También es imposible el amor de Mariela porque él acaba tomando la decisión de ser honesto en lugar de iniciar una nueva vida junto a ella. Es una prostituta para tipos sociales de alta posición económica, que alcanzó la regencia de un burdel con su esfuerzo, y cuando acepta la proposición de Ezequiel, siente el cosquilleo del amor y acaba intentando regenerarse, lo cual le resulta imposible porque la vida le es esquiva. Los tres han alcanzado el éxito económico, Ezequiel gracias a su silencio, Silvia con su matrimonio, y Mariela después de haber escalado hacia la prostitución de alto standing. Sin embargo, los tres son infelices: ni consuman su amor, ni alcanzan la plena dignidad humana, ni encuentran sentido a sus vidas. Su incomodidad social no parte de causas económicas: procede de su autoexclusión moral. No son seres satisfechos con ellos mismos porque han preferido el dinero a la estabilidad proporcionada por la elección sincera. Por ello, caminan hacia el fondo de un pozo, que es el submundo paraguayo, y han de renunciar a la buena situación económica y a la función social elegida en el pasado si desean salir de su angustia hasta encontrar un nuevo camino de felicidad y de dignidad ética, como Ezequiel decide al final. Aunque el desenlace abierto de la novela deja al lector con la incerteza de su destino: ¿el camino elegido será satisfactorio, su destrucción o una nueva quimera?
            Algo muy importante en la obra son los silencios en los diálogos; las conversaciones donde uno de los participantes ofrece el silencio como respuesta expresado con guión y puntos suspensivos. No resultan cansinos a pesar de su reiteración ni carecen de operatividad. En esta novela, el monólogo del personaje es sustituido por estos diálogos sumamente cuidados con respuestas que describen los acontecimientos, su visión de la realidad y sus pensamientos. La intervención repentina del personaje después de varios silencios encauza o dirige la conciencia del interlocutor hacia una vía coherente del contenido.
            El autor aprovecha sus personajes con sumo cuidado para ofrecer un fresco práctico del materialismo del individuo. Las decisiones vitales están sujetas al interés crematístico. Por ello, el trabajo acaba descubriendo la corrupción de una sociedad insatisfecha. Aunque los sucesos estén ubicados en Asunción, bien podrían extenderse a otros lugares del planeta con sólo modificar espacios y formas. Al fin y al cabo, Ezequiel no es el único personaje del mundo que vive apaciblemente en la cárcel gracias a su solvencia económica, hasta el punto de ver la prisión como su refugio ante la suciedad humana del exterior. El encierro le permite vivir más tranquilo que esos ricos hombres de empresa preocupados por ascensos y traiciones del capítulo tres, y que Silvia odia aunando sus actitudes hasta reunirlas en su marido. ¿Oda a la vida retirada? No, pero sí un canto a la dignidad personal, a la coherencia individual, a la superioridad de la pureza de los actos sobre el dinero y a la necesidad de limpieza social.
            De ahí que estemos ante una novela muy bien estructurada, con riesgos bien medidos para el fortalecimiento del discurso, y de muy interesante lectura gracias a las sincronizadas transiciones de las historias de los personajes. Posiblemente sea una de las creaciones literarias paraguayas más perfectas de los últimos años, aun teniendo en cuenta el mayor nivel cualitativo alcanzado por la novelística paraguaya del siglo XXI. Si en su obra anterior, Nobis, se vislumbraba el paisaje de un gran narrador, un gran contador de historias, con El fondo de nadie, Ramírez Biedermann ha conseguido impulsarse hacia un lugar preferente en las letras paraguayas, a confirmarse en futuras creaciones.
            Esperemos que el autor sea consciente de que la novela necesita una segunda parte. U otra historia que derive de esta obra, quizá incluso asumiendo el peligro de concebir y caer en una novelística total. Personalmente, me quedo con hambre de conocer qué le podría suceder a Ezequiel después de contar a la prensa la verdad, aunque lo intuya. Pero esto es una apreciación personal que sólo debe servir para que Ramírez Biedermann, lo más pronto posible, persista en su creatividad y se consagre definitivamente en el ámbito hispano con uno o varios trabajos más.
            Madera de gran autor tiene. Esperemos que logre la continuidad necesaria para serlo. Porque estoy seguro de que lectores tendrá. Muchos.

viernes, 22 de octubre de 2010

Carta a mamá

Querida mamá:
Quiero contarte algo de mi vida que no sabes.  Todo comenzó durante unas vacaciones; en ese tiempo donde se goza de la vagancia y del propósito de enmienda de que a partir de septiembre ni me enfadaré con el jefe, ni con la familia, ni con el vecino impertinente que, con la connivencia del simpático pleno municipal y el alcalde o alcaldesa, se pasa el día con el equipo de música altisonante, ni con los vehículos-discoteca que delinquen por contaminación acústica, ni con los coches maleducados que se saltan los semáforos en rojo con el permiso policial tácito (votos son votos), ni con el árbitro del próximo partido de fútbol. Ese tiempo de recarga de pilas porque si no la productividad disminuye, las cuentas de resultados se resienten y el turismo se muere.
Y qué mejor ayuda para el descanso playero que un libro. En uno de mis días vacacionales de hace cuatro años, salí a pasear por la orilla del mar mientras disfrutaba del ocio en un lugar cuyo nombre prefiero no recordar, cuando tropecé con una señorita en top-less eliminador de la blancura pectoral. Estaba leyendo: ¡maravilloso! Me acerqué mucho más para cotillear el título de la obra, porque la portada no me lo revelaba a distancia: Las chicas buenas van al cielo y las malas a todas partes. Pensé que se trataba de un libro erótico, una suerte de 120 días de Sodoma, ya que imaginaba qué podía hacer una chica mala en oposición a una buena y más con los significados metafóricos de “a todas partes”. Nada de eso: le pregunté a los dos pectorales sueltos, donde va la mirada, de qué iba la obra y me dijo que eran consejos para no tener miedo a consumar la voluntad personal. Tanto título y, ya ves, sólo un volumen para combatir los miedos bíblicos de nuestra educación judeo-cristiana. Evidentemente, aquel encuentro no iba a culminar en aventura, para mala suerte mía habitual.
Seguí caminando paseo arriba cuando encontré en una de esas llamadas “Bibliotecas del Mar” la magnífica obra completa del sabio académico brasileño Paulo Coelho. Fue el primer clásico de la autoayuda, ahora secundado por el seductor de intelectuales Jorge Bucay. El camino de la autodependencia. Con la lectura de Coelho se iluminó mi existencia y emprendí el camino de la perfección postmoderna gracias al neoespiritualismo libresco.
Decidí dejar de fumar como rasgo primigenio de mi iniciación. Estaba a punto de tener un hijo y era el momento. Qué mejor que seguir los consejos de un libro titulado Es fácil dejar de fumar, si sabes cómo. Y lo conseguí: ¿ven ustedes como todo es fuerza de voluntad? Al dejar el vicio, supe que mi camino debía proseguir con la pérdida de barriga y un poco de ejercicio y dieta: ¡anda, si el mismo autor tiene un libro que se llama Es fácil perder peso. Bueno, pues allá que fui, y perdí mi prominente barriguita, esa montañita que era mi signo personal antes de cambiar de vida. Sin embargo, mi existencia se rodeó de un ambiente degradado: para ello, qué mejor que Inteligencia emocional. Con este libro aprendí a dominar mis aspectos más salvajes, pero no era suficiente: había que complementarlo con Cómo fortalecer la inteligencia emocional. Después, ya fui un ser equilibrado, sobre todo cuando practicaba el Tai-chi en el balcón de mi casa, para susto de mi esposa y malediciente envidia de mis vecinos.
También había que aprender bricolaje, cultivo del bonsái, cocina real o de monasterio, conocer los poderes de los hierbajos de la Sierra de Mariola, el poder del silencio, la práctica del Tai-chi, el fitness, y la sombra del Tao o cómo alcanzar el nirvana en un par de noches. Y esos manuales de mejorar tu potencia... Ejem, ya me entiendes, mami, aunque no me enseñaras nada del tema. Aquellos cursos de aprenda alemán en siete días no eran nada comparado con este anhelo de perfeccionamiento. Ah, y me ascendieron en la empresa gracias a haber leído Los 100 secretos para triunfar. Además, me convertí en un gran conocedor del sufismo, lo que me valió para convencer a mi jefe de que el equilibrio de la empresa consistía en combinar deseos y hechos.
Mi vida familiar era perfecta. Nació mi hijo. Muy guapo pero ni comía ni dormía. Cuando ya conseguimos que comiera, seguía sin dormir. La muerte me acechaba cuando me ponía al volante después de pasar media noche en vela. En la librería estaba la solución: Duérmete, niño, quince mil ejemplares vendidos. Y seguí sus consejos: el niño solito, en su habitación, y aunque llore, ni caso... A los dos meses seguía llorando y en vela a las cinco de la mañana. El martirio de San Lorenzo era una comedia al lado de mi existencia. Menos mal que el libro nos daba la confianza en un mañana mejor.
Ello supuso que la relación con mi pareja se deteriorara. Pero no era un problema porque para eso leí Tus zonas erróneas y me curé de los males de mi espíritu. Aunque mi pareja, claro, con eso de que era feminista no podía acabar bien, y me mandó al cuerno... a mí y a mis principios. Menos mal que leí, Mejor vivir solo que mal acompañado, porque si no hubiese acabado majara. El niño... mejor con ella, según el juez. No entendía que pudiera educarlo con responsabilidad, fíjate, con mis conocimientos filosóficos y con mi capacidad intuitiva educada por el señor Osho. ¡Con esta burocracia cómo va a avanzar España!
Desde entonces padecí “mobbing” en mi trabajo, me robaron el coche y se incendió mi casa. Me salvó un libro magnífico que enseña a soportarlo... El estoicismo veloz. Se me rebelaban hasta las flores, de no haber sido porque conocía el poder de las plantas, pero lo cierto es que desde que mi mujer me dejó, se me han muerto hasta las macetas y el periquito. Y para colmo, a pesar de los consejos sufíes a mi jefe, mi empresa quebró. Me encontré en el paro con veinte años de experiencia en zarandear papeles y con un título de economista inservible ante la llegada de los más jóvenes con másters y capacidad de asimilar salarios basura por todo tipo de trabajo. Y del sexo... nada, sin mi esposa... pagando, porque lo que se dice libro bueno para ligar no hay, a pesar de algunos intentos célebres. Todos dicen lo mismo, pero en la práctica parece como si las tías conociesen los trucos del conquistador. Eso sí: la autoayuda me ayuda a ayudarme.
Con este panorama, he vuelto a fumar.
Iré a comer a casa entre semana a partir de ahora. Tu hijo que te quiere y no es Don Quijote...

Roberto Bolaño recordado.

El jueves día 21 de octubre por la noche vi en La 2 -notable cadena- un documental sobre Roberto Bolaño. Gran iniciativa por parte de nuestra televisión pública, a la que algunos quisieran convertir en un Gran Hermano continuo, ya vía pública ya privada (para bastantes opinadores, la única posible).
Dio una imagen aproximada de quién fue y de su obra. Los testimonios de Juan Villoro y de Jorge Herralde dando testimonio de su vida editorial certificaron su condición de escritor de culto; de escritor diferente y admirable. Todos somos bolañistas, me dijo una vez una profesora. Y tenía razón: los freakies de la literatura concebimos el universo literario como la vida misma. Como Bolaño.
Bolaño leía, escribía y, de vez en cuando, publicaba. Siete años después de su muerte nos sigue obsequiando novedades, como El Tercer Reich en este 2010, una gran novela muy imbricada con su vida y sus gustos, como casi toda su producción. En Estados Unidos lo acaban de descubrir, con lo cual le han dado carta de existencia universal, aunque en el resto de Occidente sus libros la tuvieran desde hace más de una década. El éxito de Bolaño no es reciente, y para descubrirlo lean el artículo de Ignacio Echevarría, quien bien lo conociera, en El Cultural de hoy acerca de Robert Ballyear. Como sabemos de sobra, hoy lo importante no es la obra sino la marca o el logo, lo cual no vale para la creación de este autor. Y por eso nos gusta tanto: su obra es total y global.
He dado conferencias sobre Bolaño, dirigido trabajos de doctorado y publicado en Turia y otras revistas acerca de su obra. La grácil complejidad de su prosa me lo convierte en más atractivo cada vez; siempre encuentro significados nuevos en su relectura. Quedo encantado con sus personajes oscuros, ocultando un fondo desconocido, con su búsqueda de las formas más abyectas del ser humano, pero siempre mostrando su universo e incluso a sí mismo. No me extraña que haya tantos "bolañitos", y como Jorge Volpi dijera en relación a los escritores jóvenes latinoamericanos, "todos somos Bolaño". Al fin y al cabo representa al hombre consagrado a la literatura y a la creación de su universo narrativo. Un hombre literario, lo cual es una carencia de nuestra sociedad actual. Cuanto más libros se escriben menos hombres literarios como Bolaño existen.
No hemos olvidado a Bolaño. Sigue vivo. No es un icono de la literatura hispanoamericana, sino un autor puntero, lectura obligatoria para nuestros alumnos igual que Rubén Darío, Borges, Rulfo, Neruda, García Márquez, Vargas Llosa, Carpentier o Rómulo Gallegos. Él no es el signo de una generación: es el signo de nuestros tiempos, de nuestro mundo, de nuestras aspiraciones de vivir la literatura.
El día 26 de noviembre iremos a Castellón a pronunciar una conferencia sobre su obra. Hay que seguir evangelizándola más allá de las aulas, los congresos y las cátedras; ensanchar su número de lectores. Si lo conseguimos, será un buen signo: será muestra de que los lectores tienen buen gusto y valentía para leer buena literatura alejada del neofolletín imperante en las listas de libros más vendidos.
Nos conformamos con tan poco que, en estos momentos, alabamos que una televisión, aunque sea una, dedique un poco de tiempo a nuestros escritores y los trate de manera tan cariñosa y ajustada a la realidad, sin mitificaciones ni mixtificaciones. A ver si la sociedad se da cuenta de que la utilidad de la literatura real es incuestionable. A lo mejor, la crisis económica nos permite recuperar el buen gusto estético porque es crisis de valores sobre todo. Entre ellos, el de la sensibilidad artistica.
Bolaño vive. Siempre nos dice algo nuevo aunque lo hayamos leído.

jueves, 21 de octubre de 2010

A propósito del Planeta

Carmen Amoraga ha sido finalista del Premio Planeta. Me alegro muchísimo de que una paisana mía alcance las mieles del éxito y le permita ser conocida e incluso visitar esas listas de libros más vendidos que parecen fotocopiadas para todos los periódicos. Y más cuando la paisana es amiga y compartimos asociación literaria o vigilias de lectura de otros amigos comunes, además de haber tenido la fortuna de entregarle el premio de la crítica literaria valenciana cuando yo era secretario en 2004 por La larga noche, un argumento atractivo sobre la industria del cine pornográfico barcelonés alrededor del rey Alfonso XIII.
Su dotación económica altísima es una espoleta importante y nos encanta que los escritores, y algunos de calidad sobre todo, ganen unos cuantos miles de euros con muchos ceros detrás de la primera cifra. Ojalá muchos lo consiguieran como en otras profesiones menos arduas pero más populares.
Siempre se ha comentado que la obra finalista del Planeta es la buena, mientras que la ganadora es la comercial, la destinada al público mayoritario. Lo fue en el caso de los otros dos finalistas valencianos de este siglo XXI, Susana Fortes y Ferran Torrent. Sus obras superaron en calidad a las de los vencedores Antonio Skármeta y Lucía Etxebarría. Espero que mi amiga Carmen también lo haya conseguido, aunque con Mendoza es complicado.
De esa forma, el premio se concebía desde su origen bajo el principio de la aglutinación de la comercialidad y de la calidad literaria. Era, por tanto, un premio para todos, gran público y minorías. Una buena conjunción astral sobre la que recaían rumores sobre ganadores sin acabar su obra, bajadas de pantalones de escritores de culto, plagios o presiones de grupos mediáticos, algunos a caballo, los cuales alimentan su aureola mítica misteriosa y no hacen más que reforzar su popularidad y su notoriedad.
Es un premio que engulle hasta sus sombras de manera inteligente con elegancia. Todos los años padecemos el morbo de la ratificación del premiado que por la mañana del día del fallo ha aparecido en la prensa. Sabemos qué obra va a ganar pero ¿y si.....? Luego nos dicen lo que queremos escuchar y hasta nos gusta. ¡Fíjate, si hasta yo lo sabía!, piensa el lector de la prensa matinal.
Pero en el fondo me deprime la historia del Premio Planeta. Ver a políticos haciéndose huecos a toda cosa para salir en las fotografías con los ganadores (de todo signo: aún recuerdo a Eduardo Zaplana por delante de Susana Fortes en la fotografía de El País), a una ministra vestida para la pasarela hollywoodiense, cuya rojez se limitaba a un vestido poco acorde a su condición de pertenencia a una izquierda que ahora nos pide sacrificios laborales, a gente intentando posar junto a los autores premiados para enseñar la imagen al vecino envidioso, el empresario que asistiendo a la cena puede presumir de su cultura, y a unos medios de comunicación entregados a la misma parafernalia repetitiva de todos los años. ¿Será esto la literatura?
Negocio. Muy lícito negocio y también tiene su literatura, e incluso entra en su historia. Pero negocio. Y los políticos (siempre hay excepciones) se suelen ausentar de las buenas conferencias literarias. Les gusta más la foto que el libro ganador, y por supuesto la popularidad futura de la obra. Eso demuestra aún más que es un negocio.
Me alegro mucho de la existencia de estos premios tan estimulantes y gratificantes para los autores. Lo merecen. Merecen el reconocimiento negado por una sociedad (de)pendiente de la farándula televisiva. Pero es triste que premios importantes como el nacional o el de la crítica no tengan más repercusión que la de un minuto en el telediario de TVE y media página de prensa, si es que la consiguen. He asistido a ceremonias de entrega de ambos premios y nada que ver con la farándula planetaria cuando teóricamente son galardones a las mejores obras publicadas durante todo un año, y dos candidatas entre tres mil novelas son las del Planeta.
Triste pero cierto. Al fin y al cabo, estamos en la era del vacío como la bautizó Lipovetsky.

Trueno entre hojas

Aprovechando el generoso instrumento de expresión llamado blog, hemos pasado a la acción quienes nos hemos cansado de esperar la benevolencia periodistica de la ciudad de Valencia con la literatura.
Y por nuestro carácter independiente y reivindicativo no hemos dudado en elegir como título para este blog el de una grandiosa obra de cuentos del escritor paraguayo Augusto Roa Bastos, que recoge el grito de los seres humanos corrientes entre la hojarasca, la vida con la que tropezamos a cada instante: El trueno entre las hojas.
Nuestra "dichosa Valencia" (perdón a los de aquel título colectivo de los ochenta, perdón Víctor Orenga) suele dar la espalda al libro. En realidad, nunca le ha dado su pecho. Durante estas últimas décadas había dinero y gozosamente se aumentaba la deuda de las arcas oficiales para mantener un sistema literario sin abordar las raíces del problema de esta tierra: su consideración del libro como un objeto de lujo para el comedor. En esta ciudad tan "bonica" un libro adquere el mismo valor social que una lámpara. Incluso puede ser menos importante, porque con una lámpara y un sofá un entrenador de fútbol, Rafa Benítez, ganó una liga de fútbol en 2004 con el segundo equipo más antiguo de la villa.
Pero ahora se acabó el maná público. Entre grandilocuencias fastuosas, como el Palau de les Arts, cuyos costes de mantenimiento superan todo producto de facturación del universo editorial valenciano, y despilfarros de eventos, nos hemos quedado catatónicos. Como el pobre de los tebeos con el forro por fuera del bolsillo. Dicho de otro modo: compuestos y sin novia. No hay dinero ni para quienes han de recoger los favores políticos que se les debe en el ámbito cultural.
Sin embargo, creo que no debemos darle importancia a la eliminación absoluta de la difusión literaria culta. ¿Para qué sirve? Mi hornero me dice que es para que unos cuantos nos vayamos de viaje a pasar una semana a pan y mantel. Quizá tenga razón, o al menos lo pensaré, porque quizá soy culpable de querer ejercer un oficio tan inservible como es el de crítico e investigador literario. ¡Quién me manda a mí desear que se gaste un ayuntamiento un poco de dinero en animar a la población a que lea buenos libros, y no sólo a comprar libros a metros!
Al fin y al cabo, ¿para qué sirve una buena novela o un buen poema? Para nada salvo que decidamos comernos las hojas de papel, lo cual en el futuro será dificil porque no me veo comiéndome un e-book.
Por eso, querida prensa, queridos políticos, queridos escritores, queridos críticos, queridos técnicos de cultura... acabemos con esa funesta manía de pensar de una vez y dediquémonos a quemar el pensamiento reflexivo con subvención municipal incluida.
Aunque pensándolo bien, todavía no sé para qué sirve una Sociedad Anónima Deportiva cuyo endeudamiento privado hemos de sufragarlo entre todos con esos impuestos autonómicos que siempre se eliminan pero siempre hay que pagar.
Queda inaugurado este blog donde encontraréis reseñas y comentarios referentes al mundo literario. Desde aquí quemaremos los libros. Aquí sí podré contar lo que me place con respecto, educación y con ánimo de ofender cuando sea preciso. Como un trueno entre las hojas.