El trueno cae y se queda entre las hojas

domingo, 24 de octubre de 2010

"El fondo de nadie" de Juan Ramírez Biedermann

EL FONDO DE NADIE ES EL FONDO DE LA SOCIEDAD

            El filósofo danés Sören Kierkegaard expresó que “la puerta de la felicidad se abre hacia dentro, hay que retirarse un poco para abrirla: si uno la empuja, la cierra cada vez más”. Realmente la búsqueda de la felicidad ha sido una preocupación eterna de cada ser humano. Para alcanzarla, además de la predisposición interior hay que disponer de una dosis de fortuna y estar en el lugar y en la hora adecuadas. Aun así, es un concepto dependiente del grado y objetivos planteados por cada individuo. Del deseo.
            Ese anhelo es el motor de la novela del autor paraguayo Juan Ramírez Biedermann titulada El fondo de nadie, publicada por la editorial Altazor de Perú. Estamos ante una obra sobre la frustración inherente al estado de infelicidad, que por ello no deja de examinar la realidad. Sus personajes, aun teniéndolo todo en su vida, como Silvia, o eligiendo un estado de bienestar después de un suceso, como el protagonista Ezequiel, se ubican en la desdicha interior y no encuentran el camino hacia la felicidad. Ello les conduce al hastío y a un deseo permanente de huida hacia una nueva vida, lo cual aumenta su frustración dado que no pueden escapar ni de su pasado ni de su presente. Ni siquiera plantear un futuro por su inoperancia a la hora de llevar a la práctica una decisión de cambio radical en su vida. Son personajes marcados por sus propias decisiones más que por su destino, personajes que no abren la puerta hacia adentro sin retirarse como dice Kierkegaard. Por ello, Ramírez Biedermann ofrece una tesis sobre las oscuridades del ser humano; tesis sustentada en la idea de que las caídas en los suburbios de la vida están provocadas por erróneas decisiones personales en la mayor parte de los casos. Por abrir la puerta hacia dentro sin apartarse un poco.
            El fondo de nadie es una novela que alcanza en muchos momentos la perfección. Posee una extensión adecuada a la historia narrada. No hacía falta extenderse más allá de las ciento diez páginas del libro para que la historia de Ezequiel Collado tuviera fuerza narrativa e interés. Este mérito se añade a otros como el buen uso del tempo del discurso, el rigor del lenguaje, con mesura sin perder adecuación al hablante en la expresión coloquial, y la disposición estructural en paralelo al inicio que gira hacia el destino común de los personajes a partir del capítulo donde la Jefa Mariela pasa la noche con el protagonista y la acción discurre veloz hacia la decisión final de Ezequiel. Técnicamente, hay capítulos intachables como el tercero, por descubrir la podredumbre del mundo de los negocios; el banquete del que Silvia acabará huyendo a casa de Claudia, quien la consuela ante su estado de insatisfacción y la autodestrucción previsible. El autor consigue hacer sentir al lector el asco de Claudia
            Uno de los aspectos mejor concebidos y trazados en la obra son los personajes. Ezequiel es un perdedor que renuncia a su dignidad a cambio de una buena cuenta corriente en Uruguay, hasta que finalmente se conciencia y decide recuperarla. El final abierto nos deja en la duda necesaria para comprender la oportunidad de su decisión de acudir a la prensa a denunciar la verdad de lo ocurrido cuando está al borde de lograr una libertad condicional que le va a proporcionar la salida de la prisión y una vida nueva y placentera. Después del fraude por el que es condenado, la cárcel se convierten en su refugio, pero llega un momento donde su cueva se tambalea a causa de su fluctuación entre Silvia y Mariela, amores inacabados, uno ausente y otro presente. Los tres personajes, vértice de la narración, son almas en pena frustradas por las circunstancias de su vida. Ni siquiera el placer, los caprichos hedonistas o el erotismo, muy bien cuidado en el discurso, son vías de escape.
            Hasta el amor sincero se convierte en un imposible. El posible romance de Silvia y Ezequiel se desvanece por el interés puramente económico dadas las aspiraciones de ella, que acaba contrayendo matrimonio por materialismo, lo cual le generará una insatisfacción permanente… también a Ezequiel, quien, como el coronel de García Márquez con su pensión, esperará su visita a la prisión sin éxito. También es imposible el amor de Mariela porque él acaba tomando la decisión de ser honesto en lugar de iniciar una nueva vida junto a ella. Es una prostituta para tipos sociales de alta posición económica, que alcanzó la regencia de un burdel con su esfuerzo, y cuando acepta la proposición de Ezequiel, siente el cosquilleo del amor y acaba intentando regenerarse, lo cual le resulta imposible porque la vida le es esquiva. Los tres han alcanzado el éxito económico, Ezequiel gracias a su silencio, Silvia con su matrimonio, y Mariela después de haber escalado hacia la prostitución de alto standing. Sin embargo, los tres son infelices: ni consuman su amor, ni alcanzan la plena dignidad humana, ni encuentran sentido a sus vidas. Su incomodidad social no parte de causas económicas: procede de su autoexclusión moral. No son seres satisfechos con ellos mismos porque han preferido el dinero a la estabilidad proporcionada por la elección sincera. Por ello, caminan hacia el fondo de un pozo, que es el submundo paraguayo, y han de renunciar a la buena situación económica y a la función social elegida en el pasado si desean salir de su angustia hasta encontrar un nuevo camino de felicidad y de dignidad ética, como Ezequiel decide al final. Aunque el desenlace abierto de la novela deja al lector con la incerteza de su destino: ¿el camino elegido será satisfactorio, su destrucción o una nueva quimera?
            Algo muy importante en la obra son los silencios en los diálogos; las conversaciones donde uno de los participantes ofrece el silencio como respuesta expresado con guión y puntos suspensivos. No resultan cansinos a pesar de su reiteración ni carecen de operatividad. En esta novela, el monólogo del personaje es sustituido por estos diálogos sumamente cuidados con respuestas que describen los acontecimientos, su visión de la realidad y sus pensamientos. La intervención repentina del personaje después de varios silencios encauza o dirige la conciencia del interlocutor hacia una vía coherente del contenido.
            El autor aprovecha sus personajes con sumo cuidado para ofrecer un fresco práctico del materialismo del individuo. Las decisiones vitales están sujetas al interés crematístico. Por ello, el trabajo acaba descubriendo la corrupción de una sociedad insatisfecha. Aunque los sucesos estén ubicados en Asunción, bien podrían extenderse a otros lugares del planeta con sólo modificar espacios y formas. Al fin y al cabo, Ezequiel no es el único personaje del mundo que vive apaciblemente en la cárcel gracias a su solvencia económica, hasta el punto de ver la prisión como su refugio ante la suciedad humana del exterior. El encierro le permite vivir más tranquilo que esos ricos hombres de empresa preocupados por ascensos y traiciones del capítulo tres, y que Silvia odia aunando sus actitudes hasta reunirlas en su marido. ¿Oda a la vida retirada? No, pero sí un canto a la dignidad personal, a la coherencia individual, a la superioridad de la pureza de los actos sobre el dinero y a la necesidad de limpieza social.
            De ahí que estemos ante una novela muy bien estructurada, con riesgos bien medidos para el fortalecimiento del discurso, y de muy interesante lectura gracias a las sincronizadas transiciones de las historias de los personajes. Posiblemente sea una de las creaciones literarias paraguayas más perfectas de los últimos años, aun teniendo en cuenta el mayor nivel cualitativo alcanzado por la novelística paraguaya del siglo XXI. Si en su obra anterior, Nobis, se vislumbraba el paisaje de un gran narrador, un gran contador de historias, con El fondo de nadie, Ramírez Biedermann ha conseguido impulsarse hacia un lugar preferente en las letras paraguayas, a confirmarse en futuras creaciones.
            Esperemos que el autor sea consciente de que la novela necesita una segunda parte. U otra historia que derive de esta obra, quizá incluso asumiendo el peligro de concebir y caer en una novelística total. Personalmente, me quedo con hambre de conocer qué le podría suceder a Ezequiel después de contar a la prensa la verdad, aunque lo intuya. Pero esto es una apreciación personal que sólo debe servir para que Ramírez Biedermann, lo más pronto posible, persista en su creatividad y se consagre definitivamente en el ámbito hispano con uno o varios trabajos más.
            Madera de gran autor tiene. Esperemos que logre la continuidad necesaria para serlo. Porque estoy seguro de que lectores tendrá. Muchos.

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