El trueno cae y se queda entre las hojas

lunes, 29 de noviembre de 2010

Sin fines de lucro

Me encantan noviembre, diciembre y enero. Permiten disfrutar de fines de semana largos, eternos, para refugiarse en la lectura. No hay ninguna época del año más productiva para la reflexión que estos meses fríos en los que podemos huir de las masificaciones navideñas frente al calor del hogar con un buen libro en la mano.
Mientras los políticos celebran sus "fiestas de la democracia" y los ricachones le demuestran a un gobierno errático que la guerra la ganó el capitalismo, aunque sea funeral, como expresó Vicente Verdú, uno se esconde en las letras para entender la realidad, ya desde la ficción, ya desde el ensayo. E intenta captar las razones del ambiente de hastío que observa en sus conciudadanos. No estamos ante un momento de desencanto: estamos ante una depresión generalizada porque durante años valía todo tuviera el precio que tuviera; había que despilfarrar por decreto y parecía  que esta locura consumista iba a durar hasta la eternidad. Ser hormiga estaba -y está- mal visto y castigado: hay que ser cigarra porque así toca. Y si no lo eres, estás fuera de juego porque a los mercados sólo les interesa que compres, no que pienses en ahorrar para tener un mañana mejor tú o tus descendientes. Ahora ocurre lo contrario: si has sido hormiga corres el peligro, como los argentinos, de que un día te quedes sin tus ahorros del banco porque ellos han jugado con tus depósitos a empobrecer a la gente.
La crisis no empezó en 2008 cuando los bancos yanquis dijeron que no podían devolver el dinero de las hipotecas "subprime". Empezó cuando la política se convirtió en esclava de la economía. Yo creo que habría que eliminar todos los ministerios de un país salvo el de Finanzas y el de Seguridad. Hay que ver desde entonces cuánto inglés hemos aprendido. ¡Y cuánta ciencia económica! Casi nos podríamos doctorar en Harvard sin haber estudiado la licenciatura de Económicas, sólo con la lectura de los periódicos. Yo diría que incluso hasta sabemos más de macroeconomía que de fútbol, y de microeconomía no hace falta dado que ya tenemos bastante con ajustar nuestros ingresos para llegar a fin de mes. Estamos invadidos de términos monetaristas, la mayor parte en inglés, de predicciones de economistas sabios que acaban por no cumplirse porque en el último momento un especulador hizo tambalear la bolsa o las exportaciones disminuyeron inesperadamente. Recuerdo junio de 2008: el barril de petróleo estaba por las nubes y se preveía que a final de año superaría ampliamente los doscientos veinte dólares. Pues resulta que a final de año bajó a setenta. Gran predicción de los sabios a los que seguramente nombrarán doctores honoris causa. Es el peligro que tiene el haber convertido una ciencia en una religión: el sacerdote suele equivocarse.
Y como los sacerdotes, históricamente, han servido para gestionar el miedo al futuro de la población, a los castigos divinos, me rebelo negándome a entender lo que vaticinen. Ya sabemos que no hay nada mejor para el poder como el tener a la gente aterrorizada (y si no que le pregunten al neoterrorismo). Una vez me dijo una persona de ese inframundo económico dominante: "la crisis tiene razones que no entenderías". Bueno, pues como no me las explican más que de forma superficial y frívola, no quiero saber nada. El día menos pensado, saco mis ahorrillos del banco y me los gasto para vivir igual que el resto de la humanidad: endeudada y sólo en el presente, ya que pensar en el mañana está mal visto por los economistas y los ministros.
Bueno, pero a lo que íbamos. He leído un texto de apenas doscientas páginas (dos tardes de lectura) titulado Sin fines de lucro de la profesora de Chicago, Martha G. Nussbaum. Ella pertenece al mundo del Derecho, al respetable mundo de las leyes. No de ese de los abogados que sirven para eximir de responsabilidades a los altos delincuentes con dólares, sino del que piensa y dedica sus esfuerzos a analizar la sociedad. Y Sin fines de lucro me parece un libro muy recomendable por su reivindicación de un concepto: el bildung (ya que hay que hablar en inglés para definir conceptos, hagámoslo así para denominar a la "formación cultural").
La profesora Nussbaum nos advierte de que la crisis de las ideas democráticas no es nueva. Estoy totalmente de acuerdo con esta percepción. Ha existido desde hace décadas. El poder del dinero ha estado por encima de los actos beneficiosos para la población o el bienestar exigido por ella. Ante esto, hay que invertir en educación, pero en educación real y no sólo profesional. Desde hace bastantes años asistimos a su deterioro de tal forma que la crisis actual tiene sus raíces en ello. Se fomenta la rentabilidad a corto plazo, lo cual redunda en el cultivo prestigioso de aquellas capacidades utilitaristas productoras de beneficios inmediatos. No se atiende a políticas reivindicativas de una valoración positiva de las actividades humanísticas: las facultades de Filología se han convertido en institutos de idiomas y las de Geografía e Historia en institutos de gestión de patrimonio y turismo cultural. La Filosofía se ha difuminado en ejercicios de autoayuda y consejos gnómicos para el bienestar. La Pedagogía pasa a ser una ciencia para aplicaciones curriculares complejas, no la investigación de la evolución de la docencia. Incluso las tesis doctorales realizadas durante más de cuatro años parecen ridículas: hay que acabarlas cuanto antes, con el descrédito para esa investigación duradera porque así lo exige su planteamiento. Rápido, rápido, que si no perdemos la oportunidad de ganar más dinero y mejorar profesionalmente.
¿Dónde ha quedado el pensamiento no utilitarista? En la nada. Cualquier actividad que se haga por amor y sin ánimo de lucro, ya está infravalorada de por sí; no vale nada porque no tiene estipendio, aunque si se le pusieran cifras, seguramente, aunque sólo fuera por tiempo dedicado, haría multimillonario a su ejecutor. Un fontanero cobra por sus servicios; un asesoramiento cultural es gratuito, porque la sociedad no provee de utilidad inmediata a su parcela, lo cual es discutible cuando observa la utilidad de los programas de televisión o el deporte. La creatividad no se valora en términos absolutos, con lo cual vamos encaminados hacia un concepto de la ciudadanía desprovista de capacidad crítica por culpa de la relativización de la cultura humanística hasta hacerla gratuita. Sin embargo, el texto de la profesora Nussbaum es, como ella reconoce, "un manifiesto más que un estudio empírico". Por ello, nos hacen falta estudios científicos sobre el tema. ¿Para qué sirve tanta inversión en educación si realmente un alumno no muestra a lo largo de toda su vida interés por la sabiduría o los razonamientos reflexivos?
Las sociedades de masas desprecian la cultura real, no la de escaparate, y el sistema capitalista, el único que por desgracia tenemos desde prácticamente el nacimiento el trueque; no valora la enseñanza más que como instrumento válido para el mercado laboral. El pueblo ya ni crea folclore: se lo dan. ¿Para qué sirve el latín?, aunque luego se censure al periodista por el mal uso del lenguaje. El alejamiento de estas masas de los sentimientos democráticos, manifestado en su desconfianza hacia los poderes públicos, hacia las administraciones reguladoras de su convivencia, y en la alienación permanente provocada por el triunfo de la imagen superficial, es sólo un síntoma de la muerte de la democracia y la supeditación de las constituciones nacionales al mercado. Ya no quedan utopías igualitaristas, quizá sólo la de los nacionalismos independentistas que fracasan cuando han de ejercer tareas de gobierno, como ha ocurrido en Cataluña en los últimos años. Ha muerto el buen gusto por la sabiduría. No es rentable a corto plazo. Sin embargo, la experiencia, y esto lo dice la profesora Nussbaum, nos demuestra que las sociedades más cultas son las más democráticas. Por ello, diríamos que las Humanidades son la verdadera resistencia individual frente a la arbitrariedad del universo económico imperante, casi siempre en manos de pícaros y no de sabios.
Un libro muy recomendable. Un libro para pensar. Por ello, nos olvidaremos pronto de él porque la reflexión se ha devaluado en libros de autoayuda. Sin fines de lucro aboga por el placer de las actividades humanisticas sin rendimiento económico y eso no tiene salida en los parámetros por los que caminamos. No veo a esta sociedad capacitada para plantarle cara a los envites económicos de nuestro tiempo, y ávida de valorar aquellas actividades alejadas del rendimiento material.
Salvo que en un momento dado, el poder político las considere nitrato para su subsistencia. Pero dada la mediocridad de las personas que lo ostentan, dudo que entiendan la necesidad de valorar también una perspectiva antiutilitarista necesaria para salir de la avaricia economicista. No están preparados para ello porque han enfocado su inteligencia para hablar con cifras financieras y no con ideas democráticas.
Al fin y al cabo, ¿quién desea una sociedad Sin fines de lucro?

martes, 23 de noviembre de 2010

EL PULSO DEL VERSO PARAGUAYO: TREN ROJO

A mis manos ha llegado un paquete de todos los números de una revista publicados hasta la fecha: Tren Rojo. Cinco en total, tres editados en 2009 y dos en 2010. Veo que su director es mi buen amigo Ricardo de la Vega, uno de esos tantos poetas paraguayos merecedores de una buena lectura y un gran reconocimiento y que, ahora, junto a otras personas emprendedoras a las que animo ha iniciado una vía promotora. Toco sus portadas acartonadas, con esos trenes rojos de diferentes modelos, ilustradores de una concepción de la poesía como entidad en movimiento continuo hacia un destino lejano y posiblemente desconocido; como proyección hacia el futuro. Con un papel muy aceptable y de agradable de lectura, y un formato muy cómodo, como debe poseer una revista que aspira a ser leída.
            Tren rojo incluye críticas y poemas. Lo que debe poseer una revista: creaciones y comentarios esclarecedores sobre el universo poético. Comentarios y poetas paraguayos, sí, pero mi sorpresa es mayúscula cuando veo que en el sumario del primer número aparece encabezado con un artículo de Walt Whitman de Catalo Bogado Bordón. Esto me retrotrae a viejos números de revistas capaces de salirse del marco paraguayo para dar a conocer la poesía universal a los lectores del país, divulgación realmente necesaria. Viejos números como los de Alcor, aquella magnífica revista dirigida por Julio César Troche y Rubén Bareiro Saguier que llevó al plano universal el ambiente literario paraguayo. Pues veo que por ese espíritu universal camina el Tren Rojo.
            A lo largo de los cinco números encontramos la poesía paraguaya más viva de este final de la primera década del siglo XXI.  Amplios homenajes a grandes autores como Esteban Cabañas,  Rubén Bareiro Saguier, Luis María Martínez, Joaquín Morales y Jacobo Rauskin, donde se incluye una pequeña muestra representativa de su quehacer lírico junto a una introducción crítica (Monserrat Álvarez, Ricardo de la Vega y Mario Sampaolesi), lo cual hemos de agradecer porque Paraguay necesita reconocer a su crítica como el germen de un futuro salto cualitativo de la creación. Es satisfactorio el rescate de autores fallecidos como Vicente Lamas, Carmen Soler, Heriberto Fernández, Arístides Díaz Peña o Natalicio Talavera , pero también vivos como Carlos Villagra Marsal, María Eugenia Garay, Aurelio González Canale, Miguel Ángel Andrade, el propio director Ricardo de la Vega, Heddy Benítez, Eulo García, Félix de Guarania, Santiago Dimas Aranda, o Jorge Campero, entre otros.  Incluso se incluye poesía de países vecinos, como la del boliviano Ángel Zuaznabar o el venezolano Alejandro Hernández. Ello supone que Tren Rojo sea un compendio representativo de las problemáticas y figuraciones de la poesía paraguaya actual, y un referente para los amantes de la lírica y los investigadores. Con afán de universalidad y expansión hacia las líneas de desconcierto humano en esta sociedad y de interioridad predominantes, sin abandonar las problemáticas sociales o los discursos abiertos a la subjetividad.
            En el apartado crítico, se publica en el número 2 un artículo de Jorge Kanese dedicado a Augusto Roa Bastos. El valor del trabajo es inmenso porque une a él la imagen mecanografiada original de una carta original de Roa al autor, así como el texto íntegro de la presentación del poemario Paloma blanca, paloma negra, cuya lectura fue impedida por prohibición expresa de la dictadura de Stroessner cuyo desenlace fue el envío de Roa Bastos a zona de nadie entre Argentina y Asunción, y su exilio político definitivo. Es muy grato recordar un pasado a enterrar. Kanese ejerce como crítico en otras ocasiones, casi siempre rememorando episodios o vidas de autores fallecidos, como Rodrigo Díaz-Pérez.
            De interés son los estudios publicados, como el de María Eugenia Garay sobre la poesía de Hugo Rodríguez Alcalá, el de Miguel Ángel Fernández sobre los huecos historiográficos, de Catalo Bogado sobre Ortiz Guerrero y Natalicio de María Talavera, Luis María Martínez sobre Arístides Díaz Peña, un estupendo repaso al erotismo en la poesía femenina paraguaya de Augusto Casola, donde afina con gran precisión las voces que abordan con valentía el tema, sobre José Antonio Bilbao por Heddy Benítez, y un avance del próximo libro de Tory Lubeca, La fábula mediática y sus enseñanzas, ilustrativo de la línea amplia de la revista, abierta a otros géneros. La crítica incluida es divulgativa: ilustra acerca de un autor, reúne materiales para clasificarlos y analizarlos con criterios estéticos actualizados, y se abre a posibles interpretaciones del lector. Un gran avance para solventar una asignatura pendiente como es la reseña.
            Pero una revista es una muestra de su tiempo. De la crítica y de la creación. De nada nos serviría Tren Rojo si no fuera capaz de enseñarnos los caminos adonde se dirige la poesía paraguaya. Difícil ruta emprendida, no exenta del gran obstáculo: el maltrato que la sociedad actual otorga a la poesía, por la desvalorización de la palabra frente a la imagen. Esta revista nos congracia con el verso y nos enseña que la buena poesía siempre vivirá, además de que Paraguay posee unos autores clásicos ya, vivos o fallecidos, pero despiertos y a disposición de la avidez de los lectores. Sólo un reproche cariñoso, pero esto excede el objetivo de la revista y es un problema general de la crítica paraguaya: el mantenimiento de la inclusión de los autores en generaciones. Es un método exhausto y que no concreta la pertenencia y pertinencia de un autor a una corriente con características concretas. Ahí está el profesor español José Carlos Mainer proponiendo en su reciente historia literaria española, un replanteamiento de conceptos como el de Generación del 27 para darles un enfoque más acorde a las condiciones estéticas de los autores y no a cuestiones grupales, en ocasiones tribales, no ajustadas a los conjuntos de las producciones literarias de los autores encajadas en estos conceptos. Pero ayudaremos a superar el método orteguiano, porque un  lector extranjero no entiende qué significa “Generación del 70” en su medida adecuada.
            Las revistas sirven para medir el termómetro literario de un espacio concreto, sea nacional, regional o internacional. De hecho, Paraguay ha tenido sus mejores momentos cuando más revistas se han publicado. Sus primeras manifestaciones aparecieron en una publicación periódica, La Aurora, allá por 1860. Posiblemente sin Crónica y Juventud el Modernismo no hubiera alcanzado tanta riqueza creativa. Sin Alcor el arte de las letras no habría avanzado y permanecería anquilosado en el tiempo, además de no haberse abierto a corrientes internacionales. Sin Cabichu’í 2 no tendríamos fuentes de primera mano para adivinar su progreso durante los primeros momentos de la transición democrática. Y las actuales Takuapú y Arte y Cultura nos muestran los rumbos del presente. Sin olvidar los suplementos periodísticos, fundamentales para analizar la actualidad y la recuperación del pasado.
            Tren Rojo es un gran proyecto y es muy satisfactorio que el Fondec, ese organismo necesario y loable encargado de aupar la cultura paraguaya y extenderla hasta donde pueda llegar, apueste también por la revista poética. Porque donde hay poesía, hay vida. La revista, al fin y al cabo, es una antología del presente, pero de un presente latente, despierto y con ánimo de avance.
            Largo trayecto para este Tren Rojo al que deseamos su evolución hacia una conversión en ferrocarril de alta velocidad. Al tiempo.

lunes, 22 de noviembre de 2010

En recuerdo de la "movida valenciana".

            Hace treinta años, Valencia se movía. Frente al letargo, el conformismo, el inmovilismo y el cursilismo imperante en la ciudad actual, en aquella época se recuperaba aquel espíritu de los años veinte y principio de los treinta donde existía el ánimo de crear arte y cultura por el simple hecho de crear. Éramos conscientes de la necesidad de avanzar, de progresar, incluso al margen de las opciones políticas personales. Cansados de una transición que empezaba a decepcionarnos, la música, la literatura, el arte, y el ocio nos proporcionaban el oxígeno necesario para existir y reivindicar que la libertad era algo más que una reivindicación política: podía ser una forma de vida. Teníamos que romper con el pasado pero sin negarlo y sin abandonarlo porque nosotros nacimos en él. Buscábamos la praxis como costumbre.
            Era la Valencia donde unos libraban una batalla por símbolos e identidades, en la cual nosotros no participábamos por su carácter absurdo y manipulador de conciencias. Nosotros preferíamos reírnos de todo, divertirnos pero creando cultura, mientras otros optaban por convertir la cultura en un fin para una causa política, económica o de promoción personal. Nosotros no: así nos ha ido.
            Me voy a centrar en la música porque es el exponente más visible de la cultura popular de una sociedad. A finales de los setenta los apéndices de la “Nova Cancó” sonaban a naftalina. Los jóvenes nacidos a partir de los sesenta preferíamos transformar la cultura por medio del rock. Nacieron Zarpa, Doble Zero, La Morgue y otros grupos apostando por una diversidad de estilos insólita a la fecha. Algunos conciertos con asistencia juvenil mayoritaria ya no eran de “Els Pavesos” o de “Al Tall”: eran de grupos cuyas tendencias se asimilaban no sólo a las de Madrid o Barcelona, sino a las de Londres. Y no sonaban tan mal como afirmaban los negadores de la evolución artística. Nos abstuvimos del recital de autor protesta y lo sustituimos por el concierto de música rock con valor puramente estético, sin descuidar nuestra propia condición social y el afán por comprender la realidad.
            Así, servicios militares al margen, vivimos entre la inestabilidad de la joven democracia española, y empezamos a caminar por esos antros del Barrio del Carmen. Y llegó Glamour. Sus “Imágenes” dieron la vuelta al mundo y nos identificó a los jóvenes valencianos con la nueva realidad musical y, por extensión, artística. Los “New Romantics” y el “Tecno-pop” no eran sólo Soft Cell, Ultravox, Duran Duran, Depeche Mode o Spandau Ballet, aquellos nuevos grupos que bailábamos en Metrópolis, con su entrada por la calle Julio Antonio. Había una Valencia capaz de hacer las cosas bien, actualizada en estilos, y fuera de ese modo del “pensat i fet” que tanto daño nos hace, y de las actividades hechas al vuelo, tan características de nuestro fallerismo antropológico. Parecíamos una ciudad como las mejores, como cualquier otra, y nos podíamos olvidar de Madrid porque aquí creábamos con calidad. Pero sólo creábamos, no difundíamos ni exportábamos, porque no sabíamos que para triunfar eran necesarias unas estructuras comerciales de las que carecíamos.
            De Blanc i Blau y Barro, pasamos a las tascas, a Pelayo y a la Malvarrosa. La ciudad se llenaba de zonas para la nocturnidad y la alevosía del ocio. Caminábamos en la misma noche desde Planta Baja, en El Carmen, porque allí actuaba un grupo inglés del que nadie supo nunca más nada de nada, Murphy Patrol, con instrumentos prestados por Sade, hasta Bowie, cerca de Juan Llorens, porque allí actuaban nuestros Inhumanos, que éramos nosotros mismos porque los asistentes subíamos al escenario a corear las seis canciones de su repertorio, hasta el punto de haber más personas en el escenario que en el público. Vaya el recuerdo al Nou Café Concert de Toni Pep, donde nos iniciamos, un lugar de culto en el que nacieron al público Sade (ex Información y Turismo), Interterror o Seguridad Social, cuyos conciertos alternaban con aquellos que venían de Madrid, como Parálisis Permanente, Aviadro Dro y sus Obreros Especializados o Siniestro Total.
            Y sobre todo Gasolinera, el centro de reunión de la zona norte de Valencia, que recogía todas las tendencias existentes. Allí podías ver a Ceremonia, grupo de rock siniestro, como le llamábamos a lo “gótico”, y a la semana siguiente a Seguridad Social, punkis por aquellos años. Daba gusto escuchar en aquellos pocos metros cuadrados de escenario a Esgrima, un grupo con una limpieza de sonido ejemplar, con Miguel Ángel Gabotti y su guitarra, o a noveles como Madame, de Puerto de Sagunto. Rock fuerte de tintes surrealistas como el de Incompatibles, de Xàtiva, posiblemente una de las mejores bandas de aquellos años, con tecnos como Última Emoción. Recuerdo aquel concurso de pop-rock “Valencia 83”, con decisión polémica, pero que fue el primer pilar para futuros acontecimientos. Allí vimos a Nicaragua Ni Managua, Ganímedes, Masas Glúteas, Incompatibles, ADN, Inhibidos Quizás y Extrema Cordialidad Homicida, entre otros. Un compendio de creatividad insólita que añoramos por el paso de los años y porque no existía manipulación de las ideas artísticas ni los conceptos musicales. Cómo no recordar a Manolo Aguilar y a Cali, y su “Tienda del Disco” en la calle Alboraya, que pinchaban nueva música e incluso nos traían a Valencia el color del nuevo videoclip, sobre todo con aquella colección divertidísima de Madness que llenó nuestras horas noctívagas.
            Y qué decir de Tropical, con Placer al frente de la música. Allí asistimos a numerosos conciertos. Recuerdo uno memorable de un grupo “tecno-cachondo” llamado Vacuola Digestiva, que ponía la sobriedad de los teclados y la tecnología al servicio de letras nada sublimes pensadas para la diversión, pero que en el fondo revelaban el absurdo de nuestra mediocre sociedad. Tropical era un lugar de expansión y de sábanas olvidadas por el calor veraniego.
            La radio. Radio Klara, y los programas de Placer, Manolo Rock y “El Loro por la Cara” con el omnipresente Miguel F. Jim. Allí rezumaban los efluvios de quienes nacían para la música. ¿Cuántas maquetas pasarían por aquellos programas? Maquetas grabadas en el Microestudio de Ramón Gilabert. Era duro levantarse un sábado después de una noche del viernes tremebunda para escuchar o asistir a este último programa, pero ahí estábamos para certificar la aportación de todo grupo naciente. O aquel programa de Vicente Esteve en Radio Color, “Factoría Urbana”, cuyo nombre explicaba en dos palabras lo que era esta tierra en esos momentos: nada de paellas y artesanía, industria y cultura de ciudad. Creábamos y nos divertíamos. ¡Qué hay mejor!
            Muchos recuerdos, muchas noches en vela por una ciudad donde estar despierto de madrugada era reivindicar su vida. No era salir de casa por salir de casa, sino escapar de lo cotidiano para disfrutar con el espectro de lo nuevo, de lo insólito, de lo desconocido. Salir del tedio para entrar en la sorpresa de la creación.
            Imagino que los jóvenes actuales disfrutarán tanto o más que nosotros durante sus noches. Ya no lo sé. Sin embargo, ¿qué quedó de aquello? La ciudad no se adaptó al espíritu de la creatividad. Sus habitantes apostaron por lo añejo; como mucho por una reforma de lo existente. Los políticos acabaron ensuciando la creatividad del rock, con escándalos como el de Munlogs. Ni siquiera toda esta explosión de vida y arte tuvo plasmación: nuestra burguesía le dio la espalda y quien pudo, no supo crear una infraestructura adecuada para dar a conocer o permitir el triunfo de estas iniciativas artísticas. Ni casas de discos con suficiencia, ni editoriales con distribución, ni redes de comercialización… nada, todo fue a parar al olvido: ni siquiera hay un espacio colectivo para su historia, que ha quedado en las memorias individuales de quienes la vivimos o protagonizaron. Unos cuantos discos que no salieron de Valencia, con aquellos emprendimientos artesanales de Ediciones Milagrosas, por ejemplo (¡Bienvenido You Tube para recordarlos!), unos fanzines que conservamos y unos cuantos libros, sobre todo de poesía, olvidados en el trastero.
            Y quien buscó la gloria… nada, como siempre: a Madrid. Inhumanos, Seguridad Social, Carlos Goñi… para triunfar tuvieron que codearse entre estudios de la M-30 y compañías discográficas que dieron el salto desde su independencia hacia un nuevo carácter industrial desde 1984. La fama les llegó, como a otros valencianos, cuando fueron conscientes de que para triunfar o vivir de una actividad artística, hay que escapar de Valencia porque Valencia te aporta poco para ello. En realidad no aporta: resta porque siempre habrá un vecino envidioso con influencias dispuesto a poner la zancadilla si tus creaciones son más universales y mejores que las suyas.
            La alegría se esfumó con el tiempo. ¿Qué quedó de aquello? Me lo pregunto mucho. Recuerdos, alegrías, noches de juventud insomne, deseos, vitalismo, amores no consumados… todo para acabar en el escepticismo de la postración en una tierra donde sus figuras culturales firman en su libro de oro cuando han triunfado lejos de ella. Pero me quedo con aquel espíritu, con aquellos deseos, con aquella fuerza que se llevó el viento de la mediocridad.
            Quizá debamos escribirla para la posteridad con el título de “explotamos en dirección al tedio”.

Narrativa paraguaya después de "Yo el Supremo" de Roa Bastos

ACERCÁNDONOS A LA NARRATIVA PARAGUAYA POSTERIOR A YO, EL SUPREMO DE AUGUSTO ROA BASTOS

El que una literatura sea desconocida no es sinónimo de inexistencia. En esta sociedad en que por la globalización resulta imposible sustraerse al conocimiento integral de una cultura, aunque sus productos y trabajos no se comercialicen y no lleguen a los consumidores, resulta difícil encontrar casos de aislamiento semejantes al de Paraguay en el ámbito hispánico. En el caso de su literatura tan desconocida como el propio país, desde que su escritor más universal, Augusto Roa Bastos, se consolidara en el panorama internacional, sus obras no han trascendido y permanecen ancladas en el universo de la edición crítica de clásicos o en la pequeña editorial. Desde los fallecimientos de Roa, Elvio Romero y Josefina Pla, acontecidos en el tránsito de siglos, no existe un autor ­que haya logrado trascender las fronteras de la periferia editorial literaria.
            Sin embargo, desde que Roa Bastos publicara Yo el Supremo y lograr establecerse entre los grandes autores de boom latinoamericano[1], se ha producido paradójicamente un aumento gradual de la producción literaria editorial en Paraguay en paralelo a un incremento de la posición marginal y periférica del país dentro de las letras hispánicas. Hoy, raramente algún escritor del país guaraní escapa del enclaustramiento literario. Las causas son diversas y deberíamos remontarnos a la historia cultural del país para entenderlas en buena medida, pero en los últimos años radican en la incapacidad para internarse en los vericuetos comerciales internacionales[2]. Centrándonos en la narrativa, su historia parece restringida a unos nombres aislados de autores fallecidos, como Rafael Barrett, Gabriel Casaccia, Josefina Pla, José María Rivarola Matto y Augusto Roa Bastos, o, entre los vivos, algunos nacidos antes de 1940 como Rubén Bareiro Saguier o Carlos Villagra Marsal. Otros escritores nacidos después de ese año han sido estudiados en el ámbito universitario e incluso han editado sus obras en el extranjero, como es el caso de Renée Ferrer, Raquel Saguier o Guido Rodríguez Alcalá, pero no han logrado trascender de forma que sus obras se hayan publicado con regularidad o hayan conseguido cierta notoriedad editorial. Y eso sin pensar en que alguno de estos autores pudiera lograr vivir de la escritura, puesto que quizá, y aun expresándolo con reparos, sólo Augusto Roa Bastos ha podido ser valorado como escritor más o menos profesional.
Se han venido mencionando a lo largo de los años distintas causas que favorecieron este aislamiento intelectual: la geografía del país, determinante de una mentalidad mediterránea donde todo escritor se conforma con ser admirado entre su población más que en consagrar su obra; el haber sido durante la colonia una región de parapeto entre los imperios español y portugués, lo que sumado a su lejanía del mar, la convirtió en una isla rodeada de tierra; el bilingüismo de un pueblo que habla guaraní y tiene la dificultad de educarse en español, sobre todo porque no se ha establecido en toda la historia del país un sistema educativo articulado y capaz de generar talentos intelectuales; la tardía aparición con una escasa densidad de obras y valores hasta época muy reciente –se puede afirmar que hasta Casaccia y Roa Bastos–, puesto que buena parte de los argumentos se refugiaban en el costumbrismo local; las causas históricas y políticas que mantuvieron aislado a un país que anduvo durante décadas buscando su identidad frente al vecino argentino, que se vio sometido a férreas dictaduras como la de Francia y guerras exterminadoras como la de la Triple Alianza (1864-1870), y a represiones y exilios de la intelligentsia; la idiosincrasia del paraguayo, amante de su tierra hasta olvidarse de todo lo exterior; la autarquía económica y cultural; y, sobre todo, la ausencia de imprentas y, por tanto, de editoriales, lo que limitaba al escritor y lo restringía al ámbito periodístico o a la obra de utilidad pública, no de ficción[3]. Sea como sea, la fama adquirida por Yo el Supremo parecía romper con este aislamiento mediterráneo.
            ¿Y qué se producía dentro de Paraguay mientras Roa Bastos era conocido en el exterior y Stroessner se hacía famoso por su connivencia con las dictaduras de los países vecinos y con los servicios secretos estadounidenses? Bajo el peso de su dictadura de Stroessner, surgió una narración pesimista y experimental, representada sobre todo por El laberinto (1972) de Augusto Casola, Las musarañas (1973) de Jesús Ruiz Nestosa, y La rebelión después (1970) y General, General (1975) de Lincoln Silva. Sin embargo, hubo que esperar a los años ochenta para encontrar la máxima expansión de la narrativa en Paraguay. Es cuando la literatura se convierte en un arma contra la tiranía y en aire fresco frente una sociedad anquilosada en sus viejas costumbres. En esos años surgen obras fundamentales para la literatura nacional como la de carácter político La sangre y el río de Ovidio Benítez Pereira (1984), el fresco urbano Los hombres de Celina (1981) de Mario Halley Mora, la renovación de la narración costumbrista con Angola y otros cuentos de Helio Vera (1984), la novela histórica Caballero (1986) de Guido Rodríguez Alcalá, las narraciones feministas de Raquel Saguier (La niña que perdí en el circo, 1987, y La vera historia de Purificación, 1989), y de Renée Ferrer (Los nudos del silencio, 1988), el fantástico con Manuel E. B. Argüello (Las letras del diablo, 1988) y la ciencia ficción con Osvaldo González Real (Anticipación y reflexión, 1980), y el experimentalismo bajtiniano de Juan Manuel Marcos (El invierno de Gunter, 1987) o formal de Jorge Canese (¿Así no vale?, 1987), entre otras. Fueron unos años de explosión de nuevas tendencias frente al costumbrismo realista que había caracterizado la narración producida dentro del país hasta esos momentos y de ruptura con un pasado muchas presentado como idealizado y en otras como modelo de formación de una identidad nacional y de unas costumbres extendidas. Son generaciones jóvenes que luchan por otro país distinto al que viven y por escapar del enclaustramiento al que se ven sometidos.
            La caída de Stroessner supuso la aparición de obras políticas en un ambiente de libertad, como la narración de política-ficción de Santiago Trías Coll (Gustavo presidente, 1990) y la novela social de Gilberto Ramírez Santacruz (Esa hierba que nunca muere, 1989). Sin embargo, la literatura deja con el tiempo de ser un arma de combate y es sustituida por el ensayo en las preferencias de lectura, aunque progresivamente se incremente su cultivo y edición. Durante la última década del siglo XX se produce un auge de la novela histórica (Luis Hernáez, Renée Ferrer, Maybell Lebrón, etc.), de la narración feminista y la dedicación de la mujer a la literatura (Milia Gayoso, Mabel Pedrozo, Dirma Pardo Carugati, Yula Riquelme, Luisa Moreno, etc.), proliferan la ciencia ficción y la narración fantástica (Enrique Gallerini Sienra o Bertha Medina), la proliferación de la narración en guaraní (desde que en 1981 Tadeo Zarratea publicara la primera novela en esta lengua, Kalaíto Pombero no han cesado de publicar nuevos autores) el escenario de la ciudad desplaza al ámbito rural mayoritariamente e incluso el ambiente social como ocurre en El último vuelo del pájaro campana (1995) de Andrés Colman Gutiérrez, la narrativa política incrementa su indagación en otros presentes posibles o practica el experimentalismo como forma de entender la dictadura defenestrada en 1989, y, a su vez, este experimentalismo va dejando paso a formas de narración más puras, aparte de que el regionalismo va revistiéndose de universalidad con autores como Helio Vera. Incluso el experimentalismo es un método para indagar en la historia y en la sociabilidad de la región del actual MERCOSUR en novelas como El goto (1998) de José Eduardo Alcázar, una narración sorprendente por su originalidad. No estamos ya ante una narrativa que plantea situaciones sino que interroga y ofrece mundos alternativos a la frustrante vida paraguaya. Importa tanto mostrar una sociedad real más que ofrecer perspectivas realistas sobre un mundo que los autores creen denunciable y modificable. Sin embargo, la decepción y el escepticismo ante la transición política van apreciándose desde los últimos años del siglo. Aun así, va apareciendo la novela de la recuperación del pasado, la autobiografías, las memorias noveladas. Un ejemplo es el brote de la novela judía, representada por Susana Gertopan y Barrio Palestina (1998) y El nombre prestado (2000), o Sara Karlik con Nocturno para errantes eternos (1999).
            En el siglo XXI van manteniéndose estas características, pero el número de publicaciones se incrementa de forma apreciable. Aumentan el número de lectores y el número de títulos publicados. Se apoya y se incrementa la edición infantil y juvenil para atraer a los más jóvenes y a los niños. Algunas editoriales logran consolidarse e incluso obtener beneficios apreciables. El panorama mejora aunque pervivan las deficiencias arraigadas desde el pasado. Sin embargo, la literatura va reproduciendo el descreimiento de las gentes en una transición democrática que no soluciona los problemas estructurales del país, como se aprecia en obras como Segunda horror (2001) de Augusto Casola y El Rubio (2004) de Domingo Aguilera, una narración donde lo delincuencial ofrece la visión real del país, aunque lo importante en la obra sea la reproducción fiel y objetiva del castellano paraguayo, lo que genera dificultades de lectura en el lector extranjero. En otras creaciones se denuncian nuevos conflictos sociales y situaciones negativas creadas, como el aumento de la delincuencia o el de los niños de la calle, como En nombre de los niños... de la calle (2004) de Nelson Aguilera, o de la corrupción política, una corriente iniciada en 1989 con Memorias de un leguleyo de Emiliano González Safstrand y proseguida con obras como El doctor, mi candidato (2003) de Aníbal Barreto Monzón. Quizá la realidad sea tan decepcionante que se abandona el experimentalismo y en su lugar se reafirma el gusto por narrar aspectos íntimos y vivencias personales, como ocurre en Desde el otoño (2005) de Pepa Kostianovsky. En este sentido también es frecuente encontrarnos con una narración psicológica, como la de Sara Karlik en El lado absurdo de la razón (2002). Continúa el interés por el “redescubrimiento” de la historia nacional, como nos ofrece Esteban Cabañas en obras como El dedo trémulo (2002) o Gino Canese en Jasy y Kuarahy (2002) y se expande la atracción por la búsqueda de la propia identidad paraguaya en una sociedad globalizada, o la unificación del mundo latinoamericano con otras culturas, como ocurre en La villa de Amatista (1993) de Juan Carlos Herken. Por otro lado, tienen cabida entre los lectores la novela erótica, representada por Juan Manuel Salinas Aguirre con La obsesión de Andrea (2004), la comedia en Abulio el inútil (2005) de Irina Ráfols y, sobre todo la novela stronista, donde aparece retratado ese universo dictatorial como un mundo a caballo entre lo ridículo y la crueldad, desde una primera visión autobiográfica en Memorias de Escorpión (2004) de Efraín Enríquez Gamón, ya desde una perspectiva irónica, Aldea de penitentes de Pepa Kostianovsky, ya desde la gravedad en Humo sobre humo de Esteban Cabañas, ambas de 2006, o Asunción bajo toque de siesta (2007) de Hermes Giménez Espinoza. En los últimos años de la primera década del siglo XXI, se ha incrementado la indagación en la historia paraguaya con novelas de Catalo Bogado o Nelson Aguilera (incluimos la póstuma de Helio Vera), en la producción teñida de examen sociopolítico, y en la narración con un fuerte componente autobiográfico.
Como se observa, ante esta amplia perspectiva cabe un nuevo estudio profundo que permita vislumbrar los nuevos caminos de una narrativa forjada en el yunque de la adversidad, pero de un nivel ficcionalizador encomiable. Y si, a pesar de la crisis económica, aumentan las tiradas de libros y el número de autores, tendremos que pensar en que goza de una buena salud, aunque no trascienda fuera de las fronteras del país, salvo alguna excepción. Por ello, la narrativa paraguaya presenta un panorama halagüeño y se va incorporando a la mejor tradición literaria hispanoamericana. Nunca ha sido unas cuantas obras aisladas de Gabriel Casaccia y Augusto Roa Bastos.



[1] Augusto Roa Bastos no es un escritor vinculado al grupo del boom, como Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, José Donoso o Ernesto Sábato, consigue su resonancia internacional junto a éstos y en la época en que se consolida el éxito de sus obras, a partir de los años sesenta.
[2] Hemos venido expresando estas afirmaciones en distintos trabajos como mi introducción a la novela Mancuello y la perdiz de Carlos Villagra Marsal (Madrid, Cátedra, 1996, en su primer apartado titulado “La narrativa paraguaya: ¿inexistencia o desconocimiento?”) o con mayor amplitud de desarrollo en La narrativa paraguaya actual (1980-1995), editada en Asunción, Universidad del Norte, 2006.
[3] Dejando al margen la imprenta de los jesuitas, que dio obras pedagógicas como el Arte y vocabulario de la lengua guaraní del padre Antonio Ruiz de Montoya, publicado en 1639, la primera imprenta civil llega a Paraguay con Carlos Antonio López, en 1844, y al año siguiente se edita el primer periódico: El Paraguayo Independiente, diario gubernamental destinado a la difusión de las ideas del presidente y la labor de su gobierno. La imprenta fue manipulada por el poder hasta prácticamente el final del siglo XIX, lo que supuso una importante restricción a la literatura de ficción dada su “escasa utilidad” política.

viernes, 19 de noviembre de 2010

Sobre la poesía actual

Esto lo conté en un congreso de Amigos de la Poesía de Valencia en junio de 2007. Lo he rescatado porque creo que es un texto que tiene vigencia. Aquí lo tenéis.

“¿Nuevas? tendencias de la poesía actual”. Lo planteamos con este interrogante porque a priori debemos examinar qué está ocurriendo en la lírica actual para recensionar los caminos más importantes de este principio del siglo XXI.

            El que la poesía es un hecho social queda fuera de toda duda. Otra cuestión es su importancia o su función en un período histórico concreto e inacabado con tantas turbulencias como el actual. La poesía actual no es un arma cargada de futuro, glosando a Gabriel Celaya, sino una lanza de combate espiritual contra la ideología materialista dominante, aunque la opinión extendida es que las ideologías murieron con la caída del Muro de Berlín, afirmación convertida más en un tópico común que en una certeza empírica. En un mundo donde el ritmo y los actos están marcados por el consumo y por la propiedad de objetos materiales, muchas veces inservibles o con unas utilidades escasamente aprovechadas, la poesía se ha convertido en un hecho social de rebeldía, o al menos en una impostura. Obsérvese en el sentido peyorativo de la palabra “poeta” en muchos medios de comunicación no culturales: el ex–jugador de fútbol Jorge Valdano es tildado por sus compañeros de profesión como “el poeta”, por su verbo florido, en ocasiones pedante, pero al menos dotado de metáforas. Por no hablar del desprestigio de la palabra en una sociedad dominada por la imagen al emplearse como sinónimo de pedantería o de arte lleno de arcanos indescifrables que de nada sirven para el día a día. Sea como sea, leer poesía es hacer algo “diferente” hoy en día: dedicarse a disfrutar de un hecho cultural despreciado por la mayoría pero enriquecedor para quien habita en sus moradas.

            Sin embargo, la poesía goza de magnífica salud. Otra cuestión es su aceptación social. Pero cada día hay más personas interesadas en la lírica, como lo demuestran tres aspectos: el aumento de recitales poéticos en las casas de cultura de los pueblos y ciudades y en otras entidades; la proliferación de talleres con gente interesada en aprender a construir buenos poemas o simplemente curiosos que se acercan a La Gaya Ciencia; y el descubrimiento de un nuevo soporte muy ajustado a las necesidades de la expresión poética actual, sobre todo la nueva, como es Internet. El aumento de la oralidad poética y del aprendizaje textual y técnico supone la transformación del lector medio de poesía en una persona con mayor competencia receptiva que en el pasado, y por tanto con capacidad creativa en cualquier momento en que la inspiración le llame. De la misma manera, el giro en el medio de publicación de los versos es digno a tener en cuenta para las futuras valoraciones literarias de nuestra época. Hoy en día, los blogs, las páginas webs personales o colectivas y el intercambio masivo de correspondencia favorecen la creación poética, porque un poema sí que encuentra posibles lectores en el ciberespacio, lo que no ocurre de forma semejante en la novela porque su extensión impide su lectura meditada y cómoda en un soporte electrónico. Así, en estos años han proliferado los nuevos poetas en Internet de forma que hoy en día es más sencillo para un autor novel publicar sus textos en la red que en un libro. Y si tenemos en cuenta que las buenas letras son independientes del medio que las sostenga, también Internet es un instrumento necesario y útil para la expresión poética actual.
            Pero, como dijo Borges, un intelectual no proporciona respuestas sino que establece interrogantes, creo que es necesario darnos cuenta de que hoy en día carecemos de una perspectiva cronística suficiente como para examinar la poesía actual con un aporte crítico alentador. Sin embargo sí que hay una característica común en la poesía actual: el individualismo. El poeta es un ser social y, por tanto, es persona de época y, como tal, refleja su modus vivendi. El individualismo imperante ha generado una poesía onanista, egocéntrica y solitaria. Ya es difícil que la solidaridad conlleve implicación: el hablante lírico suele ser testigo de lo que narra, incluso aun girando el discurso hacia sí mismo. Es una perspectiva propia del ser humano que trata de mostrarse al mundo, porque éste vive de espaldas a sus problemas, de ahí la imbricación de la poesía con la psicología del hombre actual. Y este “hablo de mí mismo, lanzándome a la búsqueda de alguien a quien mi personalidad le interese”, lo cual genera conflictos con los lectores, es el modelo poético más extendido. El poeta habla de sí mismo más que del objeto contemplado.
            Por otro lado, el afán de novedad poética es permanente, aun a sabiendas de que está todo prácticamente inventado. La poesía es como un ser vivo sometido a cambios constantes y un afán de novedad que en ocasiones roza ámbitos no precisamente artísticos. Sin embargo, la búsqueda de etiquetas acaba produciendo más una indefinición de tendencias que una clarificación de modos poéticos. La disparidad entre poesía de la experiencia y poética del silencio no se percibe de forma clara salvo por el lector iniciado. De esa forma, el lector medio seguirá acudiendo a un cantautor urbano como Joaquín Sabina para que le hable de lo que él conoce, y evitará visitar el terreno de quien le va a “complicar su existencia” citándole cuestiones que nada le incumben. La poesía del siglo XXI evita el enclaustramiento de la etiqueta y busca una expresión más libre y menos sometida a escuelas y rigores estéticos, por lo que el adjetivo es una mera etiqueta más que una corriente plenamente definida. Sin embargo, lo que expresó Jaime Siles en relación a poesía de los años ochenta, se vuelve a reproducir ahora: “lo que parecía inmovilismo de superficie” es en realidad “cambio de fondo y de forma en la profundidad”[1].
            Pero pasó la época de los novísimos y su ruptura con la poesía social, aunque el esteticismo se haya mantenido con los años y ahí prosiga vivo con Antonio Martínez Carrión o Guillermo Carnero como exponentes. Aquella iconoclastia sigue viva en algunos autores, y aunque no haya una ruptura radical sí se reforman los viejos modelos y se indagan en unos nuevos más personales. La poesía de la experiencia, el auge de la presencia poética femenina, el neopurismo y la poética del silencio, la poesía minimalista, el neoromanticismo, el sensismo, la poesía de la diferencia, el neosurrealismo, parecen sistemas del pasado lejano, cuando los autores que las cultivaron están en plena vigencia y son los reyes del espacio lírico español actual. Pero todas estas corrientes han dado como fruto una poesía individualista que sustituye el culturalismo de las generaciones anteriores por la vida personal, y que opta por los diarios y por todas las formas de expresión autobiográfica.
            En los últimos quince años el espacio poético está mediatizado por lo que Vicente Luis Mora denomina «poesía de la normalidad»[2] (antes Miguel Casado se había referido a un «lenguaje de lugar común» detectable en muchos de los poetas analizados en el prólogo a Mar interior[3]). Se trata de una serie de consignas más ambientales que escritas, a las que se deben acoger quienes quieran tener presencia editorial y reconocimiento crítico, derivadas básicamente de la poesía de la experiencia más epigonal, pero que han calado en casi todas las estéticas. Es por ello que ha surgido un tipo de poesía de estructura clara y cerrada en sí misma, con factura simbolista, referentes urbanos y burgueses, relacionada con la subjetividad del autor y emitida por un sujeto poético distanciado o «fingidor» que transmite su desencanto vital sin desgarros ni sentimentalismos. Se habla en un lenguaje coloquial próximo al lector medio en preocupaciones y nivel de accesibilidad, con lo cual si un poema no satisface al público no se debe a la impenetrabilidad de los códigos lingüísticos, sino a la escasa identificación con su contenido. La unificación también alcanza los rechazos: de lo metapoético, de cualquier técnica derivada de las vanguardias (corriente de conciencia, elementos visionarios e irracionales), del poema en prosa[4]. Sin embargo, estos rechazos no implican que los mismos autores reticentes a estos discursos acaben sumergidos en ellos. ¿Efecto de la indefinición del poeta en esta sociedad o en el mundo del negocio editorial?
Sin embargo, no son pocas las voces que hablan de una apertura hacia la pluralidad estética en la poesía joven en torno al cambio de milenio que se refleja, para empezar, en los referentes literarios: a las poéticas tradicionales se suman las de las literaturas europeas y americanas de la Modernidad, dándose una desestigmatización de las vanguardias meramente estética. Se atiende y trabaja sobre lo interdisciplinar (sobre todo la pintura, el cine y la música). En cada vez más autores se revitaliza la reflexión crítica sobre el hecho poético y el lenguaje[5].
En esta zona de diversidad encontramos una poesía no excluyente con unas líneas consecuentes en este siglo XXI recién nacido:

1) Una nueva dimensión de la poesía de la experiencia. Los poetas que siguen la línea experiencial lo hacen desde un mayor ahondamiento meditativo, con ciertas derivas irracionalistas (Alberto Tesán, Eduardo García, Luis Muñoz, García Casado, Andrés Neuman).

2) La extensión de una poesía de la introspección emocional y contemplativa, radicalmente subjetivizada, en los límites del existencialismo (Ada Salas, Ana Merino, Luisa Castro).

3) La búsqueda de una nueva materialidad del «objeto» lenguaje, con un planteamiento fusional: entre ética y estética; entre fuentes plásticas (cine, fotografía, televisión), entre la experiencia de lo cotidiano y los vínculos con el lenguaje (Niall Binns, Andrés Fisher).

4) El ahondamiento en una poesía de la contemplación meditativa y del entrañamiento con la naturaleza; una búsqueda que se mueve entre la captación de lo inefable, la apuesta por la imaginación y el rescate de una memoria visible o sumergida, cuyos referentes serían Claudio Rodríguez y la poesía anglosajona más entrañada con el paisaje representada por Wordsworth, Yeats o Thomas (Diego Doncel, José Luis Rey, Jordi Doce, Vicente Valero, Juan Abeleira).

5) La apuesta por la insurrección del lenguaje desde una conciencia crítica frente a la realidad. Línea precariamente transitada por la poesía de las últimas décadas y que ahora cobra fuerza en la obra crítica y poética de Antonio Méndez Rubio o Enrique Falcón.

La diversidad puede explicarse desde la crisis de los planteamientos de la globalización, la necesidad de asimilar las nuevas estructuras sociales y comunicativas (que han intensificado la posibilidad de intercambio cultural) o como respuesta instintiva al caos de la posmodernidad. En cualquier caso la heterodoxia cultural suele ser una buena noticia, como lo es que cada vez abunden más los poetas que se enfrentan a su época y a la escritura con lucidez e independencia.

Como conclusión entre esta línea heterogénea y difusa, carente de perspectiva temporal, encontramos una poesía que está viva. El individualismo que la sostiene es espejo de la sociedad en que vivimos, por lo que la poesía no está tan lejos de la realidad como se presume. No puede: está atada a ella porque es la vida la que la inspira. No son tan “malos tiempos para la lírica”, como cantaba el grupo vigués Golpes Bajos allá por 1983, pero sí que es cierto que tendrá que trabajar mucho para seguir ocupando el pequeño espacio que le prestan los medios de comunicación y la sociedad en que vivimos, a quienes sólo parecen importar los escándalos de un premio importante o las aventuras rosas de un poeta. La poesía tiene su sitio y ese sitio debe crecer: las trincheras sólo conducen a la derrota en una sociedad en constante cambio. Y quizá su futuro está en aprovechar los nuevos soportes que le brindan las nuevas tecnologías informáticas. Al fin y al cabo, ¿no hay también poesía en esos videojuegos tan despreciados por la intelectualidad dominante pero tan atractivos para nuestros jóvenes? ¿O acaso no habrá que salir a buscar la poesía y sus lectores en lugar de esperar a que la juventud acuda en masa a nuestra llamada metafórica? ¿O es que el porvenir de la poesía está en los medios que en el presente nos indican que caminamos hacia el futuro? Lo pensaremos.



[1] Jaime Siles: “Dinámica poética de la última década”, Madrid, Revista de Occidente 122-123, julio-agosto 1991, p. 152.
[2] Esta y muchas otras cuestiones se plantean de fondo y con espíritu de sana agitación en su Singularidades. Ética y poética de la literatura española actual, Madrid, Bartleby, 2006.
[3] Mar interior. Poetas de Castilla-La Mancha. Toledo, Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha, 2003.
[4] Una reflexión sobre su vigencia y una antología imprescindibles se encuentra en Marta Agudo y Carlos Jiménez Arribas, Campo abierto, Antología del poema en prosa en España (1990-2005), Barcelona, DVD, 2005.
[5] A. Kravietz y F. León proponen en La otra joven poesía española (Tarragona, Igitur, 2003) una nómina de jóvenes que, desde estéticas diversas, presentan una actitud comprometida (frente a posiciones neorrealistas) con la Modernidad literaria y una concepción de la poesía como vehículo de conocimiento metafísico y de indagación sobre el lenguaje. Por su parte, L. A. de Villena habla de los hijos de una alquimia entre la razón lógica y Orfeo en La lógica de Orfeo (Madrid, Visor, 2003).

lunes, 15 de noviembre de 2010

Las ideas de Vargas Llosa sobre Latinoamérica

Con sentido comercial, aprovechando el éxito de la concesión de Premio Nobel este año, se ha reeditado una obra singular de Mario Vargas Llosa: el Diccionario del amante de América Latina, publicado en Paidós en 2006. Un acierto porque conviene rescatar la obra del autor peruano despojada de los grandes anaqueles de las librerías.
El Vargas Llosa novelista siempre se ha engullido al magnífico escritor que es, al menos en el plano comercial. No hay que olvidar sus trabajos sobre Flaubert, el Tirant lo Blanc, su desmitificación del indigenismo de La utopía arcaica, o García Márquez: historia de un deicidio, verdaderas joyas del ensayo (y sin olvidar su teatro, con obras maestras como La Chunga). Dentro de su ensayismo se incluyen sus memorias de El pez en el agua, un repaso a su experiencia fallida como candidato a la presidencia de Perú, y sus artículos periodísticos, publicados en los diarios más importantes del mundo hispánico. Es un Vargas Llosa de lectura profunda, de amplio recorrido intelectual, cuyas reflexiones se sitúan en la máxima altura del pensamiento articulado sobre el mundo de la literatura.
En este ámbito del articulismo del autor se situaría el Diccionario del amante de América Latina. Resulta curioso en principio que esta publicación no fuera absorbida cuando fue novedad por alguna editorial “potente” y se la acogiera Paidós, cuyo prestigio intelectual es reconocido pero carece de tanta ubicuidad comercial. Además, cuando apareció fue colocada entre las colecciones una colección de diccionarios de viajeros y amantes de lugares como India, Grecia, Egipto, Venecia o religiones como el Islam, de autores prestigiosos como Jean Claude Carrière, Malek Chebel o Philippe Sollers. Ignoramos aún si la obra tendría éxito comercial, pero si no lo alcanzó pensaremos en que el lector se asemeja al espectador televisivo: un buen receptor de platos precocinados.
La obra es un amplio compendio del pensamiento de Vargas Llosa. Se aprecia, por ejemplo, en que la entrada “indigenismo” sintetiza las ideas analizadas y demostradas con profundidad en La utopía arcaica. El libro recoge las obsesiones temáticas recurrentes de la cultura, la política, la civilización, la antropología, la literatura y la sociología latinoamericanas, siempre ceñidas a su especificidad como civilización. Así, el autor nos descubrirá sus paradojas, sus evoluciones explícitas y su idiosincrasia. Por su pluma discurren los personajes más relevantes de su convulsa historia, su literatura, sus ideologías, lugares que significaron algo en su vida, y distintos países que, a su modo de entender, merece la pena valorar. El tratamiento estilístico entre la gravedad y el humor nos permite disfrutar de su lectura a la vez que reflexionar sobre esta realidad. Si bien algunas afirmaciones podrán suscitar polémicas, están razonadas y sustentadas en algo más que lo autobiográfico, aunque bien es cierto que la experiencia personal ha inspirado una parte importante de las exposiciones incluidas en este diccionario, e incluso se utilizan materiales como entrevistas realizadas en el pasado (a Neruda, por ejemplo). Vargas Llosa pone en tela de juicio dogmas pero no crea otros que los sustituyan sino que plantea preguntas continuamente sin pretender establecer respuestas.
Merece la pena adentrarse en esta maraña de conceptos e ideas que nos ilustran lo mejor y lo peor del universo latinoamericano. Este ensayo es un logro literario de Vargas Llosa, porque no es un libro de preceptos sino un intento de reunir percepciones y conclusiones sobre estos países que conoció en París, como ha expresado en distintas ocasiones y nada más iniciarse la introducción de esta obra. Porque, como él mismo dijo, “la literatura no demuestra, sino muestra”, y éste es el resultado del diccionario: un conjunto de señales ilustrativas del mundo iberoamericano, alejado del preceptismo y de la retórica vana.

viernes, 12 de noviembre de 2010

Olvidos literarios valencianos (II). Enrique Nácher.

Dice nuestro estatuto de autonomía de la Comunidad Valenciana que se considera valenciana a toda persona que haya nacido o resida en cualquier lugar del territorio. Dice bien, puesto que siempre hemos considerado esta tierra como un lugar de encuentro de razas, costumbres y lugares, por tradición e historia.
Pues también tenemos escritores nacidos fuera de la Comunidad que han residido casi toda su vida, a los que hemos acogido dentro de nuestra literatura. Entre los casos más célebres está el de Max Aub, a quien se le han dedicado congresos, ediciones de sus obras completas y una casa con centro de investigación en Segorbe, la tierra donde disfrutaba de sus estíos y épocas de sosiego.
Pero tenemos más. Y los valencianos, con nuestra memoria cargada de mitos, nos olvidamos fácilmente de ellos. O simplemente no los conocemos porque aquí son más importantes los presidentes de la falla de tu barrio que un pensador o un activo escritor. A lo mejor es que son más importantes realmente.
Un olvido que deja perplejo es el de Enrique Nácher. Es uno de los grandes novelistas de la Valencia de los años cincuenta y sesenta. Recuerdo que visité su casa en 1994 porque pocos como él podían hablarme de los ambientes literarios de la ciudad desde los años treinta. Me enseñó ejemplares de una revista de humor que tendría que rescatarse, El loro azul, sus libros, su archivo, donde dominaba un amplio conjunto de fotografías de la vida canaria de los cincuenta, y compartí su preocupación por los enfermos de Alzheimer. Una buena persona, como se dice normalmente. Sin embargo, en Valencia no existe su literatura.
Quizá porque naciera en Gran Canaria en 1912. Pero a los seis años salió de allí hacia Valencia. Estudió medicina en su universidad y se implicó en distintas actividades culturales, hasta acabar dedicándose con mayor profusión a la novela, y algo menos al teatro. No olvidemos que también trabajó la pintura y la fotografía.
Su primer momento de gloria le llegó cuando obtuvo el premio Nadal por La Buhardilla en 1950. Cuando el Nadal era un premio impulsor y de prestigio. Y así siguió conquistando otros galardones importantes como el  Pérez Galdós (1956) por la novela Guanche, Valencia (1953) por Volvió la paz, Ondas (1954), Ciudad de Sevilla (1958) por Los ninguno, Sinergia (1960) por Cerco de Arena, y Blasco Ibánez (1969) por Esa especie de hombres. Otras novelas suyas son Sobre la tierra ardiente, Tongo, Cama 36, La evolución de los débiles y El mono vestido. De esta trayectoria, Valencia no se acuerda.
Sin embargo, sí se acuerdan sus paisanos canarios, adonde viajó continuamente a lo largo de su vida. Ellos sí que supieron reivindicarlo con homenajes, artículos y trabajos sobre su obra, sobre todo acerca de Guanche, quizá porque sea la más próxima a sus habitantes, y su defensa de la identidad canaria para ellos. La narración, situada en el norte de Gran Canaria, nos muestra cómo el canario actual es descendiente de los canarios precoloniales y presenta sus peculiaridades diferentes a las españolas.
Sus novelas poseen un profundo tinte realista. De hecho, él me dijo, y así suscribo después de su lectura, que su preocupación era el reflejo costumbrista mezclado con la problemática social e interior de las gentes. Era un indagador de la intrahistoria y de la condición humana, desplegando su carácter solidario. Novela social pero con más riqueza de la prevista. Sus temas se localizan en la guerra civil española, en la emigración latinoamericana, sobre todo a Venezuela, país que también conoció, y la realidad del momento en que vivió desde la posguerra.
En Volvió la paz demuestra la impregnación autobiográfica de su obra cuando presenta a tres médicos jóvenes en su arranque profesional y sus ambiciones con uno ávido de triunfo en Madrid y ampliación de estudios en Alemania, otro feliz en su aldea y otro radicado en Valencia que se enriquece a costa de su falta de ética. Tres historias distintas que se entrecruzan para ofrecer un fresco de su sociedad. En Esa especie de hombres asalta los sucesos más importantes de los treinta años anteriores a la fecha de edición de la novela, con lo cual, si queremos conocer a las gentes de la época, bien podemos acudir a ella. Ese es el mejor Enrique Nácher; el que ofrece una realidad colectiva interceptada por las pequeñas historias individuales.
No sé si para los valencianos será un escritor suyo. Sí para sus amigos valencianos que han ido falleciendo año tras años. Pero sí sé que los mejores estudiosos y críticos valoran su obra. Ignacio Soldevila no dudó en incluirlo con letras grandes en su trabajo incompleto sobre la novela española del siglo XX. Así hace también Santos Sanz Villanueva en su reciente estudio sobre el tema, hasta el punto de que Ricardo Senabre afirma que tiene “en mayor estima las novelas de Luis Berenguer, que aquí no figura más que en una mención de pasada, que las de autores como Enrique Nácher, Dolores Medio o Mercedes Fórmica -entre otros-, que sí aparecen atendidos”. En efecto: durante cuatro páginas Sanz Villanueva estudia la obra de un autor de peso escondido entre flores marchitas y nos lo sitúa entre los escritores imprescindibles del realismo español durante el Franquismo.
Espero que algún día a alguien se le ocurra reivindicar como valenciano a un escritor universal que compuso su obra en nuestra ciudad. Al fin y al cabo, cuando uno acude a la historia de la literatura paraguaya, la canaria Josefina Pla figura entre sus exponentes fundamentales. ¿Por qué esta apasionante mujer canaria está entre las letras paraguayas y este gran escritor residente tantas décadas en Valencia no figura en las nuestras?
Se lo preguntaremos a los prebostes del canon valenciano.

miércoles, 10 de noviembre de 2010

OLVIDOS LITERARIOS VALENCIANOS (I): McLUHAN Y PEDRO SEMPERE

Ahora que tanto se teoriza sobre la comunicación, la sustitución del libro por el e-book, la muerte de la prensa en papel, y tantos y tantos temas referentes al universo de la palabra, me vino a la memoria la existencia de un libro publicado hace apenas tres años (2007) titulado McLuhan en la era de Google. La "era de Google", llamativo sintagma nominal descriptivo de nuestra dependencia de este buscador "internauta" que hace una década te regalaban con los CD de publicidad de las compañías recién inauguradas, como Eresmas o Ya. Lo he releído con el morbo característico de quien desea certificar la materialización de la profecía.
Su autor: Pedro Sempere. Un fino percutor de la realidad escondida detrás de algunas paredes, de ironía deslumbrante, a quien conocimos hace muchos años como articulista de Cartelera Turia, cuando era una cartelera, y, sobre todo, por obras literarias como la novela Fritzcollage (1982), ganadora del premio La Sonrisa Vertical. Tuvo suerte por haber desarrollado su vida profesional como publicista en Madrid, cuando este ámbito era un desierto sin colonizar en los años sesenta, pero, una vez jubilado, regresó a Valencia donde uno ya no puede ser lo mismo que fue, sobre todo cuando se es honesto y coherente. También es autor de unas obras inspiradas en la actualidad de su equipo de fútbol, el Levante, de grácil lectura por su calidad literaria y merecedoras de pasar a la bibliografía futbolística imprescindible.
Este ensayo nos introduce en un universo, el de la comunicación, dominante en nuestra sociedad, atendiendo a sus transformaciones actuales. Parte del pensamiento de McLuhan, famoso por su frase "el medio es el mensaje" (que tantos pronuncian, sobre todo periodistas, sin saber qué significada "medio" para este autor, algo bien explicado por Sempere). Lo desarrolla de forma analítica hasta comprobar si el tiempo ha dado o no la razón a sus ideas y profecías dispersas en sus publicaciones, conferencias, artículos y manuscritos. Pocos españoles pueden, como este autor, haber gozado de su contacto directo y con su perspicacia desplegar los núcleos fundamentales y secundarios de sus trabajos. Por estas razones, la obra se subtitula "Memorias y profecías de la aldea global", un subtítulo muy expresivo e indicativo del contenido.
Con prólogo de Eric McLuhan, el hijo de ese profesor de literatura metido a estudioso sociológico de la comunicación, Sempere divide el libro en capítulos alfabéticos. En la "p", por citar uno, nos introduce en la evolución de la pornografía, la prensa digital y la publicidad. En la "t", el teléfono móvil, la televisión o las tétradas, leyes de los medios. De esa forma, elabora una enciclopedia crítica, con una visión personal entre el análisis del pasado y el presente con prospección de futuro. Y con un gran estilo lleno de concisión, precisión léxica (aunque no me guste demasiado tanto anglicismo habitual en este mundillo), concreción temática, una prosa fluida y amena, sin dejar de lado el recurso retórico necesario o la literariedad de su prosa. No estamos ante un tratado académico, como el autor indica en el prólogo, pero tampoco ante un manual de comunicación al uso: estamos ante una magnífica visión global del camino de los mass media desde la individualidad de cada ámbito. Por ello, estamos ante un ensayo en su plena extensión del término, aunque Sempere siempre aporte la prueba explícita a la ciencia, pero por su arte de la magia premonitoria o la perfecta conjunción entre disección y prueba.
Además del recorrido por la figura y obra de McLuhan, personalmente prefiero los capítulos referentes al cumplimiento de algunas profecías. Nos permite reflexionar cuando nos alumbra con frases como las referentes al auge de la prensa digital y la puesta en defensiva de los periódicos creando ediciones en Internet.  O el muy interesante capítulo "El héroe cansado" sobre la irrupción del libro electrónico y su penetración en la sociedad, abierto a sucesos futuros inciertos. Nos satisface el estudio de los medios calientes y medios fríos por su agudeza. Generalmente para el profano era difícil comprender esta diferencia, pero el estudio de Sempere la aclara y facilita su comprensión en apenas unas páginas. Los conceptos complejos con este ensayo quedan sumamente aclarados.
Para quien desee adentrarse en este mundillo de la teoría de la comunicación, creo que tiene aquí el instrumento adecuado. Los esquemas gráficos le dan claridad a los conceptos más difusos. Quizá nos gustaría que el tamaño de la letra de las citas literales fuera un poco más amplia, pero esto es insignificante cuando el libro posee una riqueza y una claridad expositiva digna de agradecimiento. Tan interesante como las predicciones nos resultará el análisis de la televisión con sus basuras escenificadoras de la oferta y la demanda, conclusiones no alteradas por el paso de estos tres años, sino realmente intensificadas hasta el agotamiento y el vómito.
El mundo de las telecomunicaciones evoluciona a tal velocidad que la obra podría actualizarse en algunas facetas. No en una obra abierta de una página web, que nunca será una obra conclusa (con lo cual igual hasta ni es obra). Si un formato para el e-book permitiría su continua evolución, con permiso del autor, una nueva edición podría abordar el auge de Facebook y otras redes sociales que se están imponiendo sobre otros medios como chats y foros, la evolución de Google, convertido ahora en algo más que un buscador y que se fagocita progresivamente a navegadores y programas ofimáticos o gráficos, hasta convertirse sus propietarios en los nuevos Bill Gates de esta primera década del siglo XXI, o la vigencia de SecondLife, que parece bastante ausente del debate social actual e incluso si foros o redes sociales permiten desarrollar esa "second life" a la que algunos seres aspiran como salida de su mediocridad e incomunicación. No obstante, no estamos ante un libro obsoleto por dos motivos: 1) su perfecto análisis del pensamiento mcluhiano y la evolución histórica de los mass media; y 2) el cumplimiento de sus predicciones en estos momentos.
Ya sabrán Vds., por fin, gracias a Pedro Sempere, por qué "el medio es el mensaje" y "el miedo es el masaje". Sabremos por qué, como dice el autor, "la Era Digital no tiene fronteras". Aunque me temo que esta era acaba de comenzar y no veremos su desenlace porque parece no tener su final muy cerca. McLuhan ha conseguido con el tiempo convertir sus profecías en ciencia, en efecto, pero no sé si las predicciones de Negroponte se harán realidad. En caso afirmativo, siempre existirá la Resistencia, con mayúsculas. O los hombres-libro de Ray Bradbury y su Farenheit 451.
Quizá McLuhan ahora no tendría el camino de la profecía tan fácil. O quizá sí, como ha hecho Pedro Sempere en este libro.



miércoles, 3 de noviembre de 2010

Premios literarios valencianos: R.I.P.

Valencia es un jardín de flores, donde brilla la paella y su fría arquitectura cibernética. Está muy bonita. No se vive en ningún sitio como aquí. Fíjate en esos madrileños que pasan hora y media al día para ir a su trabajo, y luego vienen a nuestras playas en cuanto tienen tres días de fiesta. Fíjate en esos gallegos que pasan semanas sin ver el sol. Y en esos catalanes, siempre pendientes de expandir su imperio y de sacar calés a todo el mundo. No hay nada como Valencia.
Además, tenemos Fórmula 1, Motociclismo, Champions League, Copa del América... Soltamos la mosca y ya está: Ecclestone se rinde a los efluvios del humo de la paella.
Pero nos hemos quedado sin premios literarios del Ayuntamiento de Valencia. total, ¿para qué sirven? La Generalitat eliminó sus premios de ensayo y a los libros mejor editados, y ha dejado moribundos los antaño subvencionados premios de la crítica valenciana quizá por desconocimiento de su importancia para que un autor diera el salto al ámbito nacional y su obra quedara certificada como prestigiosa. Y no pasa nada porque la gente de la literatura es insignificante aquí.
El Ayuntamiento de Valencia no ha convocado los premios Ciudad de Valencia, a pesar de estar presupuestados. Eran premios de raigambre nacional y uno de los frentes sociales donde se superaba el localismo y el provincianismo tan arraigados en nuestra cultura. El argumento esgrimido con la boca pequeña consiste en que, dada la situación financiera del consistorio, la partida debía ser destinada a gastos más necesarios. Lo cierto es que la supresión ha pasado de puntillas sin voces discrepantes.
La crisis económica -y de valores inmateriales- se ha llevado por delante otros premios municipales como el de narrativa juvenil de Cullera o el Bancaixa de Burjassot. Puede ser, como afirma Joan Carles Girbés en l'Informatiu, que hubiese un exceso de premios literarios, pero, como bien apunta, son importantes para fomentar el dinamismo creativo cuando la iniciativa privada les da la espalda por inoperancia. No lo niego: incluso que algunos sean elementos decorativos. Sin embargo, las autoridades deben velar por la promoción cultural y no hay nada mejor que un premio público para iniciar una  trayectoria literaria valiosa. Además, en el caso del premio del género teatro, el de Valencia era un premio necesario, dada la carencia de concursos para libretos originales en nuestra Comunidad.
Sólo sé algo: una ciudad importante debe aupar a la gente de su cultura. Un empujoncito viene muy bien. Aquí hemos eliminado por superfluo este empujoncito. Mientras, la ciudad duerme, calla y da su visto bueno a la masacre de su cultura nacida del pensamiento, de la actividad alejada de la comercialidad. Hemos sido incapaces de crear una estructura literaria como la de otras ciudades ante la indiferencia de un pueblo para el que un libro es un objeto de castigo en lugar de instrumento de placer y de progreso individual y colectivo. No tenemos grandes editoriales y las que son serias sobreviven gracias al libro escolar. No tenemos fundaciones que impulsen congresos. Y ahora tampoco instituciones públicas. Así nos va. Luego se preguntarán por qué nos vamos a Madrid o a Barcelona... o a Murcia.
Mientras tanto, las fallas se quejan de un recorte de un tercio en la ayuda municipal a sus monumentos, ayuda que no existía hace una década. Pero no las suprimen, quizá porque sean "necesarias" dado que nos garantizan el reasfaltado de las calles después de la cremà. Quejas por recortes, pero nadie se queja de una supresión de facto de un bien común minoritario, y de, lo que es peor, la falta de garantías de recuperación de los premios, una de las pocas actividades que nos elevaba al calificativo de ciudad de cultura. Ningún concejal explica qué harán el año próximo, mientras la oposición calla porque bastante jaleo tiene dentro de su casa como para preocuparse de algo tan inservible como es la cultura real, la cultura del pensamiento, desplazada en esta ciudad por los grandes eventos deportivos y por la cultureta popular controlada desde el poder ideológico. Al fin y al cabo, aquí es más útil prestar solares públicos a un club de fútbol privado en la ruina que apoyar a las minorías impulsoras del progreso cultural.
Nada, sigamos así. Valencia seguirá su camino polvoriento mientras otras ciudades tomarán su testigo. ¿Para qué años Joanot Martorell si están vacíos de contenidos y realidades tangibles? ¿Para qué mantener una fláccida estructura cultural si las fallas dan más votos?
Menos mal que nos quedan los Premios Valencia de la Institución Alfonso el Magnánimo de la Diputación de Valencia o los Octubre. Por ahora.

martes, 2 de noviembre de 2010

La tercera novela de Rulfo: "El Gallo de Oro"

            La relación de Juan Rulfo con el mundo de la imagen, con el cine y la fotografía, fue amplia. Diez adaptaciones de sus cuentos y su novela Pedro Páramo, y seis colaboraciones como guionista o argumentista original en libretos, más una aparición incidental en En este pueblo no hay ladrones (1964) de Alberto Isaac, revelan que el cine fue uno de sus medios tanto de expresión artística como de subsistencia alimenticia. Sin embargo, como revela Ayala Blanco, su filmografía, en términos generales, no ha dejado sino “obras mediocres y serviles adaptaciones, cuando no grotescas o muy alejadas de los textos de inspiración”[1]. El mismo Rulfo opinaba sobre la versión de Pedro Páramo de José Bolaños realizada en 1976 lo siguiente: “Es muy mala. Creo que el director no logró ni el tono ni el clima adecuados”[2].
            Dos únicas excepciones de calidad quedan anotadas en ese prolongado “despiste artístico”. La primera se titula El despojo, un cortometraje de doce minutos, dirigido en 1960 por Antonio Reynoso y fotografiado en blanco y negro por Rafael Corkidi, que inauguraba una ficción rural de tema indígena asombrosamente despojada de cualquier paternalismo, y sin mácula de folclorismo espurio. La segunda salida de la tónica general fue La fórmula secreta, mediometraje de 42 minutos, dirigido y fotografiado por Rubén Gámez, dentro del cine político antiimperialista visto con la perspectiva de una vertiente imaginativa, surrealista y lírica». El resto, desde Talpa (1955) hasta Los confines (1988), han sido historietas narradas con torpeza y ametrallando las estupendas ideas argumentales para acabar fusilando sin reparos la maestría de las narraciones donde se inspiraron.
            Lo cierto es que Juan Rulfo se había convertido en una marca de interés comercial para los tiburones del negocio cultural a raíz del éxito de la novela Pedro Páramo. A finales de los años cincuenta, como expresa Alberto Vidal[3], su creciente prestigio creó el mito del zorro que se negaba a escribir un tercer libro literario para evitar los ataques de la crítica que pudieran destruir su obra. La verdad es que mientras se le preguntaba continuamente por su siguiente obra, la industria cultural mexicana aprovechó el nombre de Rulfo como reclamo en el mundo del cine. La cordillera, esa tercera novela que nunca existió a pesar de incluso ofrecerse recensiones y resúmenes argumentales, creó una mitología a su alrededor, mientras que la realidad nos dejaba a un Rulfo implicado con la cinematografía y alejado de la creación estrictamente literaria.
            Esa dedicación rulfiana al Séptimo Arte nos ha dejado una obra extraordinaria que el tiempo ha convertido en la tercera obra narrativa del autor: El gallo de oro, escrita en 1963. Nouvelle pero novela al fin y al cabo. Cuando apareció en 1980[4], la crítica descubrió una excelente narración digna de la grandeza adquirida por Rulfo con Pedro Páramo, sólo que desprovista de las innovaciones y el riesgo experimental estructural de su obra maestra, sustituidos por una linealidad necesaria para la diégesis cinematográfica. Sin embargo, la obra tuvo que luchar contra la carencia de adscripción a un género, dado que se observaba como historia cinematográfica y a la vez se leía como manifestación narrativa, lo cual demuestra el apego de la crítica a los clichés y prejuicios establecidos y a unos cánones de los géneros literarios corsés para la literatura. También tuvo otro problema añadido: la constante comparación, o al menos referencia rememorativa sobre todo en sus aspectos cualitativos, a El llano en llamas y Pedro Páramo, siendo como era una historia diferente en su concepción.
               El gallo de oro está pensada para el cine, adquiere una mayor presencia la visualidad de las situaciones y ello la sujeta a una linealidad argumental ausente en las obras anteriores. Si recordamos también el que el guión ha tenido dos adaptaciones bastante dispares, por no llamarlas desiguales, por parte de Roberto Gavaldón (1964) y de Arturo Ripstein (1987), ésta titulada El imperio de la fortuna, ya que la primera se ajusta a los parámetros del cine de oro mexicano y la segunda, en cambio, desplaza la acción a los suburbios del Distrito Federal para mostrar su decrepitud social, comprenderemos que El gallo de oro esté escasamente valorada por los estudios rulfianos, salvo excepciones. La ambientación de la adaptación de Ripstein difiere mucho de la original y, además, se realizó después de la muerte de Rulfo, por lo que en el fondo pasó inadvertida y poco público la recuerda. Años más tarde, en 2000, Carlos Duplat dirigió una telenovela titulada La Caponera, basada en la obra, con interpretación de Margarita Rosa de Francisco, Miguel Varoni y Juan Ángel, muy centrada en los aspectos folletinescos de la narración, en el sensacionalismo y morbo habituales en la televisión contemporánea y con un descuido notable de la calidad argumental.
            El texto sufrió sus avatares previos a la publicación en 1980 en  México[5]. La carencia de publicaciones del autor posteriores a Pedro Páramo, dimensiones insospechadas, o la necesidad de proyectar una nueva luz sobre la escritura rulfiana provocaron la urgencia del rescate y difusión de sus sepultados escritos para el cine. De esa forma se editaron en el mismo volumen El gallo de oro, El despojo, un guión jamás escrito, y un texto lírico que fusionaba una serie descriptiva de imágenes, La fórmula secreta. Un apéndice con una serie de fotografías de las adaptaciones y la filmografía rulfiana completaban el volumen. El texto finalmente publicado no es un guión cinematográfico, ni siquiera un esbozo narrativo argumental, ni tampoco apuntes para un futuro guión, como en el caso de La fórmula secreta. Se trata de una narración literaria en todos los sentidos, aunque ésta no fuera la intención inicial ni su destino definitivo, rescatada por Vicente Rojo en 1979 no se sabe si de la papelera o de la voluntad de Rulfo[6].
                 En el guión para "El gallo de oro" se describe el vértigo de la dialéctica lúdica del amor y la suerte a partir de la historia de un gallero salido de la nada y una cantante de ferias, “La Caponera”. Rulfo nos presenta a un humilde pregonero, Dionisio Pinzón, que recibe un gallo de pelea dorado moribundo al que milagrosamente hace revivir gracias a sus cuidados y un efecto mágico (¿realismo mágico?). En la feria de San Juan del Río, el gallo vence con suficiencia a uno de los del gallero profesional Lorenzo Benavides, también amante de Bernarda Cutiño, “La Caponera”. Cuando está logrando un sustancioso volumen de ganancias, el gallo dorado muere en una pelea, pero al haber adquirido una experiencia en el palenque, incrementa su dedicación profesional a los combates y al juego. Impresionado por “La Caponera”, Dionisio le atribuye su influencia mágica en sus victorias y se siente atraído hacia ella sin poderlo remediar. Más tarde Lorenzo intenta comprarle el gallo y el protagonista se niega, porque va obteniendo triunfos, lo que aumenta su prestigio y sus ganancias económicas. Sólo el poder de seducción de “La  Caponera” le hace modificar sus opiniones. Finalmente, empiezan a vivir juntos y se dedican a viajar de pueblo en pueblo, tienen una hija y mantiene un holgado nivel de existencia aunando una riqueza enorme. Sin embargo, esta hija es una verdadera ninfómana, y al final en un único día, Bernarda muere, Dionisio pierde todo en el juego frente a unos abogados, acaba suicidándose tras descubrir a su esposa fallecida, y la hija queda para exclamar “seguiré el destino de mi madre” y acabar cantando en el tablado de la plaza de gallos de Cocotlán, “un pueblo arrumbado en los rincones más aislados de México” (p. 101). El final, con el grito de quien da comienzo a la pelea de gallos, rubrica una obra sobre la ambición y el carácter efímero de la gloria.
                   Lo más sorprendente es la linealidad del texto y el que sea el único texto narrativo de Rulfo donde la tercera persona domina por completo. Ese carácter distanciado con la narración, esa voz externa, heterodiegética, da más credibilidad al relato y le concede una credibilidad sin igual. Su ambientación, que tanto recuerda al cuento “En la madrugada”, como expresa Alberto Vital[7], reproduce una atmósfera etérea, a veces fantasmagórica, heredera de sus mejores narraciones ambientadas en el México profundo. Da la impresión de que el humo de los cigarros en los palenques está presente en la lectura. Aparecen enclavados unos personajes fuertes, de carácter: Bernarda es puro fuego y representa esa mujer posesiva que absorbe a todo su alrededor, y se da a la bebida por puro afán vividor, mientras que Dionisio escupe la ambición del humilde frente a la obsesión por la riqueza. En el relato ambos sucumben al juego del amor y la suerte, como he anticipado, quedando al margen o en un segundo plano la riqueza alcanzada. Sólo la caja fuerte de los últimos ahorros que se juega Dionisio en la partida final alcanza una función argumental determinante, porque lo importante son las reacciones de los personajes y su humanidad.
               Por ello, el registro popular lingüístico utilizado adquiere una importancia fundamental. De la misma manera, las letras folclóricas de las canciones de Bernarda reproducen sentimientos y aderezan la ambientación de las secuencias. Son una rúbrica perfecta, además de que si se piensa en una versión cinematográfica aporta esa dosis musical tan vigente en muchas películas de la época en que el relato fue escrito. Esos ornamentos son los que contribuyen, como en Pedro Páramo, a una atmósfera fantasmal y repleta de violencia, sobre todo sensorial, no exenta de un aliento romántico incrementado por la condición antimítica de los personajes –personajes marginales, como suele ser habitual en el autor- e incluso de los mismos gallos que les enriquecen, porque esos gallos acaban siendo derrotados. Y es que el mundo de Rulfo siempre nos ofrece perdedores a pesar de las circunstancias favorables: en el amor, en el juego y en los negocios. El destino conduce a todos al mismo terreno: la muerte.
Cada una de las diecisiete secuencias en que se divide la narración constituye una unidad textual que rompe temporalmente con la anterior. Siempre hay un salto elíptico entre una secuencia y otra por la necesidad de concretar y culminar en síntesis la historia de Dionisio Pinzón. Fragmentos como el siguiente ejemplifican el descriptivismo sintético hasta un buen punto feísta que caracteriza a la obra:

La sangre de la cresta comenzó a bajarle a las narices al Dorado y le produjo hoguío. Dionisio Pinzón le limpió la cabeza. Sopló el pico para desahogarlo. Tomó tierra del suelo y la restregó en la cresta de su animal para contener la hemorragia y, lo que no había hecho nunca, comenzó a desentrañarlo arrancándole plumas de la cola para encorajinarlo. Así, cuando sonó el grito de: ¡Suelten sus gallos, señores!, el Dorado, enfurecido, no cayó suavemente en la raya, sino que pareció huir de las manos de Dionisio Pinzón y fue a darse fuerte encontronazo con el Giro, que lo paró en seco con un brinco de medio vuelo, metiéndole las patas por delante. Luego lo trabó del pico. Lo zarandeó; para después, tras unas cuantas fintas y aletazo , trepársele encima, destrozándole la cabeza a picotazos mientras le hundia el puñal de su espolón en la pechuga. El Dorado quedó patas arriba, lanzando navajazos, pero ya en los últimos estertores (pp. 43-44).

            Frases breves que dan un dinamismo al relato inusual en esa prosa sosegada que caracteriza a El llano en llamas y Pedro Páramo. No sabemos si el maestro de Jalisco, al concebir y poner el relato en el papel, pensaba en la posterior versión para un guión cinematográfico o no. Eso se lo llevó a la tumba. Sin embargo, sí que observamos ese mayor dinamismo de la acción y una condensación en las frases realmente impactante, pero sin renunciar a su estilo plástico y funcional que también caracterizó a la fotografía del autor. Y es que Rulfo es autor de imágenes; de esas imágenes que captaron las versiones cinematográficas sólo de forma superficial. Y como retratista, también supo plasmar en los diálogos de El gallo de oro el habla coloquial jalisceña, con sus variantes y registras, y así reproducir el México real con mayor plasticidad. Al fin y al cabo, a pesar de sus ambientes etéreos y oníricos, a Rulfo también le interesó siempre dibujar el mundo real de su país.
             El gallo de oro es una película que sobrepasa la dimensión folletinesca del cine mexicano de los años sesenta. Rulfo podría haber terminado mostrando la ruina de la familia cuando el primer gallo dorado muere. Sin embargo, desde ese momento se inicia la historia más interesante y, a su vez, más sombría. La relación entre La Caponera y Dionisio está siempre marcada por el azar; por la casualidad del juego. En el fondo, el mensaje de Rulfo está adscrito al tema mítico de la literatura: la veleidad de la fortuna. No es que Rulfo pretenda filosofar, como hacen clásicos como Juan de Mena, sino describir que el mundo está sujeto a los cambios inesperados. El México profundo tampoco se libra de esta veleidad: la suerte cambia en todo momento, sobre todo para los “pobres circunstanciales”. Entra dentro de un sistema de pensamiento plenamente contemporáneo.
            Concluyendo, no han sido las narraciones de Rulfo muy bien tratadas al convertirse en cinematografía. Comprendemos la dificultad de traducir al audiovisual Pedro Páramo, pero en el caso de El gallo de oro no se acaba de comprender la falta de habilidad en su traslación a la imagen cuando es una narración pensada para reproducir en el cine o la televisión. Sin duda, Rulfo es un autor complejo pero tampoco los adaptadores han tenido la diligencia y la habilidad necesarias para ofrecer una historia que atrape al espectador o, al menos, aun siendo lenguajes diferentes, que reúna el espíritu rulfiano. Sin embargo, y afortunadamente, esa pequeña novela, esa narración tan pensada para la pantalla, ha quedado como una obra literaria de pleno derecho y con una personalidad propia y de envergadura en la obra rulfiana. El cine no ha hecho justicia con esta narración, pero ese argumento novelado ha quedado en la historia literaria de Rulfo como su tercera novela: La cordillera que nunca vio la luz.
           


ANEXO


Ficha técnica de El Gallo de Oro

Producción (1964): CLASA Films Mundiales y Manuel Barbachano Ponce
Dirección: Roberto Gavaldón
Argumento: Juan Rulfo
Guión: Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez y Roberto Gavaldón
Fotografía (colores): Gabriel Figueroa
Música: Chucho Zarzosa
Edición: Gloria Schoemann
Intérpretes: Ignacio López Tarso, Lucha Villa, Narciso Busquets, Carlos Jordán, Agustín Isunza, Enrique Lucero
Duración: 1h. 45 min.


[1] Juan Rulfo: El gallo de oro. Madrid, Alianza – Era, 1982, p. 9.
[2] Citado por Reina Roffé: Juan Rulfo. Las mañas del zorro. Madrid, Espasa, 2003, p. 188.
[3] Alberto Vital: El arriero en el Danubio. Universidad Nacional Autónoma de México, 1994.
[4] Juan Rulfo: El gallo de oro y otros textos para el cine. México, Era, 1980.
[5] La primera edición se publica en México, Era, 1980. Un año más tarde se editó en Montevideo, Ediciones de la Banda Oriental, y al año siguiente en Madrid, en la edición que manejamos en este artículo.
[6] Para ver concomitancias entre La cordillera y El gallo de oro, ver Lecturas rulfianas de Milagros Ezquerro, Guadalajara, Universidad de Guadalajara, 2006.
[7] Víctor Jiménez – Alberto Vital y Jorge Cepeda: Tríptico para Juan Rulfo. México, RM, 2007.