El trueno cae y se queda entre las hojas

miércoles, 8 de diciembre de 2010

JUVENTUD, DIVINO TESORO: TIERRA MENGUANTE DE VERÓNICA ROJAS SCHEFFER.

Cuando tenía treinta y cinco años, recuerdo que en Paraguay apenas había escritores de mi edad, y estamos hablando de mediados de los años noventa, hace catorce años. Andrés Colman Gutiérrez, Mabel Pedrozo, Milia Gayoso, el más joven Gallarini Sienra y pocos más. Con el progreso del correo electrónico -¡albricias!- poco después empezaron a escribirme autores más jóvenes que empezaban a componer sus primeros relatos y poemas. Sin embargo, algo me llamó la atención: el Club Centenario, ese espacio que tanto ha prestado sus instalaciones para el progreso de la literatura, convocaba un concurso para autores novelas. Ganaba un autor más mayor, pero era joven al fin y al cabo, el tristemente fallecido el 28 de noviembre, Hermes Giménez Espinosa, con una buena novela, El amor que te tengo. Pero era llamativo que un círculo tildado de elitista fuera capaz de llamar a crear literatura a los jóvenes paraguayos con un concurso de cuentos y de novela.
Hoy en día es envidiable el panorama joven de la literatura paraguaya. Proliferan los autores de tal forma que es fácil perder de vista sus novedades y su participación activa en libros colectivos si uno se despista unas semanas. José Pérez Reyes, Juan Ramírez Biedermann, Nelson Aguilera y otros escritores de mi generación y de la siguiente se ven superados en número por los nuevos valores nacidos a partir de 1977.
De entre los que voy conociendo, y a la espera de recibir la novela premio Roa Bastos de Mónica Bustos de la que tan bien me han hablado, me ha llamado la atención la cuentística de Verónica Rojas Scheffer, a quien leí por primera vez en la antología Galería de Ángeles y Demonios, reunión de cinco relatos de otros tantos autores del taller de cuentos dirigido por la excelente escritora y amiga Renée Ferrer, donde también figuraba un prometedor autor, Rubén Acosta Gallagher.  También hallamos a esta joven omnipresente en varios volúmenes de “cosechas”, aquellas magníficas antologías surgidas desde el taller del Centro Cultural de España “Juan de Salazar”. Ya nos sorprendió entonces su talento y su olfato para crear tensiones con argumentos apenas perceptibles, sostenidos por un tenue hilo.
Escritora premiada en varios concursos para narradores jóvenes, ve publicada ahora su primer libro propio: Tierra menguante. En él se reúnen estos relatos premiados (“La mosca”, “Bala bendida” y “El círculo”) junto a una mayoría de inéditos. El libro posee una unidad estructurada alrededor de diversos temas recurrentes: la vida y la muerte, el paso del tiempo, la insignificancia del hombre cuya existencia humana es semejante a la de un insecto, el silencio, el individualismo convertido en soledad. Estamos ante una breve crónica de nuestro mundo actual sin paliativos, pero focalizado desde la perspectiva de un personaje atraído por la extrañeza de alguna circunstancia.
Es muy satisfactoria la elaboración misteriosa de los personajes. Sin descripciones físicas, salvo las imprescindibles, la autora penetra en las sensaciones que el entorno o los deseos producen en ellos. Casi siempre la vida está regida por el deseo, las ilusiones y las transformaciones. Sin embargo, ¿se consiguen? A veces podría ser, como en “Teorema de Alberto”, un cuento de los mejores que he leído últimamente donde el protagonista elabora una teoría cuya formulación consiste en que la muerte puede ser evitada, de la misma manera que la oruga de un insecto al final llega a ser mariposa y a su muerte, vuelve a dar orugas a su destino. Juliana es la legataria de sus notas finales y del desenlace, que omito relatar para bien del lector.
Cortázar pasea por estas páginas. Ese ambiente espectral en la vida cotidiana, donde un estado se ve interrumpido por un suceso (real o no) es lo que se cimenta estos relatos. Enigmáticas secuencias como “El pasillo”, con esas sensaciones que trasmite la protagonista y sus emociones. Hay una evolución de los personajes, en ocasiones degradándose hasta su destrucción. O la demolición de lo querido, como en el caso de “Ladridos”, cuento con un final dramático donde volvemos a encontrar a un insecto, la luciérnaga, como símbolo de la vida terrenal y del despertar de los sentimientos, y de “Bala quemada”, que también trata el tema de la venganza.
Pero el miedo es un tema que vuela sobre la mayor parte de los cuentos. “El tiempo se dobla”, primer cuento del libro, ofrece el terror al cumplimiento del destino. La tarotista muestra su incredulidad y queda absorta ante el cumplimiento de una fatídica predicción. Esos zapatos vacíos del principio y final del cuento son indicios de misterio, del miedo a la vacuidad y de la muerte en sí. En el citado “El pasillo” el misterio está determinado por el suspense visto desde el ojo de la cerradura hasta su interior. O “El círculo”, con diálogos narrativizados en discurso; con ese aliento del profesor que no está en la lista de invitados a un seminario que es testigo del misterio observado por la ventana de su habitación del hotel. Y “La mosca”, un relato perfecto, breve pero intenso, con un discurso moroso, pausado y detallista. Otros como “Mediodía de domingo” muestran la soledad del político arribista, sobre todo cómo acaba siendo víctima de su propia actuación.
Imágenes simbólicas, como los insectos, los instrumentos musicales o los tallarines verdes, la comida en general, pueblan estos cuentos de personas víctimas del azar o de ellos mismos. Así, la prosa adquiere una brillantes por la conjunción entre lirismo y narratividad en de “El espejo y Alejandra”, donde se alterna los discursos de la protagonista y del narrador, para así focalizar lo externo y lo interno de la forma más completa posible. En ocasiones se trata de presentimientos e imágenes sorpresivas, como en el desenlace de “Los dedos”.
Un libro que merece la pena. Para un lector exigente, el lector “macho” cortazariano, al que es más preciso denominar “lector activo”. Cuentos inteligentes para inteligentes, bien construidos, sin que la narración dependa de la creación de ítems clarificadores del desenlace. Relatos con una estructura firme ambientada por la morosidad del detallismo, y de una prosa bien conjugada con un estilo sostenido por el poder de la precisión semántica.
Habrá que estar atentos a Verónica Rojas Scheffer porque nos puede brindar grandes obras en el futuro. Un futuro alentador que le espera al cuento paraguayo si sigue fomentando estos valores jóvenes en cuyas obras se aprecia conocimiento, inteligencia, riesgo sostenido y valor literario.

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