El trueno cae y se queda entre las hojas

lunes, 27 de diciembre de 2010

SEGUIMOS CON LOS DESCUBRIMIENTOS PARAGUAYOS: BELLA VICTORIA ACOSTA

Aprovechando los nuevos sistemas de comunicación informáticos, he tenido la suerte de entrar en contacto con algunos escritores paraguayos para mí desconocidos aún porque han publicado sus primeras obras desde 2008 hasta el presente. Es una suerte poder estar al día en las ediciones paraguayas y con los creadores recientes gracias a las posibilidades que nos brinda Internet. Si hace una década fue el correo electrónico y la apertura de páginas web y portales de trabajo lo que nos abrió este campo de conocimiento, ahora son las llamadas redes sociales quienes nos permiten el intercambio de información y el contacto vivo y permanente con las nuevas voces de la literatura paraguaya. Aquí tenemos un ejemplo del buen uso pedagógico y científico que nos pueden brindar esos instrumentos que son demoníacos para quien no sabe usarlos.
Una de ellas ha sido Bella Victoria Acosta. Algo llama la atención: no es una escritora de Asunción. Nació en la colonia Hoenau, en Encarnación, y vive en Ciudad del Este. Una grata noticia esta ampliación del espacio literario paraguayo. Ya no estamos aquí ante una autora capitalina, o como mucho de Villarrica o de Encarnación, donde destacó e impulsó la creación literaria la tristemente fallecida Lucía Scosceria, o casos aislados como Chiquita Barreto en Coronel Oviedo. Es muy importante para la literatura paraguaya el que no sea Asunción su casi único protagonista: hay que expandir la creación y la edición por todo el país, aunque es obvio que Asunción siempre centrará los esfuerzos por ser su capital administrativa y cultural.
Bella Victoria Acosta ha publicado dos novelas: El rescate de mi niña (2008) y El clamor de las doncellas (2009). No son obras donde se busquen alardes literarios, aunque se consigan: el objetivo de la autora es contar historias, tanto vividas como escuchadas, y con ellas darnos unas narraciones puras e interesantes que, a su vez, rindan homenaje a la vida femenina en la historia paraguaya. Acosta no presenta virtuosismos estilísticos o formales; se limita a contar, en una clara reivindicación de la narratividad pura, lineal aun siendo consciente de la necesidad de dar saltos en el tiempo por medio de elipsis, prolepsis y retrospecciones. Este manejo cronístico es uno de sus méritos, junto al universo temático desplegado. Novelas bien escritas, donde sorprende el diálogo entre lo coloquial y lo culto, muestran un afán por retornar a un concepto comprensivo del discurso dirigido hacia un público amplio ávido de experiencias literarias sencillas. Por estos motivos, en ocasiones se recurre a recursos retóricos propios de la mejor novela decimonónica, lo cual, en lugar de restar valor al texto, le permite conseguir los efectos deseados, sobre todo uno: la concienciación del lector sobre un problema de raíces históricas como es el del machismo antiético en la sociedad paraguaya.
La primera novela, El rescate de mi niña, se encuentra en la línea de otras creaciones paraguayas de rememoración de la infancia y del aprendizaje de una protagonista observadora permanente de las restricciones impuestas por la sociedad en que ha de madurar. En seguida nos viene a la mente La niña que perdí en el circo de Raquel Saguier cuando leemos la novela de Bella Victoria Acosta. Sin embargo, aun siendo de la misma línea argumental, hay diferencias notables en el discurso: el intimismo y la ironía de Raquel Saguier, en el caso de Acosta se convierten en representación de sucesos pura y de reivindicación de la narratividad.
El subtítulo nos indica la intención de la obra: “Cara a cara con las heridas infantiles”. El rescate de la niña se produce después del buceo en el pasado y el ajuste con determinados acontecimientos que han marcado a la narradora. Esa inocencia infantil está invadida por el pensamiento adulto.  La narradora se encuentra escribiendo una novela romántica sobre una mujer que había perdido el corazón y en cierta medida la razón. Una novela destinada a las mujeres que espera ser leída por los hombres. Y así, desde ese planteamiento metaliterario, conversa con Pilar, la verdadera protagonista, para seguir con su historia; la historia de su saga que comienza cuando Manuel llega al Paraguay en la primera década de 1900 desde Montevideo. Allí inicia una vida y va ensanchando su patrimonio, pero es un mujeriego empedernido que da un hijo a cada una de sus nuevas compañeras. Sin embargo, logra ganarse el corazón de Epifanía pero es con Magdalena con quien encuentra la felicidad.
Muy interesantes son los capítulos donde colisionan la historia familiar y la política del país. El padre de la protagonista pertenece al Partido Liberal y se convierte en una oveja negra para el régimen. Recibe la acusación de comunista, es apresado. Empieza la desdicha familiar, sobre todo de su esposa Edda. El perdón a Manuel está condicionado a su exilio, con lo cual ha de emprender una nueva vida. Al final, se produce el retorno pero ya nada va a ser igual: la vida familiar ha quedado marcada. Las heridas siguen vivas siempre.
El clamor de las doncellas es una obra inspirada en hechos reales: las sistemáticas violaciones de mujeres durante la revolución de 1947. Bajo una estructura testimonial, la protagonista Vidalina reivindica con hechos la necesidad de la libertad femenina. Dividida en tres partes, en la primera se pone en cuestión la costumbre de la imposición del matrimonio por parte paterna. Vidalina ha de seguir la obligatoria costumbre de acceder a una boda no deseada. Su amor hacia Tomás ha de pasar el olvido porque su padre le concierta el casamiento con el hijo de su patrón. De esa manera, garantizará la estabilidad familiar a costa del sacrificio de la hija: Abraham ha de sacrificar a su descendiente para complacer al señor. De ahí que la autora ponga en entredicho un sistema moral situado por encima de la libre elección de la mujer. Esta situación empuja a Vidalina a la huida al final de esta primera parte.
La segunda es la más interesante sin lugar a dudas. Nos sitúa en la revolución de 1947 y las vejaciones sufridas por las mujeres. Isabel y Lina son víctimas de un rapto por parte de unos revolucionarios. El machismo denunciado no es una descarga de acusaciones contra el hombre. Ante esta violencia retratada, la autora propone la prevalencia de la decisión por sí misma de la mujer. Y la tercera transcurre en la década de los setenta, donde Vidalina regresa a su tierra, contempla el paso del tiempo o la muerte de quien la rodea, y acaba viviendo en Argentina, lejos de la opresión sufrida.
En suma, tres situaciones de represiones hacia la mujer: la familiar con el matrimonio no deseado, la física y social con la sistemática violación, y la psicológica que provoca la escapatoria hacia otro mundo en el que renacer. La mujer sufre una violencia en todos los ámbitos porque desde su nacimiento ha de soportar un matrimonio no deseado cuando es apenas una adolescente, y la sociedad ve como normal las violaciones sufridas. Deja unas huellas para la eternidad. Sin embargo, la fortaleza psicológica de Vidalina le permite salir adelante y superar las pruebas de la adversidad.
Ambas novelas mantienen un mismo estilo. La autora mezcla el lenguaje coloquial, el estándar y el culto sin que uno sobresalga sobre otro. Aun así, El clamor de las doncellas es una novela mucho más completa por su carga, su estructura trimembre alrededor de un mismo tema y de una protagonista en permanente movimiento, y el desarrollo lineal del espacio y del tiempo, mucho mejor trazado que en la primera novela, llena de saltos y con un carácter retrospectivo donde la memoria ejerce su peso sobre el discurso. El clamor de las doncellas no es una novela histórica, aunque la intrahistoria tenga en ella su fundamento temático: es una obra de denuncia de la realidad histórica de la mujer en Paraguay. Va mucho más allá de los acontecimientos para convertirse en un retrato de una postración histórica a superar en el presente. De ahí la finalidad utilitaria de la obra, en defensa de una ética donde un género no domine al otro.
Bella Victoria Acosta es un nuevo valor descubierto. Posee su propio estilo, su definición literaria reivindicativa, sus peculiaridades y su voluntad de perseguir a la conciencia del lector. Se podría reprocharle que dé explicaciones solicitando benevolencia por haber creado una estructura con un número de personajes amplio en El clamor de las doncellas; no es necesario dar una justificación por haber dado un empaque más literario. Porque en esta acumulación de personajes e inquietudes es donde se encuentra su mejor prosa precisamente.
Estemos atentos a sus posteriores creaciones. Si mantiene su tono, e incluso lo mejora depurando algunos términos vulgares de su discurso culto, podríamos tener una de las voces más sugerentes de la novela paraguaya del siglo XXI. Porque su talento queda demostrado con El rescate de mi niña y El clamor de las doncellas.

José Vicente Peiró Barco

lunes, 20 de diciembre de 2010

PINOCHO EN INTERNET

Internet se ha convertido en una herramienta informativa poderosa e imprescindible para el amante del descubrimiento por sorpresa, sobre todo desde que se extendió el uso de buscadores como el potente Google. Tecleamos Star Wars en el recuadrito y nos sale un millón de enlaces con todo tipo de páginas, desde la oficial de las películas de la saga contándonos lo que ya sabemos, hasta la correspondiente a una versión pornográfica con la reina Padmé Amidala como contorsionada protagonista. Es excitante encontrar páginas webs con la suficiente información necesaria para preparar un trabajo en el cole o en la universidad y así aprobar con buena nota… porque el profesor conoce como mucho la entrada de la enciclopedia Encarta, pero a ver cómo va a encontrar una web que aparece en la página ciento treinta de una pantalla de Google donde me dirá que el valenciano ilustrado Juan Andrés nació en Planes (Alicante).
Internet es un instrumento de consulta que nos ayuda muchísimo en nuestras tareas. Incluso cuando no sabemos qué platos cocinar para una buena cena o para hallar nuestra media naranja perfecta. Es más fácil encontrar un dato en la red que en una enciclopedia, sin duda. Por eso lo usan los investigadores y estudiosos también, y desde el mundo universitario se están creando bases de datos y bibliotecas virtuales con manuscritos insólitos, fichas de obras teatrales de un autor, textos y cinematografías de países recónditos y exóticos perdidos en el limbo, ahora que según el Vaticano dejó de existir, y olvidados por nuestras instituciones culturales, dado que éstas se están dedicando a cuadrar cuentas para regocijo de los mercados, y antes se dedicaron al negocio de la construcción de edificios a mantener en el futuro con un presupuesto inexistente. Nadie que esté en su sano juicio debe demonizar el progreso democrático para el conocimiento que representa Internet, y la revolución que ha generado en nuestras costumbres.
Pero no se debe sacralizar estos espacios democráticos populares: vamos, convertirlos en dioses infalibles e incuestionables. En Internet cualquiera puede “colgar” lo que sea: ello convierte a la red en un vehículo expresivo popular, lo cual es positivo pero también negativo en ocasiones. Si en los romances orales de la Edad Media se exageraban las hazañas del Cid y de Carlomagno para resaltar su valor y su poder, hoy en día podemos contar lo que queramos en cualquier ventana abierta “internáutica” y más con la proliferación del blog, algo que no sabemos si leerá alguna persona más que el propio autor. Y no hablo del tío que exhibe a su esposa como Dios la trajo al mundo para ver si así se gana unos durillos extras, o el gracioso que introduce el vídeo de su perro meándose en el pantalón de un guardia. O fotografías cómicas de nuestros políticos y sus vergüenzas, o parodias de organismos serios, o ridiculizaciones de personajes públicos. También hay que loar el ingenio de algunas personas que deben tener mucho tiempo libre para confeccionar archivos extraordinarios. O esos mantras que hay que enviar a diez amigos para que nos toque la quiniela y cambie el signo de nuestra vida. Hablo de algo peor como es la glorificación y la folclorización de la mentira y del autoengaño, fenómenos donde Internet vence por goleada a los surrealistas telediarios gubernamentales y de lobbies mediáticos y a las salsas rosas y cotilleos interesados.
Te cuento como ejemplo un caso verdadero, amigo lector. Hace unos años, un profesor me trasladó un e-mail de otra docente ávida de saber en qué libro se había publicado un poema del autor chileno Pablo Neruda hallado en Internet, cuyos primeros versos dicen: “Muere lentamente quien no viaja, quien no lee, quien no oye música, quien no encuentra gracia en sí mismo. Muere lentamente quien destruye su amor propio, quien no se deja ayudar”. Emprendo la búsqueda porque no conocía el texto a pesar de haber leído toda la obra completa de este Premio Nobel de Literatura en 1971, haber dictado una conferencia sobre “Los versos del capitán”, el mejor libro de Neruda a mi juicio, y de haber participado en algún que otro congreso sobre su figura.
Anoté en Google los primeros versos y me aparecieron sesenta páginas con el poema íntegro firmado siempre por Pablo Neruda. En principio, la generalización de su autoría no debería despertar sospechas sobre su autenticidad. En este mundo donde vivimos la veracidad se gana por mayoría democrática, no porque el hecho analizado sea real, como bien saben los publicistas. A esta mayoría se le añade la ley de la repetición y la verdad queda certificada. Sin embargo, miro en los índices de títulos y de primeros versos de sus obras completas y no aparecen estos versos, ni siquiera expresados de forma semejante. Y además, un especialista en Literatura Hispanoamericana debe conocer el léxico empleado por un autor. Ante este poema atribuido al maestro chileno, uno descubre inmediatamente que el estilo empleado no de los más nerudiano que digamos: los versos están plagados de relativos, gerundios, frases sólo utilizadas en España (un chileno como Neruda nunca diría "los puntos sobre las íes") y una precisión de conceptos muy inocente, lo que no era precisamente nuestro autor. Hay un verso que despierta la desconfianza absoluta en la autoría nerudiana: “Muere lentamente quien hace de la televisión su gurú”. El poeta chileno no vio apenas la televisión a lo largo de su vida. Además, murió en 1973, con lo que se supone que el poema se escribió antes de ese año; y en aquellos tiempos la televisión en blanco y negro no había alcanzado la función manipuladora y de púlpito que posee en la actualidad, con lo que era casi imposible que Neruda la tildara como gurú. En el poema colgado en Internet aparece un verso con los términos “Ardiente paciencia”, el título verdadero de la novela de Antonio Skármeta en que se inspira la película “El cartero de Neruda", y es extraño que este novelista no incluyera este verso entre los leídos por el cartero Mario cuando es el título de la novela y cuando uno conoce el carácter de su prosa, tan aficionada a juegos con frases hechas. Demasiadas discrepancias con la trayectoria lírica del poeta chileno como para no sospechar acerca de la veracidad de su autoría.
Enlazando webmasters de páginas del poema unánimemente atribuido a Neruda, llegué hasta un vizcaíno de Portugalete llamado Alfredo Cuervo Barrero. Me puse en marcha buscando la fuente original y resultó ser que un individuo introdujo el poema en la red el 23 de julio de 2001 en la página www.deusto.com atribuyéndoselo a uno de los más grandiosos poetas de todos los tiempos. Alfredo Cuervo, el verdadero creador, era en ese momento un autor desconocido sin libros editados pero con una página web propia. De esa manera, el bromista que lo introdujo, sabedor de la carencia de protección sobre derechos de autor existente en la red, se debe haber reído de todos los inocentes creyentes en la autoría nerudiana durante todo este primer lustro del siglo XXI. No me queda más remedio que felicitarle por su juego y por su habilidad para engañar a media humanidad, incluido algún conocido hispanoamericanista que ha caído en su trampa, demostrando el estado de nuestras universidades y el “magnífico” presente de nuestra enseñanza. Los versos “de Neruda” son un fragmento de un poema titulado en realidad “Queda Prohibido”, inscrito en el registro de Propiedad Intelectual de Vizcaya a nombre de Alfredo Cuervo Barrero (Número de inscripción BI -13- 03). Afortunadamente, la Fundación Pablo Neruda ha ratificado recientemente que el poema no es del autor chileno gracias a nuestras investigaciones.
Pero resulta que esta Navidad del incierto 2010 recibo otra felicitación nerudiana. Los dos primeros versos del poema dicen: “Queda prohibido llorar sin aprender, / levantarte un día sin saber que hacer (sic), / tener miedo a tus recuerdos…”. Es obvio que no es la estética nerudiana, falta de ortografía al margen. Nada más hay que leerlo para adivinar sin consultar que es de la misma autoría que el “Muere lentamente”. Y así procedí a certificarlo.
No estamos a salvo de las trampas internáuticas. Podemos ganar miles de euros en el casino o bajarnos el vídeo de un cornudo despechado que, en venganza, ha filmado a su ex­-novia mientras se la pegaba con su mejor amigo con el envío de un SMS. Y lo que nos divierte saber que algún inocente se descarga Piratas del Caribe y el resultado es que ha bajado en realidad Piratas XXX, por obra de la broma de un desconocido que le ha cambiado el título pornográfico por el de la película protagonizada por Johnny Deep. Fíjate qué cara se le queda a uno cuando en lugar del gesticulante actor luchando con Orlando Bloom le salen unas bucaneras que se montan la gran bacanal como Afrodita y sus hetairas secuaces. ¡Mira, hijo, te he bajado una película de piratas que te gustará y es muy divertida, vamos a ponerla en el DVD!
Este es un ejemplo de los peligros de Internet. No es solamente el exceso de pornografía al alcance de los menores o el que los jóvenes se evadan de la realidad hasta confundirla con la virtualidad emanada del chateo o de la red social de moda. La policía puede intervenir una página delictiva con una orden judicial; y allá cada uno, que haga con su vida lo que quiera, pero prefiero el placer de la carne real a la que puede proyectarme la imaginación. Sin embargo, ¿quién puede eliminar las mentiras y trampas que circulan por la red de redes? Con el tiempo, un alumno escribirá la biografía de Neruda e incluirá estos poemas, y a lo mejor añade alguna ocurrencia de Pocoyo atribuyéndola a Cervantes. Puede ser que el maestro del cole le dé por bueno el trabajo, dada la competencia cultural existente y la legislación educativa vigente con su servidumbre a los mercados y no a la sabiduría y la ciencia, le ponga una matrícula de honor y el poema se incluya en las obras completas del autor. El problema de Internet es que lo hemos convertido en un notario que certifica la veracidad de un dato o de una circunstancia, cuando es precisamente un desastre cajón de sastre donde cualquier engañifa es posible y cualquier disparate es hecho científicamente demostrado por el mero hecho de estar en Internet.
Los fanatismos e idolatrías producen disparates como éste. Y a una sociedad tan inocente e inexperta culturalmente como la nuestra, tan aficionada a fiarse de los enormes estudios del tendero metido a filólogo y a historiador (su oficio es tan respetable como los otros dos pero cada uno ha de sentar cátedra sólo en la materia de la que entienden), no le beneficia precisamente el que no sea capaz de distinguir entre lo fiable, lo cuestionable y lo falso. De ahí que el engaño acabe convertido en autoengaño, y que la broma o la simple anécdota se conviertan en ciencia.
Pruebe difundiendo el rumor de la dimisión del presidente del gobierno de su país. Ya comprobará el resultado.
J. Vicente Peiró

jueves, 9 de diciembre de 2010

ANGELINA O EL HONOR DE UN BRIGADIER




            El viernes día 3 de diciembre estuve presenciando el montaje dramático de Angelina o el honor de un brigadier realizado por el prolífico director Juan Carlos Pérez de la Fuente, y el Centro Dramático Nacional. La obra de Enrique Jardiel Poncela merecía una revisión escénica adecuada y su rescate de ese cajón del olvido de los grandes autores españoles para el gran público actual. Jardiel había quedado como una curiosidad, una obra para estudios académicos, semienterrada por el tiempo y por las nuevas formas de humor más fundamentadas en la imagen que en la palabra. Afortunadamente, lo hemos redescubierto gracias a este magnífico montaje de Pérez de la Fuente, que seguramente aplaudiría el propio Jardiel Poncela. Teatres de la Generalitat se fija en los grandes rescates teatrales y nos trae a Valencia un montaje de obligada visión para todo amante de la escena, sobre todo la de los protagonistas del teatro de humor, precedentes del absurdo, entre los que se sitúa Jardiel.
            Jardiel Poncela (1901-1952) estrenó esta obra el 2 de marzo de 1934 y obtuvo un notable éxito de público, hasta el punto de convertirse en una de sus creaciones más valoradas y conocidas junto a Eloísa está debajo de un almendro. La acción transcurre en el Madrid de 1880 y se inscribe en la línea argumental clásica de amoríos forzados y mancillas al honor y a la moral, pero con una visión desmitificadora. Angelina es la hija de un brigadier, don Marcial, que se fuga con Germán, arquetipo del galán en decadencia, razón por la que el militar y su novio poeta humillado, Rodolfo, les persiguen. La situación dramática desemboca en un juego cómico, con un lenguaje ingenioso y purificante, donde se pone en entredicho el concepto del honor tradicional.
            El montaje de Pérez de la Fuente actualiza la obra hasta darle un nuevo sentido: es necesario renovar el teatro clásico adecuando el texto a los nuevos tiempos. Al humor satírico de Jardiel se le añade la disposición escénica provista de candilejas en primer plano, decorados integrados en la secuencia (llamativo es el muro móvil del cementerio), y elementos propios de la estética surrealista como el velocípedo gigante, la acción danzarina de los gatos (incorporación al libreto original) o la presentación de los personajes a linterna en mano, junto a la amplitud del espacio escénico hacia el resto de la sala. El ingenioso texto lleno de humor no pierde su fuerza por ello: queda intensificado por unos decorados, iluminaciones y traspuntes adecuados. Si las intenciones del director consistían en subrayar la exploración de todas las posibilidades de la obra, lo consigue. Valga como ejemplo la satirización del donjuanismo representada en los versos escritos en la tapicería del sofá y la imagen de la pareja del Tenorio en la silla donde Angelina y Germán se disponen a hacer revivir la famosa escena de la obra de Zorrilla, sin conseguirlo por los alardes textuales que lo frustran. El verso de Jardiel está acompañado por una interpretación perfecta, donde destaca Chete Lera en el papel del brigadier y Jacobo Dicenta como Germán, sin olvidar unos secundarios magníficos.
            El montaje cumple sobradamente. Dentro de la frialdad del humor de Jardiel Poncela, necesario para la desmitificación del concepto del honor, encontraremos secuencias memorables como la del duelo en el cementerio donde el director acentúa la ruptura del espacio escénico para reproducir el color del absurdo humorístico. Es así porque Pérez de la Fuente ha sabido leer y traducir la obra para mostrar la imagen de una España donde chocan lo tradicional y lo moderno. Pero, en el fondo, este montaje reivindica la necesidad del ingenio en el texto teatral, ejemplificado por un autor olvidado a pesar del éxito de sus montajes  como es Jardiel.
            Triste es otra cuestión: la cantidad de público asistente. Mientras las simpatías de los espectadores llenan otro “teatre de la Generalitat”, al Principal de Valencia no asistimos ni doscientas personas. Habrá que estudiar que hoy en día ni la calidad de un montaje, ni su acertada promoción, ni el aval del éxito de las representaciones en otras ciudades, ni el autor tienen importancia: quizás sea el morbo de la polémica o las cuestiones referentes a la imagen pública de los participantes lo único que importa. Nos alegramos muchísimo de todos los éxitos teatrales de nuestros paisanos, pero no deberíamos descuidar a las grandes compañías españolas, como es el Centro Dramático Nacional, para evitar caer en reduccionismos o provincianismos. Si queremos que el teatro siga siendo un lenguaje universal.

J. Vicente Peiró

miércoles, 8 de diciembre de 2010

JUVENTUD, DIVINO TESORO: TIERRA MENGUANTE DE VERÓNICA ROJAS SCHEFFER.

Cuando tenía treinta y cinco años, recuerdo que en Paraguay apenas había escritores de mi edad, y estamos hablando de mediados de los años noventa, hace catorce años. Andrés Colman Gutiérrez, Mabel Pedrozo, Milia Gayoso, el más joven Gallarini Sienra y pocos más. Con el progreso del correo electrónico -¡albricias!- poco después empezaron a escribirme autores más jóvenes que empezaban a componer sus primeros relatos y poemas. Sin embargo, algo me llamó la atención: el Club Centenario, ese espacio que tanto ha prestado sus instalaciones para el progreso de la literatura, convocaba un concurso para autores novelas. Ganaba un autor más mayor, pero era joven al fin y al cabo, el tristemente fallecido el 28 de noviembre, Hermes Giménez Espinosa, con una buena novela, El amor que te tengo. Pero era llamativo que un círculo tildado de elitista fuera capaz de llamar a crear literatura a los jóvenes paraguayos con un concurso de cuentos y de novela.
Hoy en día es envidiable el panorama joven de la literatura paraguaya. Proliferan los autores de tal forma que es fácil perder de vista sus novedades y su participación activa en libros colectivos si uno se despista unas semanas. José Pérez Reyes, Juan Ramírez Biedermann, Nelson Aguilera y otros escritores de mi generación y de la siguiente se ven superados en número por los nuevos valores nacidos a partir de 1977.
De entre los que voy conociendo, y a la espera de recibir la novela premio Roa Bastos de Mónica Bustos de la que tan bien me han hablado, me ha llamado la atención la cuentística de Verónica Rojas Scheffer, a quien leí por primera vez en la antología Galería de Ángeles y Demonios, reunión de cinco relatos de otros tantos autores del taller de cuentos dirigido por la excelente escritora y amiga Renée Ferrer, donde también figuraba un prometedor autor, Rubén Acosta Gallagher.  También hallamos a esta joven omnipresente en varios volúmenes de “cosechas”, aquellas magníficas antologías surgidas desde el taller del Centro Cultural de España “Juan de Salazar”. Ya nos sorprendió entonces su talento y su olfato para crear tensiones con argumentos apenas perceptibles, sostenidos por un tenue hilo.
Escritora premiada en varios concursos para narradores jóvenes, ve publicada ahora su primer libro propio: Tierra menguante. En él se reúnen estos relatos premiados (“La mosca”, “Bala bendida” y “El círculo”) junto a una mayoría de inéditos. El libro posee una unidad estructurada alrededor de diversos temas recurrentes: la vida y la muerte, el paso del tiempo, la insignificancia del hombre cuya existencia humana es semejante a la de un insecto, el silencio, el individualismo convertido en soledad. Estamos ante una breve crónica de nuestro mundo actual sin paliativos, pero focalizado desde la perspectiva de un personaje atraído por la extrañeza de alguna circunstancia.
Es muy satisfactoria la elaboración misteriosa de los personajes. Sin descripciones físicas, salvo las imprescindibles, la autora penetra en las sensaciones que el entorno o los deseos producen en ellos. Casi siempre la vida está regida por el deseo, las ilusiones y las transformaciones. Sin embargo, ¿se consiguen? A veces podría ser, como en “Teorema de Alberto”, un cuento de los mejores que he leído últimamente donde el protagonista elabora una teoría cuya formulación consiste en que la muerte puede ser evitada, de la misma manera que la oruga de un insecto al final llega a ser mariposa y a su muerte, vuelve a dar orugas a su destino. Juliana es la legataria de sus notas finales y del desenlace, que omito relatar para bien del lector.
Cortázar pasea por estas páginas. Ese ambiente espectral en la vida cotidiana, donde un estado se ve interrumpido por un suceso (real o no) es lo que se cimenta estos relatos. Enigmáticas secuencias como “El pasillo”, con esas sensaciones que trasmite la protagonista y sus emociones. Hay una evolución de los personajes, en ocasiones degradándose hasta su destrucción. O la demolición de lo querido, como en el caso de “Ladridos”, cuento con un final dramático donde volvemos a encontrar a un insecto, la luciérnaga, como símbolo de la vida terrenal y del despertar de los sentimientos, y de “Bala quemada”, que también trata el tema de la venganza.
Pero el miedo es un tema que vuela sobre la mayor parte de los cuentos. “El tiempo se dobla”, primer cuento del libro, ofrece el terror al cumplimiento del destino. La tarotista muestra su incredulidad y queda absorta ante el cumplimiento de una fatídica predicción. Esos zapatos vacíos del principio y final del cuento son indicios de misterio, del miedo a la vacuidad y de la muerte en sí. En el citado “El pasillo” el misterio está determinado por el suspense visto desde el ojo de la cerradura hasta su interior. O “El círculo”, con diálogos narrativizados en discurso; con ese aliento del profesor que no está en la lista de invitados a un seminario que es testigo del misterio observado por la ventana de su habitación del hotel. Y “La mosca”, un relato perfecto, breve pero intenso, con un discurso moroso, pausado y detallista. Otros como “Mediodía de domingo” muestran la soledad del político arribista, sobre todo cómo acaba siendo víctima de su propia actuación.
Imágenes simbólicas, como los insectos, los instrumentos musicales o los tallarines verdes, la comida en general, pueblan estos cuentos de personas víctimas del azar o de ellos mismos. Así, la prosa adquiere una brillantes por la conjunción entre lirismo y narratividad en de “El espejo y Alejandra”, donde se alterna los discursos de la protagonista y del narrador, para así focalizar lo externo y lo interno de la forma más completa posible. En ocasiones se trata de presentimientos e imágenes sorpresivas, como en el desenlace de “Los dedos”.
Un libro que merece la pena. Para un lector exigente, el lector “macho” cortazariano, al que es más preciso denominar “lector activo”. Cuentos inteligentes para inteligentes, bien construidos, sin que la narración dependa de la creación de ítems clarificadores del desenlace. Relatos con una estructura firme ambientada por la morosidad del detallismo, y de una prosa bien conjugada con un estilo sostenido por el poder de la precisión semántica.
Habrá que estar atentos a Verónica Rojas Scheffer porque nos puede brindar grandes obras en el futuro. Un futuro alentador que le espera al cuento paraguayo si sigue fomentando estos valores jóvenes en cuyas obras se aprecia conocimiento, inteligencia, riesgo sostenido y valor literario.

jueves, 2 de diciembre de 2010

Las Bisagras del Bosque

MANUEL LLEÓ VALOR – PEDRO SEMPERE. Ediciones del Primor (Colección “La Séptima Palabra”), 140 páginas.

            La literatura no siempre tiene que ser un mal necesario; un elemento social de prestigio frente a la vulgaridad imperante, tolerado y auspiciado por el poder con el fin de controlar su influencia y el flujo de sus ideas. En ocasiones puede ser un simple juego. Pero un afán lúdico complejo, que no significa oscuro, como los crucigramas gigantes y aquellos dameros hoy reemplazados por los sudokus, porque para eso estamos en una sociedad de números y economía y no de humanidades. Petronio se equivocó cuando dijo que “la rareza fija el precio de las cosas” porque realmente lo sorprendente suele ser gratuito mientras que la vulgaridad o lo esnob se paga a precios de oro en nuestro mundo actual.
            Pues aquí tenemos un libro que debería pagarse caro por su rareza. Se trata de una obra escrita a dos manos (eso de “a cuatro manos” me resulta curioso, porque quizá los autores pueden no ser ambidiestros y no saber escribir alternativamente con la derecha y la izquierda): Las bisagras del bosque. Sus autores, valencianos: Manuel Lléo Valor y Pedro Sempere. Este último de suficiente prestigio en nuestro ámbito cultural, y el primero, uno de esos valencianos que conquistan Madrid sin que su tierra lo aprecie, como suele ser habitual.
            Un libro de dos autores siempre puede generar desconfianza. Muchas veces han sido obras de un autor apadrinado por otro que presta su nombre para darle un empujón comercial. ¿Escribirá uno y le corregirá el texto el otro? ¿Anotará cada uno una línea? ¿De quién habrá más prosa? ¿Qué estilo predominará? Muchas preguntas a contestar. Particularmente, un libro unitario de doble autoría no me genera confianza a priori, salvo que sea de cuentos, con lo cual es un tomo con textos independientes de cada creador, o una obra con una composición bien pensada y en alternancia.
            Las bisagras del bosque es un libro donde alternan los discursos de los dos autores, como si fuera un libro de microrrelatos, manteniendo una unidad estructural y literaria. Si partimos de su concepción, comprenderemos mejor la confianza ofrecida. La obra fue concebida como un “cadáver exquisito”; a la mejor manera práctica de los autores surrealistas, pero con una instrumentación actual: con una composición surgida por medio del intercambio mutuo de correos electrónicos. A un escrito inicial (y ahí está el misterio: ¿quién empezó?), el segundo autor recibió el texto con una palabra subrayada al azar. El receptor escribía un nuevo texto, y así sucesivamente, entre palabras subrayadas y textos compuestos siguiendo el término seleccionado, nació el libro. Un texto creado con una palabra subrayada que obligaba a la segunda mano a redactar uno nuevo y así sucesivamente hasta culminar una obra de ciento treinta y dos composiciones.
            El índice alfabético posterior a los textos reúne las palabras clave de este “cadáver exquisito” lleno de poesía. Conceptos naturales como el aire, la noche, el cielo, las luciérnagas, o la playa, bailan con otros abstractos como el azar, el delirio, la culpa o la metáfora. Las etapas de la vida, los sonidos, el pensamiento, términos de la vida cotidiana o de la sociedad contemporánea (residuos o polución), adquieren una dimensión conceptual si no nueva, sí reflexiva por el influjo lírico. Está presente el espíritu de la metáfora ramoniana, con el humor sustituido por el ingenio sorpresivo. Pero siempre hay un matiz aforístico en estas reflexiones: “la humildad no es una virtud, es un arma de dominación masiva ideada por la religión” (p. 74). No hay pretensión de establecer verdades absolutas; solamente jugar con los conceptos hasta inducir al lector a la reflexión activa.
            Es por ello un libro para lectores inteligentes. No es preciso ser un lector activo, pero sí tener la sutileza de la captación analítica, y en ocasiones instintiva. Cuando se lee “la memoria auditiva también establece sus jerarquías” (“Luciérnaga”, p. 42), el autor (¿Valor o Sempere?, vaya aquí el reto) establece un inicio cadencioso de rico lenguaje analítico. No obstante, la inventiva va más allá del uso metafórico y aforístico y reproduce incluso versos del acervo culto como popular (“un rayo misterioso que anidará en tu pelo”, estrofa del célebre bolero de Carlos Gardel). El lugar común se mezcla entre la originalidad proporcionando una placidez a la lectura insólita.
            ¿El género del libro? Complicado. En principio, es un ensayo en su sentido literal. Contiene fundamentalmente reflexiones y percepciones subjetivas. La mayor parte de los texto son prosas, pero en ocasiones la disposición se aproxima al verso. Es el caso de “Alma”, un texto muy lírico sobre su carácter enigmático. ¿Existirá? ¿Sí o no? Es lo que nos pretende mostrar la subjetividad del hablante lírico: curiosa manera de lograr la reflexión por medio de un discurso de impregnación poética y aforística. Al principio se habla de diario. Diario a dos voces, sin el corsé de la fecha: dietario más bien, dietario de la palabra y su gesto cautivador.
            Pero el libro perdería su belleza interna sin la presencia de una tipografía excelente y unas ilustraciones de Sergio Gay que no sólo acompañan al texto literario, sino que en ocasiones lo explican y acentúan el discurso. Aquí se establece un diálogo del discurso con la textualidad gráfica y tipográfica. Ese negro de fondo de la entrada “Suicidas” (p. 48), es un gran acompañante. Pero en la página contigua se habla de “Muerte” con un fondo negro y un rectángulo vertical blanco en cuyo interior se encuentra el texto. Pero ese rectángulo es un sarcófago en cuyo interior yacen cadavéricas palabras de planteamiento acerca de la inutilidad de escribir sobre la muerte desde la vida pero dibujan el interrogante sobre el alma. Una soberbia ilustración da fondo a “Miedo, párrafo que se inicia con inteligentes palabras: “Sé que sólo debo tener miedo al propio miedo” (p. 27). O ese Sísifo que empuja “Piedras”, con ese recuerdo al poemario Las Piedras de Félix Grande, premio Adonais en 1963, que sin duda impactó en el autor del texto. Como se observa, no es una ilustración decorativa: se integra en el texto y le proporciona mayor lucidez estética y conceptual.
            Las bisagras del bosque se agradece en el panorama literario actual por ser una prosa atractiva, desprovista de alharacas y alejada de la comercialidad, con ansias de darle virtuosismo a esa palabra tan degradada en la sociedad actual y tan depauperada socialmente por el poder de la imagen. Un “cadáver exquisito” que resucita al lector anhelante de discursos provistos de fortaleza y de sentido. Al fin y al cabo, la literatura es un arte de la palabra, y cuanto más se domine el flujo de las frases, mayor será la calidad de un texto bien estructurado y original como éste.
Manuel Lleó, “publicista heterodoxo que pinta, graba y escribe”, como indica la solapa, y Pedro Sempere, autor con un currículum literario excelente marcado por su premio La Sonrisa Vertical o los Valencia y Gabriel Miró, pero también por su afición cinematográfica ampliamente demostrada en sus colaboraciones en revistas como Cartelera Turia, y su indagación en las utopías y tecnologías de la era digital en McLuhan en la era de Google (2007), además de sus ensayos de tema futbolístico (Cien años de soledad granota y No le digas a mi madre que soy granota), han credo una obra singular. No entrará dentro del ámbito comercial, pero sí que deleitará a aquellos valientes que aún creen en las virtudes de la palabra.
Sobre Las bisagras del bosque, recogiendo aquella expresión empleada en la cartelera donde colaboró Sempere (“A ver”) y adaptándola a la literatura, tenemos que expresar: “A leer”.

J. Vicente Peiró