El trueno cae y se queda entre las hojas

jueves, 7 de junio de 2012

Rescatando novelas de hace diez años: El Obispo de Cuando de César Gavela


FRÍO DEL BIERZO Y CALOR MEDITERRÁNEO

José Vicente Peiró

César Gavela: El obispo de Cuando. Del Taller de Mario Muchnik, 2002.


            César Gavela es uno de los autores que se han consolidado en el panorama de la literatura en Valencia durante los últimos años. A diferencia de otros escritores, su trabajo en los medios de comunicación le permite ser relativamente conocido, aunque su obra, por esos extraños motivos de la desigual y arbitraria distribución editorial, no haya llegado al gran público lector como merece. Por contra, sus tres novelas editadas gozan del aval concedido por la consecución de los importantes premios “Ciudad de Irún” (1996), “José María de Pereda” (1998) y “Torrente Ballester” (2001), y de las buenas críticas que han recibido.
Existe un César Gavela cuyo pensamiento conecta con la “gente”: el periodista que analiza las palpitaciones del día ­-retomando el término azoriniano-. Él nunca se ha dejado arrastrar por la vanidad de su condición intelectual, por lo que ofrece opiniones periodísticas amenas que lo convierten en un escritor escuchado y leído. Así, junto a ese Gavela popular, “conocido”, que deleita al lector y al oyente, existe otro Gavela: el literato exquisito y de palabra elegante. Sus novelas atrapan al lector hasta hacerlo transitar por el mundo del pasado español reciente sin advertirlo. Sin embargo, uno no existiría sin el otro, porque en ambos se une el buen gusto por el trabajo con la herramienta de la palabra. Sus posibilidades como narrador son infinitas porque sabe contar historias con naturalidad, como si de cualquiera de nuestros abuelos del pueblo se tratara.
            Nacido en la berciana Ponferrada en 1953, pero residente en Valencia desde 1976, su obra narrativa publicada se inició con el libro de cuentos Pobres del Sil, editado en 1989, en la colección “Breviarios de la Calle del Pez”. Se trata de un conjunto de ocho cuentos de pequeñas historias, entre lo mágico y real, donde lo importante son los personajes, sus inquietudes y los aspectos extraordinarios que suceden en sus vidas. En 1992, su original e inédito Tierra de Bandar fue finalista del Premio Nacional de Novela “Azorín”. Después de un libro miscelánea sobre el escritor leonés Ramón Carnicer (1993), uno de los padres del llamado “Grupo Leonés” en los años cuarenta con cuya última generación de Julio Llamazares y Aurelio Loureiro se emparenta César Gavela, apareció su novela corta La raya seca (1996); un excelente relato sobre el mundo fronterizo del borroso oriente de Galicia en la época de los maquis, con diversos espacios entre los que destacan las sinuosas carreteras del norte de Portugal, el puente que divide la frontera entre los dos países ibéricos, hoteles de Salamanca o el despacho del dictador Salazar. La raya seca, nombre con el que se conoce la frontera de León y Galicia con Portugal, obtuvo el Premio “Ciudad de Irún” en 1995. Su siguiente trabajo, El puente de hierro (premio de novela corta “José María de Pereda” en 1998), se localiza también en el mundo del brumoso Bierzo y la época del maquis. En esa zona aislada aparecen personajes ensamblados por el espacio agónico donde viven, que constituyen un universo: el del ser humano con sus virtudes y defectos.
En septiembre de 2002 ha publicado de nuevo la novela que fue el decimotercero Premio de Narrativa “Torrente Ballester”, titulada El obispo de Cuando. La novela nos presenta la historia de Jesús Tierra, cómodamente instalado en su escritorio del palacio episcopal de Las Palmas, a partir de su nombramiento como obispo de la extraña localidad de Cuando, situada en el noroeste español, casi en el límite con Portugal. Allí el autor se encuentra con extraños personajes, a los que busca e incluso idealiza, no sin que el lector adquiera conciencia de que el protagonista, y casi siempre narrador, es tan extraño como los que observa el obispo. Su itinerario desde la ciudad canaria, su paso por Vigo, su llegada casi clandestina a Cuando, su estancia en la fantasmal localidad, sus viajes a Lisboa y a Roma y finalmente su destitución en el cargo, son, en realidad, el viaje orfeico a los infiernos de un ser que en todo momento se nos ofrece como un testigo evanescente del destino de varios seres con los que se cruza y trata de hallar su identidad. En este sentido, esta búsqueda de personajes nos remite a aquel archivero, don José, que protagonizaba la novela de José Saramago, Todos los nombres, aunque el fin del obispo de Gavela y del personaje del autor de Azinhaga sean completamente dispares. De hecho, el estilo de Gavela cuando muestra a Jesús Tierra persiguiendo la identidad y el itinerario de personajes de difusa corporeidad y oscuros pasado y presente, como Antonio Seabra, Marta Mindelo, Almada o Almeida, y Amalia Gondomar / Rosa Letrado, nos recuerda al del maestro portugués. Conocemos la devoción del autor por la literatura portuguesa, como se demuestra en la cita de Miguel Torga con que se abre la novela, y que explicita perfectamente su sentido, pero nunca en sus trabajos había llegado a mostrar tantas influencias de Saramago, Torga y Cardoso Pires. Y de hecho, el viaje a Lisboa en busca de María Mindelo es un homenaje a la capital portuguesa y a la cultura lusa, hecho que se permite reivindicar Gavela con la referencia a Fernando Pessoa y a Bernardo de Campos (¿el Bernardo Soares – Pessoa?), y con alguna referencia directa al “olvido” y escasa atención que España presta a su país vecino, que se traduce en la incomunicación entre ambas naciones.
De nuevo nos enfrentamos en la novela al universo gaveliano del noroeste de la Península Ibérica. A pesar de la apariencia de localismo que puede prejuiciarse en sus trabajos, por estar ubicados en el mundo provinciano de la frontera hispano-portuguesa, hay una realidad universal que transita sobre el espíritu de sus personajes y lugares. En la presentación de El puente de hierro en Valencia, Juan Manuel Bonet afirmó que era una novela universal justificando sus palabras con esa ingeniosa frase del escritor portugués Miguel Torga, comúnmente aplicada a las obras del grupo leonés: “lo universal es lo local sin muros”. El Bierzo y sus regiones colindantes son el escenario de las obras de Gavela, pero los argumentos bien podrían localizarse en la Alboraya valenciana o el Torreperogil jienense de los cincuenta, porque sólo se modificaría el escenario y aspectos pictóricos  y regionalistas como el clima o el tipo de vivienda. En realidad, los párrafos de Gavela no suelen ubicarse en espacios concretos, sino en fronteras donde lo humano oculta el paisaje. En El obispo de Cuando el autor va más allá: el espacio es etéreo, no es real o tangible, y si buscamos su referente nos aparecerá la ciudad de Astorga y su pasado romano, pero también los pueblos bercianos. Y se debe a que ha enfrentado el espacio referencial al mítico, y ha resuelto con habilidad la disputa entre localizaciones reales y metafísicas. De hecho, el comienzo de la novela remite, a pesar de situarse en Las Palmas, a los primeros párrafos de Pedro Páramo de Juan Rulfo, cuando Jesús Tierra, a la espera del regalo de la vida, entrevé la memoria de su padre, de la misma manera que en la novela mexicana, el protagonista entra en Comala para encontrarse con su ascendiente. De hecho, Cuando es otro escenario mítico semejante a Comala, a la Santa María de Onetti, al Macondo de García Márquez, al Manorá de Roa Bastos y a la Región de Benet. En suma: al Yoknapatawpha faulkneriano. Pero lo mítico remite a un espacio presente metafísico, a la vez que literario: el de lo etéreo, de lo aparentemente fantasmagórico, porque, en realidad, no sabemos hasta el desenlace de la narración si Cuando sólo existe en la mente del personaje; si es un lugar real o simplemente mítico. De ahí que la novela exija la participación del lector para poder explicar las diferentes actitudes extrañas, e incluso “extravagantes” (el hecho de que cada vecino de Cuando actúe como confesor de otro escribiendo su vida). Este espacio mítico, aunque tenga su referente real en la Maragatería, se mezcla con los reales, -Las Palmas, Vigo, Lisboa, Roma y Florencia-, sin que descubramos diferencias entre ambos, al menos hasta los últimos párrafos. Pero sí que existen dos planos: el de la búsqueda de personajes desconocidos en el mundo real, y el del encuentro con ellos en el espacio de Cuando o, simplemente, en el desenlace. En realidad, la novela es un descenso a los infiernos, en todos los sentidos, a la búsqueda de las identidades de los seres que han marcado la taciturna vida del protagonista Jesús Tierra.
            El tesón y la riqueza de los personajes que se percibía ya en Pobres del Sil, que alcanzó su mayor expresión en El puente de hierro, se mantiene en esta novela, aunque son más “extraños” los de este trabajo, cuando no difuminados. El autor prosigue con su espontaneidad en la creación de caracteres y reivindica el simbolismo de sus nombres. Además, sorprende, de nuevo, la habilidad para dibujar las tramas entre ellos. Sin embargo, frente a los personajes redondos, ricos en experiencias tristes y alegres, de sus narraciones anteriores, los de El obispo de Cuando, aun sin perder estos caracteres, se rodean de la aureola fantástica, hasta el punto de que sorprende que algunos hayan muerto cuando Jesús Tierra encuentra su morada o su paradero. Se debe, sin duda, al talante misterioso de su argumento, frente a la sucesión de vicisitudes reales de las anteriores creaciones del autor.
En relación con el estilo, Gavela retoma el barroquismo que caracterizó a Pobres del Sil y a La raya seca, que abandonó por el lirismo rico en matices y preocupado por la exactitud de la palabra de El puente de hierro. Aun existiendo ese lirismo, la palabra está sujeta al difuminado de los ambientes, por lo que predominan los párrafos monologados, dado además que el narrador es el propio protagonista, salvo cuando se escinde su personalidad o aparece el diálogo, o, simplemente, alguno de los personajes que gravitan a su alrededor toma la palabra. Pero vuelve a destacar la pluralidad de situaciones resueltas en escenas que son pequeños cuentos que se unen en un argumento extenso, en esta novela unificado por el hilo de la narración de Jesús Tierra. Y de nuevo, Gavela incide en mostrarnos un mundo de perdedores y la idea expuesta en toda su producción de que las quimeras del hombre acaban conduciéndole a su frustración porque son sueños imposibles. El obispo busca la eternidad de lo cotidiano, diaria, para encontrarla finalmente. Pero su anhelo se materializa en un universo metafísico, porque sus ambiciones en el mundo real siempre se habían frustrado, en la mayor parte de ocasiones por la muerte, o, en algunas, como la que motiva su destitución como obispo, por la ambiciones desmedidas y envidias de los hombres.
Gavela, pues, nos ha obsequiado con su novela más metafísica, menos “real”. Pero nos vuelve a hacer gala de su cuidado estilo con un argumento que no pierde interés. Es, sin duda, un poeta de la novela, un arquitecto del contar. El obispo de Cuando mereció el Premio Torrente Ballester, y bien merece que no olvidemos, desde Valencia, que existe un excelente narrador, cuyas obras merecen la atención de la crítica, además de una distribución editorial ecuánime para que puedan llegar a un amplio número de lectores. El obispo de Cuando, por su calidad, su carácter sugerente y su estilo, obliga a César Gavela a superarse notablemente en su próximo trabajo.

Relato de Miguel Ángel Vara sobre Manolo Preciado.


EL REENCUENTRO

No era la mejor época para saborear ese paisaje, pero a Manolo le encantaba mirar la playa vacía y el mar revuelto. Lo había visto muchos días y paseado con su perro por una estampa similar sólo unos kilómetros más al norte, cuando vivía en Port Saplaya. El recuerdo era muy próximo, pero echó cálculos mentales y hacía ya catorce años de todo aquello. Valencia le encantaba y no pudo evitar suspirar internamente por lo que pudo haber sido y no fue. El Levante era su espina clavada, ahí se había sentido como en casa una vez le había tocado salir de la suya en Santander, pero no pudo ni estar un año. Fue una salida para mejor porque después, su carrera había ido a más y el club granota a menos. Pero daba igual, para Manolo Preciado hablar del Levante era hablar de uno de los años más felices de su vida y eso que luego había cosechado éxitos en el Sporting, el Deportivo o el Atlético de Madrid, con el que ganó su único título, una Copa del Rey que daba lustre a su palmarés. Pero el Levante era el Levante.

El ahora técnico del Racing de Santander, donde había vuelto por tercera vez, se encontraba aquel 10 de diciembre en el cómodo reservado del Balneario de las Arenas viendo chispear y recordando sus mejores momentos junto a los Sandro, Rivera, Reggi, Jofre, Tito o Aganzo en aquella temporada en la que la vida le devolvió parte de la alegría que le había arrancado cuando se dio cuenta de que estaba nervioso. Lo estaba desde que el jueves había recibido una llamada inesperada. La joven se identificó como la nieta de Pedro Villarroel y le explicó que su abuelo quería pasar a verlo, hablar con él el sábado aprovechando su visita a Valencia para disputar el partido de Liga del domingo.
Al principio le costó creerse la situación, después se extrañó tanto que se quedó sin saber qué decir, justo él que siempre tenía respuesta para todo y que destacaba por sus rápidas reacciones y su ingenio. Le vino justo asentir y balbucear tres respuestas afirmativas y señalar las 10:30 como la hora señalada para la cita. Después de desayunar con el equipo, el técnico tenía un buen rato hasta la sesión de vídeo para atender a su ex presidente. Por una vez se saltaría el paseo con los jugadores programado a las 12 y así dilataría más el encuentro. Eso siempre y cuando fuera por los cauces que él esperaba, aunque no sabía bien qué esperar de aquella cita. Por si acaso, había avisado a su segundo para que, a las 11:50 entrase en la habitación y le recordase que tenían paseo con el grupo. Si el encuentro no era lo esperado, Manolo tenía coartada para ponerle fin. Si era positivo, no iría a estirar las piernas y seguiría con la reunión, esa reunión que había ocupado su mente mucho más que el partido que esa noche tenía que jugar en Mestalla contra el Valencia de Oltra.
“Oltra”, dijo en voz baja mientras se le escapaba una sonrisa. El bueno de José Luis había corrido la misma suerte que él en su etapa azulgrana. ¿Habría ido también Pedro a hablar con José Luis? ¿Para qué diablos querría verle? Era la pregunta que más se había hecho en las últimas 48 horas. Era la pregunta que podía resolver muchas otras cuestiones que se había hecho en los últimos catorce años y que sólo podía resolver ese anciano que ahora venía a visitarle.

-“Señor Preciado, preguntan por usted”, le dijo desde la puerta uno de los empleados del hotel.
-“Que pasen, que pasen”, dijo apresurado mientras se incorporaba del cómodo sillón en el que llevaba diez minutos pensando en qué iba a pasar. Desde ya iba a empezar a resolver sus dudas. No podía evitar los nervios.

Vio aparecer por la puerta la figura del que había sido su presidente, bueno su máximo accionista porque no ostentaba ese cargo, aunque todo el mundo sabía que ejercía de presidente plenipotenciario y, si no, ya se encargaba él de recordárselo de palabra o de hecho.
Pedro estaba mayor, pero tenía buen aspecto aunque le costaba andar con el paso firme de antaño. Por eso entró acompañado por una joven, debía ser su nieta porque tenía sus rasgos. Sí, era la joven de la llamada telefónica y así se identificó. Hablaba rápido, casi de manera atropellada. En unos segundos liquidó la presentación formal, recordó que habían hablado por móvil y se despidió.
-“Bueno yayo, estoy fuera, avísame para lo que sea”, le dijo a Pedro Villarroel mientras este asentía gestualmente.
-“Encantado de conocerle Manolo. También estaré fuera para usted si necesitara algo”, dijo divertida con una bonita sonrisa que desapareció mientras cerraba la puerta del reservado.

Su salida aceleró la situación porque, de repente, ahí estaban catorce años más tarde, cara a cara, Pedro Villarroel y Manolo Preciado, los artífices del ascenso a Primera División del Levante en 2004. Luego habían llegado tres ascensos más, pero ninguno como aquel, el deseado, el que vio la luz 41 años después del anterior. Fue el de Jerez, el que nunca olvidaría nadie, ni los que estuvieron en Chapín, ni los que lo disfrutaron en Valencia. El de la fiesta interminable, el del penalti de Rivera, el del golazo de Reggi a Unanua, el de las lágrimas desatadas, el de la fiesta en el Byron, el que recompensaba a varias generaciones de levantinistas que vivían hasta entonces sin saber qué era un ascenso. Fue, sin duda, el día más feliz de los 109 años de historia de la entidad, una entidad poco acostumbrada a los días felices.

-“¿Qué tal Pedro”, rompió el hielo Manolo mientras le mostraba el sillón para que Pedro se sentara delante suyo.
-“Bien, bueno, ya lo ves, hecho un abuelo, con todas las cosas propias de la edad, pero funcionando”, contestó con una medio sonrisa Villarroel.
Esa mueca de complicidad hizo que Manolo se relajase un poco. Lo tradujo como un síntoma de que su ex presidente venía en son de paz. Lo cierto es que no había motivo para cualquier otra cosa, pero nunca se sabía cuando se trataba de Villaroel.
Manolo le preguntó si quería tomar algo, aunque con la botella de agua que había en la mesita auxiliar se apañaron.

-“No, gracias, he desayunado hace poco, me pondré un vaso de agua”, dijo Villarroel mientras Preciado ya le estaba llenando el vaso.
-“Manolo, vengo a pedirte perdón”, le dijo de sopetón.
-“Perdón, ¿por qué?”, peguntó Manolo, que para nada se esperaba eso y menos a las primeras de cambio. Estaba hasta un poco avergonzado, no porque no mereciera esa petición de perdón sino porque que le llegara ahora y de esa persona casi le hacía sonrojar.

-“Debería habértelo pedido hace muchos años, de hecho lo que debería es haberte renovado en 2004, que siguieras en el Levante después de conseguir el ascenso”, prosiguió.
-“Bueno, no te preocupes, aquello pasó hace ya mucho”, intentó suavizar Preciado aunque Villarroel no lo necesitaba.
-“Ya, pero fue un error histórico del que no me di cuenta hasta muchos años más tarde. Uno de mis múltiples errores, pero posiblemente el más grave. Y lo fue porque muchísima gente me dijo que no lo hiciera y, cuánto más me lo decían, más me reafirmaba en mi decisión de tirarte. Lo siento Manolo, pero yo era así y creo que, aunque te lleguen tan tarde, mereces mis disculpas. Las mereces tú y las merece el Levante”. El ex mandatario descansó y sorbió agua.

-“De acuerdo Pedro, las acepto, aunque insisto en que no eran necesarias. De aquello ya nadie se acuerda…”.
-“Me acuerdo yo”, le interrumpió Villarroel. “No sabes cuántas veces he pensado en aquello, en qué habría sido del Levante contigo ahí, en la cantidad de dinero que gasté buscando a otro como tú, jugadores como los que tú me decías… fue el principio del fin porque pocos años después… ya sabes, el descenso, las deudas, la Ley Concursal…”.
-“¿Y por qué lo hiciste Pedro? ¿Por qué no quisiste que siguiera? Si yo estaba encantado, te costaba menos que cualquier otro entrenador…”.
-“No fue un problema de dinero, eso lo sabes. Celos, Manolo, fueron los celos, así de simple. Aquel ascenso era mío y nadie me lo reconocía. Todo era Preciado por aquí, Preciado por allá y yo qué. Había construido esa plantilla, te había firmado a ti, me había gastado muchísimo dinero en el Levante durante veinte años, había estado ahí en los peores momentos de Segunda B y nadie me reconocía nada. No lo soportaba y lo pagaste tú”.

-“Pero sabes que yo siempre hablaba de ti cuando había que repartir flores, porque era lo justo, lo creía y la gente lo sabía…”.
-“¡Qué van a saber! ¿No viste que me pitaron cuando salí a hablar al balcón del Ayuntamiento? ¡A mí, que lo había puesto todo para que estuvieran allí! Me pitaron Manolo, la gente no me quería y sólo cantaban “Preciado quédate”. Fue tu sentencia porque, cuanto más lo decían más claro tenía yo que te ibas. Lo siento, era irracional y pagaste tú los platos rotos”.
-“¿Querías demostrar que tú eras la piedra angular del éxito y que daba igual el entrenador que estuviera porque tú eras la solución?”, preguntó Preciado sabedor de lo afirmativo de la respuesta.
-“Más o menos”, dijo más calmado Villarroel, “por eso he venido a pedirte perdón, como me gustaría pedírselo a Mané, pero como ya no entrena no he podido ir a verlo…”, volvió a medio sonreír Pedro.

“Bueno, tampoco fue para tanto, de hecho volvisteis a ascender dos años después, sin mí, no creo que yo fuera tan importante…”, intentó desdramatizar Preciado.
-“¿Sabes lo que me costó ese segundo ascenso? Pues el doble que el primero, mantuvimos la plantilla de Primera y gastamos en primas… una barbaridad Manolo, después seguí gastando, una locura Manolo y llegó la crisis económica y aquel desfase en el presupuesto se convirtió en un agujero brutal y nadie nos ayudó Manolo, ni las instituciones, ni los empresarios, ni la prensa…”.
-“Siempre igual Pedro, ¿no te das cuenta? ¿Crees que todo el mundo estaba en contra tuya? ¿Qué todos eran antilevantinistas? No era así Pedro, tú fuiste alejando a todos, no querías a nadie a tu lado que te pudiera hacer sombra, mira lo que hiciste con Antonio Blasco”, replicó ya serio Preciado.

Pedro guardó silencio unos segundos y asintió. “Tienes razón, al menos en lo de Antonio, él también pagó mi frustración, pero era injusto que, después de tantos años estando yo ahí dando la cara él pasase a la historia como el presidente del ascenso…”.
-“¿Pero no te das cuenta de que eso era bueno? Si Blasco era el presidente del ascenso y yo el entrenador del ascenso era porque tú nos habías puesto. Era mérito tuyo traernos o colocarnos en el sitio adecuado. Nunca supiste delegar, ni siquiera valorar tus propios méritos”.
-“Es cierto, yo os traje, por eso quería que la gente me lo reconociera y no era así. Me odiaban Manolo…”.
-“No hombre no, podías no caerles bien, pero odiarte no. Piensa que tampoco tú les diste nada para que te quisieran más” –Manolo pensó aquí que quizás estaba siendo demasiado duro con alguien que había ido a pedirle perdón, pero siguió- “Te pidieron que yo siguiera, también lo hizo toda la plantilla y tú hiciste todo lo contrario, es difícil que la gente te apreciara, ¿no crees?”.
-“Así es, pero yo siempre pensé en ellos Manolo, les traje a Mijatovic, a Amato, a Luyindula, a Savio...”.
-“Pero eso no es lo que querían Pedro, ¿aún no te has dado cuenta? La gente del Levante se identificaba con Descarga, con Diego Camacho, con Alexis...cuando yo llegué aún me hablaban de Paco Salillas, de Kaiku, no te diste cuenta de que tu afición es humilde y trabajadora y se ve reflejada en jugadores humildes y trabajadores, si luego crecen y se convierten aquí en buenos futbolistas como Rivera mejor, pero eso de traer a Dehu, Riganò, Cirillo, Arveladze, Mjallby…”.
-“Ya, ya, es cierto Manolo, pero también me di cuenta tarde, muy tarde… y encima el dinero que me costaron, me tomaron el pelo Manolo, no sabes cuánta gente se hizo millonaria a costa mía”.
-“Me lo imagino. Cuando me enteraba de lo que cobraban esos futbolistas alucinaba, ahí empecé a explicarme la enorme deuda que dejaste. ¿No te diste cuenta Pedro? Estuviste a punto de hacer desaparecer el club”.
-“Lo sé y no sabes lo que sufrí cuando fui consciente de la situación. Pero gastas y gastas y piensas que gastando más ganarás y todo se arreglará porque llegarán ingresos… pero nunca vinieron, no nos recalificaron el estadio, no había comprador. Yo me fui, pero sé que dejé una herencia complicada”.
-“¿Complicada? Pedro, casi matas al Levante. ¿Qué te fuiste? Pedro, estás siendo sincero, tú nunca te fuiste hasta que el enfermo era terminal y si tú seguías con las acciones iba a morir seguro”.
-“¿Quién te contó eso?”.
-“¡Todo el mundo lo decía! Estuve en Valencia en la fiesta del Centenario del Levante y todos coincidían en la misma explicación. Administradores, empleados, consejeros… todo el mundo lo decía y además lo seguí por la prensa, siempre he estado pendiente de lo que pasaba aquí, ¡joder Pedro, ésta era mi casa!”.
-“A mí no me invitaron a la fiesta del Centenario… tampoco iba a ir, pero ves como me odiaban”.
-“¿Invitarte? Pero si casi no llegan a los cien años por el desastre que dejaste, ¿para qué te iban a invitar?”.
-“¿Sabes que yo soñaba con ser el presidente del Centenario y tener entonces al equipo jugando competición europea?”.
-“Lo sé, lo dijiste alguna vez”.
-“Todo cuadraba Manolo, cuadraba cuando tú lograste el ascenso. El año siguiente debía ser el de la consolidación, ir creciendo año a año y entrar en la UEFA en 2008, ése era mi plan, pero vino el inútil de Schuster…”.
-“Vino no Pedro, lo trajiste tú. Además, no creo que fuera tan inútil, luego entrenó al Real Madrid, ganó la liga, jugó la UEFA con el Getafe… sabes Pedro, ése fue tu gran problemas, querías saber más de entrenador que cualquier entrenador, más de secretario técnico que cualquier secretario técnico… y de le que debías saber era de presidente que es lo que eras. Deberías haberte fijado en los mejores presidentes y aprender, era simple, se trataba de administrar los pocos recursos que había, no malgastar un euro, contratar  buenos profesionales y delegar en ellos”.
-“Es posible Manolo, es posible que ése fuera mi pecado…”.
-“Lo que no puede ser Pedro es que no te pareciera bien ningún entrenador y luego triunfaran la mayoría, no hablo de mí, hablo de Juande Ramos, de Mané, de Abel Resino, de Oltra…”.
-“He tenido de todo, a algunos de ésos les tuve que comprar yo los partidos para que ganaran…”.
-“Lo ves Pedro, ése es tu problema, que te creías el centro de todo, capaz de comprar partidos. Si podías hacer eso ¿cómo es posible que descendierais dos veces de Primera? Haber comprado más partidos, ¿no? Lo que ocurría es que los listillos que te rodeaban, aduladores y pelotas Pedro, te mentían, te decían que compraban tal o cual partido y a saber adónde iba a parar ese dinero. Me contaron que eso mismo pasó con el filial, ¿no?”.
-“Algo sucedió sí, nos jugábamos el ascenso con el Vecindario, lo dejé en manos de ciertas personas, me aseguraron que estaba todo controlado y…”.
-“Y qué Pedro, no subisteis, te mintieron, como tantas otras veces. El fútbol no funciona así y los que te rodeaban y se aprovechaban de ti sólo te hacían creer que tú eras capaz de arreglarlo todo, de controlarlo, de comprar y vender, que todos los demás éramos prescindibles y sabes para qué, pues para cambiar continuamente de jugadores y entrenadores porque así a ellos siempre les quedaba dinero por el camino, ¿no te diste cuenta?”.
-“No era exactamente así…”.
-“¿No? Pero si cedíais jugadores pagándoles casi toda la ficha que eran mucho mejores que los que os traíais… estabais para descender y teníais cedido pagándole a Diego Camacho, a Carmelo, a Juanra, a Nagore, a Juanma…no recuerdo a todos, pero yo estaba en Gijón y me tiraba de los pelos, no me lo explicaba, bueno sí me lo explicaba, era porque esa gentuza se aprovechaba de ti y del Levante para enriquecerse”.

Pedro guardó silencio, sabía que todo aquello era cierto, muchos se lo habían dicho hacía años, pero no quiso escucharlos.
Tocaron a la puerta, era el segundo entrenador del Racing:
-“Buenos días, perdonen, míster, tenemos el paseo en diez minutos”, le dijo a Preciado tal y como habían acordado.
-“Hoy no saldré Rafa. Llévate tú a los chicos y que no se te pierda ninguno”, le dijo Manolo con su habitual buen humor.
-“Ok míster, nos vemos luego, a la una tenemos sesión de vídeo”. Y cerró la puerta dando paso a la segunda parte de la conversación.

Pedro estuvo a punto de rendirse y aprovechar para marcharse. “Si tienes que atender al equipo lo entiendo, me voy ya Manolo, no quiero distraerte que ya lo he hecho bastante”, le dijo.
-“No, que va, si muchas veces no salgo de paseo con el equipo”, mintió Preciado para seguir con aquella charla.

El ambiente se había relajado un poco, varias preguntas intrascendentes sobre algunos futbolistas del Racing que le gustaban a Pedro y el habitual deseo granota: “Esta noche tienes que ganarle a los chotos”. “Ojalá Pedro, pero andan bien eh y eso que tienen a Oltra de entrenador, otro que no te valía…”.
-“No es que no valiera, creo que le di el primer equipo demasiado pronto… lo tiré y logramos el ascenso, no fue tan mala decisión”.
-“Sí, lo tiraste y lograsteis el ascenso con Mané… y también lo tiraste. No te valía ninguno Pedro, no aprendías”.
-“La gente no quería a Mané…”.
-“A mí sí y me tiraste igual…”.
-“Es cierto”, sonrieron los dos. “Sabes Manolo, también quiero pedirte perdón por otra cosa”.
-“Dime”.
-“Cuando falleció tu hijo no fui al entierro…”.
-“Por favor Pedro, no te preocupes por eso, de verdad…”, le interrumpió Preciado.
-“Sí, sí me preocupo. Quería ir, pero después de lo que te había hecho, no renovándote… no sé, no me vi con moral para ir, pero lloré por ti Manolo, tuvo que ser durísimo”.
-“Sí, lo fue, pero hay que levantar cabeza. Sabes, vino todo el mundo del Levante, fue increíble, yo no era consciente de nada, pero luego me di cuenta de que todos habían estado allí. Jugadores que interrumpieron sus vacaciones, amigos que vinieron desde Valencia, empleados del club, consejeros… nunca lo olvidaré”.
-“Y yo no estuve”.
-“Bueno, pero estás aquí ahora, es lo que cuenta Pedro. Todos nos equivocamos y el problema es no darse cuenta antes o después para no repetir el error o, al menos, disculparse. Y tú has venido a eso y a mí me vale Pedro”.
-“También quise llamarte cuando ganaste la Copa”, cambió de tercio Villarroel para sacudirse de encima todo para lo que se había acercado al hotel de Las Arenas aquella mañana lluviosa de diciembre.
-“Ahí no sé si te lo habría cogido porque me llamó media España”, bromeó Preciado para cambiar el tono triste del anterior diálogo. –“Fue una locura, no veas como es el Atlético, la gente que moviliza, el sentimiento que tienen”.
-“Tu único título, ¿no? Es una pena que en el fútbol sólo gane un equipo o dos al año. Es injusto repasar trayectorias y que tan pocos entrenadores tengan títulos, pero es que o vas a un grande o no ganas nada”.
-“Sí, sólo he ganado esa Copa del Rey con el Atlético de Madrid, pero para mí, el ascenso con el Levante, el del Spoting, mantenerlo en Primera o jugar la UEFA con el Deportivo equivalen igualmente a un título. Además Pedro, te digo una cosa, después de tantos años el palmarés, el dinero… me dan igual. Me quedo con los amigos que he hecho en la vida, con todo lo que me ha dado el fútbol, con haber convivido junto al Brujo Quini, con el cariño de todas las aficiones que he tenido… hay entrenador con muchos títulos a los que sus seguidores, los que han trabajado con ellos, sus propios ex jugadores no quieren ni ver y yo no me cambio por ellos”.
-“Cuando dejé la presidencia del Levante me di cuenta de quiénes eran mis amigos de verdad Manolo. ¿Sabes cuándo lo noté? En Navidad. Antes llegaba el día 24 o el 31 y recibía cientos de sms de entrenadores, jugadores, representantes… y luego, nada de nada. Tienes razón, al final lo importante es lo importante, mi mujer, mis hijas, los nietos…”.
-“No te puedes quejar, tienes una nieta preciosa y encima se le ve encantada contigo”.
-“Es un cielo y sabes qué es lo mejor. Que no le gusta el fútbol y no me pregunta por el Levante, por lo que pasó, por lo que dice la gente… es otra vida, la que me perdí en los 25 años que le dediqué al Levante para nada”.
-“Para nada tampoco Pedro, tú lo disfrutaste, te gustaba ejercer, viajar, fichar... tuviste un privilegio que muy pocos tienen en su vida, el de formar parte de tu pasión, controlarla, intervenir…y equivocarte, pero equivocarse es parte del juego, de la vida. Se trata de levantarse, volver a intentarlo, volver a equivocarse, pero equivocarse mejor”.
-“Yo no fui capaz de rectificar, de hacer las cosas mejor”.
-“Sí, pero aquí sólo fracasa el que no lo intenta y tú lo intentaste, te dejaste dinero, años de vida, salud… y las cosas no fueron bien, pero peor hubiera sido que tú no hubieras estado ahí. Quizás el Levante nunca habría llegado a Primera sin ti”.
-“Es posible, siempre lo pensé pero nunca lo dije en público, con la fama de soberbio que yo tenía sólo me hubiera faltado decir eso…”.
-“Sabes Pedro, cuando vine a los actos del Centenario mucha gente me habló de ti, de que debías estar ahí porque eras para bien y para mal parte de la historia, que habías sido protagonista casi de un cuarto de los años de vida del Levante. Muchos intervinieron, unos pocos teníamos el cariño de la gente, pero protagonistas reales para bien o para mal durante tanto tiempo… tú y pocos más”.
-“¿Qué tal fue la fiesta del Centenario? Vi algo por la tele y lo poco que leí en prensa, pero en el estadio tuvo que ser otra cosa, ¿no?”.
-“Fue preciosa Pedro, fue la noche del pueblo porque el Levante fue, es y será el equipo del pueblo. La gente más que aplaudir, lloraba, eso me llegó, yo también lloré de ver a tanta gente con lágrimas en la grada. Cuando salieron los jugadores del ascenso, de nuestro ascenso, creía que el estadio se caía Pedro, no fue una ovación fue una entrega absoluta, una rendición de todas aquellas almas que seguían agradeciéndonos aquello cuando los agradecidos éramos nosotros. Lloraban Pedro, nos miraban y lloraban. Nunca viví algo así, miraba a mi lado y también lloraba Tito y Sérvulo y Félix y Jesule y Descarga y el cabezón Aganzo y Limones… hasta Jofre”.
-“Bonito Manolo, bonito y merecido”.
-“De todo aquello algo también te tocaba a ti”.
-“Quizás, pero tuve mi justo castigo Manolo, yo rompí ese equipo, esa comunión de jugadores y afición contigo y lo pagué con la soledad y el desdén de toda esa gente”.
-“Bueno, no le des más vueltas, a la gente que vaya viendo y me pregunte le diré que has pedido perdón por aquello”, dijo Preciado dibujando la enésima sonrisa bajo su bigote.
-“No creo que te pregunten por mí”, replicó Pedro.
-“Lo que no creo es que se creyeran que te has disculpado…”. Los dos sonrieron mientras tocaban otra vez a la puerta.
De nuevo el segundo entrenador reclamaba la presencia de su primero. –“Míster, tenemos el vídeo en diez minutos y tengo que comentarle un par de cosas”.
Por la puerta abierta asomó también la nieta de Villarroel. –“¿Cómo va eso yayo? Tenemos que ir yéndonos”.

Los dos protagonistas del ascenso de 2004 se levantaron y recorrieron los siete metros que les separaban de la puerta. Manolo rodeó con su brazo el hombro de su ex presidente durante el trayecto. Salieron fuera, en el hall había poco movimiento y se despidieron porque Villarroel vio que los futbolistas del Racing empezaban a aparecer por los pasillos que bajaban de sus habitaciones para ir a la sesión de dvd.
-“No te entretengo más Manolo que tienes faena. No quiero que luego me culpes a mí si no ganas el partido”, bromeó.
-“Qué va, la culpa siempre es de los entrenadores…”, siguió la broma Preciado.
-“No olvides que todo levantinista tiene la obligación de ganarle a los chotos”, le dijo Pedro mientras le tendía la mano para despedirse.
-“No lo olvido. Nunca olvido al Levante”, dijo más serio Manolo mientras abría sus brazos para abrazar al que había sido su valedor, su presidente, su jefe, su verdugo.
-“Suerte Manolo”.
-“Gracias Pedro y muchas gracias por venir”.
-“Era lo justo, un poco tarde, pero más vale tarde…”.
-“Espero verte cuando vuelva a Valencia la próxima temporada”.
-“Será si tienes equipo, que algún día se darán cuenta de que no eres tan buen entrenador y dejarás de engañar a los presidentes para que te fichen”, dijo Villarroel sonriendo mientras se encaminaba hacia la puerta junto a su nieta.
-“Calla, calla, que no se enteren que tengo que seguir engañando unos añitos más”, zanjó la conversación Preciado mientras lo veía alejarse.

Miguel Ángel Vara
(Director del diario AS en Valencia en 2009)

Publicado en el libro Tus colores son los míos de la colección oficial de Libros del Centenario del Levante UD (2010).

































Manolo Preciado: el hombre por encima del fútbol.

Entre tanta basura interior existente en el mundo del fútbol, y no solo el profesional, se suele conocer a gente que merece la pan; a personas que te recuerdan que entre tanto circo, dinero y chimeneas sin fuego, hay sentimientos y valores humanos puros y sensatos. Una de esas personas ha sido Manolo Preciado. Vaya este texto suyo como recuerdo, que fue publicado en el libro Tus colores son los míos de la colección del Centenario del club en 2009. DEP, Manolo.


GRACIAS A TODOS

            No resulta sencillo para mí exponer en unas líneas la gran cantidad de experiencias profesionales y personales vividas durante los once meses de mi estancia en Valencia como entrenador del Levante Unión Deportiva.
            Fueron un montón de situaciones, muchas horas de trabajo, al frente de un sensacional plantel de futbolistas, desde el portero Mora al extremo Jofre pasando por todos los demás, para conseguir un objetivo añorado y peleado después de cuarenta y un años. Que no era otro que retornar el Levante a la más alta categoría del fútbol español.
            Quiero aprovechar esta ocasión para agradecer profundamente a todos aquellos que de uno u otro modo participaron en este ascenso y colaboraron en él. Gracias a todos ellos.
            Por último, mi abrazo más sentido a todos y cada uno de los granotas que con su apoyo domingo tras domingo hicieron más sencillo el objetivo final.
            Por todo lo apuntado, muchas gracias y “¡Avant Llevant!”



MANOLO PRECIADO, ex entrenador del Levante

martes, 5 de junio de 2012

César Simón periodista.


CUANDO LA PROSA ES INTENSA
César Simón. Edición de Miguel Catalán. Colección Papeles de prensa. Valencia, Institució Alfons el Magnànim, 2003.
            Dicen algunas lenguas que el poeta debe escribir en verso y emplear recursos líricos en abundancia con preferencia. Dicen que el poeta debe ser poeta y demostrarlo cuando escribe en prosa. Hay poetas que no leen más que poesía. Pero, nadie olvida los escritos críticos de Óscar Wilde, ni las magníficas memorias de Alberti y de Neruda. Y son prosa. ¿Pero por qué los grandes poetas han escrito páginas memorables en prosa breve? Por citar el ejemplo de un libro de reciente aparición, José Hierro expuso su mejor teoría lírica en sus iniciáticos Guardados en la sombra, pequeños ensayos muy elaborados sobre distintos temas. Y podremos añadir otros ejemplos.
            Valencia cuenta con un articulismo periodístico muy digno; desde luego es una de las escasas razones que nos empujan a abrir alguno de sus periódicos. No nos referimos a aquellos autores que viven o publican en las ediciones de Madrid o Barcelona, sino a los de Levante y Las Provincias y las ediciones autonómicas de los diarios llamados “nacionales” con impropiedad. Es un placer leer las columnas de Eduardo Alonso, María García-Lliberós, Carmen Amoraga, César Gavela, Miquel Alberola, Vicente Muñoz Puelles, Alfons Cervera, Carlos Marzal, etc., todos ellos grandes escritores.
Entre ellos se encontraba César Simón (1932-1997), fiel reflejo de la capacidad del poeta de obra consagrada para dibujar con trazo breve episodios de la vida que le rodea, sin esa fiebre de la premura periodística de urgencia. Miguel Catalán, en una edición de la Institució Alfons el Magnànim, presidida por el escritor Ricardo Bellveser, ha sabido reconstruir y unificar una parte importante de los artículos periodísticos de Simón, uno de los grandes poetas valencianos, de la generación de los nacidos en los años treinta del siglo XX, con este volumen titulado con el nombre del autor, que inaugura la colección Papeles de prensa; una colección que pretende ir reuniendo el articulismo periodístico valenciano de mayor calidad.
En esta edición, nos adentramos en el César Simón que se siente testigo de la vida y de la sociedad que gira a su alrededor, ante la que reivindica el derecho al sosiego; su derecho a ser útil sin hacer nada, y como recuerda que dijo Baudelaire, la literatura es un trabajo que con frecuencia consiste en no saber hacer nada. Frases como ésta se repiten continuamente en los artículos seleccionados, hasta generar aforismos filosóficos profundos. Por ello, el antólogo Miguel Catalán nos ha ofrecido una selección que ilustra la maestría de César Simón como articulista. Sus opiniones personales, su reivindicación del silencio y del derecho a vivir en contemplación, la mirada irónica hacia determinados aspectos y temas, y, sobre todo, el estilo medido -y comedido- de quien se siente y se autorreivindica como poeta de vocación y actos.
Uno de los aspectos más destacables de la antología es su división en partes por los temas, que suelen, por otro lado, coincidir con alguna de las preocupaciones del autor en su obra poética: “Del existir”, “Del convivir”, “De la naturaleza”, “De libros y otros papeles”, “De la escritura”, “De los escritores”, “De la política”, “De la intrahistoria”, “De las artes” y “Del paso del tiempo”. No es necesario reiterar la idea de la independencia de sus opiniones, pero sí subrayar las dos ideas que expresa Catalán en la breve introducción: la originalidad y la forma cuidada de los artículos. Para los amantes de la literatura, son muy atractivos los artículos de los apartados sobre los libros, la escritura y los escritores.
En ocasiones, los artículos aparecen sin fechar por problemas que señala el antólogo., con las erratas corregidas, y remiten a hechos de la época que reconocimos como vividos. Pero nosotros los vivimos apresuradamente, mientras César Simón los detenía para examinarlos, evaluarlos y dictaminar su conclusión. La recurrencia temática es abundante (el tiempo es un motivo permanente, casi obsesivo), pero hay diferencia en el tratamiento en cada artículo. El resultado es su intemporalidad y la sensación de que César Simón paró su alrededor, como Josué hizo con el sol ante las murallas de Jericó, para extraer el jugo del detalle cotidiano aparentemente ínfimo. De ahí su admiración por Azorín, Gabriel Miró y Gil-Albert, o su preferencia por Kafka antes que por Borges, porque lo importante es la expresión medida y justa: la propiedad en el empleo de la palabra.
Cela afirmó que a los siete años un mismo suceso era ya otro distinto. Con César Simón no es así. A los casi veinte años cumplidos desde la aparición de muchos de estos artículos, un suceso sigue siendo el mismo porque nuestro autor ha sabido detener el tiempo con sus palabras. No a convertir el tiempo físico en tiempo subjetivo, al estilo machadiano: para recoger el tiempo pasado y el posiblemente futuro en el presente con el objeto de sujetarlo y gozar del instante. Lo cierto es que las opiniones transcienden y son actuales plenamente. No ya por ingeniosas -que lo son-, sino por la alta calidad de las reflexiones. Persigamos la prosa breve de los grandes poetas, y encontraremos las claves de su universo. Como ocurre con César Simón.

José Vicente Peiró (2003)

De amor y delirio. ¿Delirio de amor o amor de delirio?


Ciudad del Este también tiene escritores. En un país cuya promoción literaria parte desde su capital, encontrar escritores en otras ciudades resulta gratificante. Es posible que algún día tengamos la fortuna de que la expresión literatura paraguaya no sea sinónimo de literatura asuncena más algunos habitantes dispersos por el resto del país. Es necesario impulsar y fomentar la literatura practicada en otras ciudades del país y que se produzca cierta descentralización de su foco cultural capitalino porque las letras son un bien universal.
            Dentro de esa literatura paraguaya no asuncena encontramos en Ciudad del Este un foco desde hace unos años. No solo tiene que ser conocida esta ciudad por su actividad comercial. En este foco se encuentra una autora interesante, Bella Victoria Acosta. Ha publicado dos novelas: El rescate de mi niña (2008) y El clamor de las doncellas (2009). Ahora tenemos materializado su nuevo recorrido literario: una nueva novela titulada De amor y delirio.
            Como sus dos narraciones anteriores, De amor y delirio es una apuesta por la narratividad. No hay virtuosismos formales sino puro relato. El punto de referencia estructural es su linealidad, aunque la autora maneje saltos en el tiempo y elipsis cuando le resulta necesario. Su universo temático es la evolución del pensamiento y la realidad femenina, siempre con el amor y las relaciones humanas como fondo. Es un discurso bien cimentado en la pureza de las historias contadas, sin caídas en sentimentalismos vacuos o el la tragedia apurada.
            Estamos ante la historia de tres generaciones de la familia Fonseca Filemoni: la abuela Penélope, la madre Sofía y las hijas Carlota y María Gracia. No hay más pretensión que la de ofrecer el discurrir de su vida y, singularmente, de sus amores. Pero con las aventuras y desventuras de esta saga existe una evaluación diáfana de tres mentalidades femeninas distintas con el discurrir de los tiempos y los cambios sociales. Mientras Penélope se muestra más conservadora y adopta unas formas de vida arraigadas en la tradición extrema, Sofía representa el punto medio de una evolución hacia una vida femenina sustentada en la libertad de elección, representada por las hijas. Sin olvidarnos de la evaluación de distintos tipos de personajes masculinos en su relación con los femeninos.
            La narración profunda comienza con los orígenes de Penélope. Su madre Federica Filemoni adoptó al bebé engendrado en el vientre de la sirviente indígena de diecisiete años, Iluminada Guachire. La niña resulta ser hija del hermano gemelo de Federica, de nombre Federico. Pero esta circunstancia moralmente inaceptable es tratada con naturalidad, y Penélope desarrolla su infancia y su crecimiento sin apreciarse en ningún momento ninguna circunstancia desagradable. Después de la narración del nacimiento e infancia de Penélope, surge un salto elíptico para entrar directamente en el discurrir vital de Penélope a partir de los veintidós años de edad. Pero la historia familiar tiene ese sentido global susodicho sobre la evolución de la mentalidad y actividad femenina. Penélope sueña con ser bailarina de danza, pero la madre se lo impide porque “conoce lo que sucede entre bambalinas”. Sin embargo, dos generaciones después la mentalidad ha cambiado y la moralidad se ha difuminado, con el paso intermedio de Sofía para darse visibilidad social: “mientras la viuda se escondía en su caja inventada, su hija era una chica que luchaba por dejarse ver”, explica la narración. Los sueños de Penélope se materializarán años después en Carlota, la nieta, y ella sí que logrará dedicarse a la danza con profesionalidad. Se ejemplifica con ello la evolución de la mentalidad y las costumbres de la mujer y los cambios sucedidos en apenas tres cuartos de siglo; una postración que se difumina hasta dejar de percibirse en las nuevas generaciones.
            Si hay un elemento temático que da unidad al argumento es el amor. O el desamor en el caso de la relación de Giuseppe y Sofía deteriorada por el tiempo. Las mujeres de Bella Victoria Acosta buscan el amor, lo encuentran y a veces lo pierden. Sin este sentimiento les resulta imposible vivir en plenitud.  No es el romanticismo sentimental lo que importa, sino el enfrentamiento en la intersección de la colisión sthendaliana entre el amor racional y el amor pasión, a sabiendas de que el matrimonio sea también fruto de una unión económica. La realidad no aparece recargada y ahí está el mérito de la novela, en la fractalidad de las relaciones humanas, y la perdurabilidad de los sentimientos a pesar de los devaneos, cambios y rupturas. La relación de Giuseppe con Sofía no puede ser totalmente fiable porque Yamila siempre será ese amor platónico por lo que representa: la mujer pasión. Acosta sabe componer estas pasiones desde el erotismo pulcro, pero sobre todo desde la honestidad de sus caracteres. Sin maniqueísmos ni tragicismos.
            Por otro lado, los cambios sociales están perfectamente retratados. Las costumbres rurales van siendo desplazadas por lo urbano, aunque el ambiente político siga bajo los mismos derroteros. La evolución del Paraguay es dinámica, aunque en el sustrato profundo perviva lo tradicional. Es por ello que el interés de la novela se desplaza desde la historia principal al buen número de pequeñas anécdotas segundarios que dan color al discurso, hasta dotarle de una mayor fuerza. A su vez, estas suavizan el dramatismo posible, como ocurre con las mujeres y sus tratamientos estéticos o el tour europeo de Cicero Miguel para retratar a damas ricas fascinadas previo a la pintura para la que posa Penélope. La mirada irónica hacia estas férreas costumbres permite que nos detengamos en las historias secundarias porque adquieren un interés semejante al de la principal. Estamos ante la pintura de un mundo, el de las mujeres de una saga familiar en un universo concreto con una evolución imparable.
            La autora posee un estilo propio donde se mezclan el lenguaje coloquial, el estándar y el culto, sin que uno destaque sobre otro. Incluso se recurre a la frase hecha popular de sentido metafórico, como “demasiados gatos para un pedazo de carne” en las negociaciones de Penélope con los Mosselli para la entrada de estos como accionistas de su empresa. Hay un discurso compacto y sin fisuras, dado que Acosta apuesta por la simple historia, que es algo distinto a una historia simple. Con personajes en permanente movimiento y un desarrollo lineal del espacio y del tiempo consigue el equilibrio entre lenguaje y realidad. La propia evolución de los tiempos es la que mueve el tempo interno de la novela. Incluso Sofía acaba adoptando con la edad la costumbre de escribir cartas, lo cual es una reivindicación de la escritura íntima. Es una escritura necesaria para autodescubrirse.
Una novela que apuesta por la narratividad y a la que deseamos largo aliento.
José Vicente Peiró Barco

Homenaje a un amigo, a un levantinista alma de nuestra voz


Amigo Ximo, amigos todos:

            Por desgracia, esas obligaciones paternales que tú bien conoces me han impedido estar presente con mis amigos en esta cena de homenaje a tu trabajo y a tu persona. Es lo que tiene ejercer de taxista cuando tu hijo practica ese deporte que nos une llamado fútbol. Mis manos están en el volante de mi coche yendo hacia Alicante pero mi espíritu está con vosotros esta noche.
            Aunque a nosotros no nos une el fútbol. Nos une algo que es mucho más que el fútbol: nuestro Levante Unión Deportiva. No nos unen once jugadores más los suplentes persiguiendo el ansiado gol que nos haga felices, sino un sentimiento común que va mucho más lejos de la asistencia a nuestro templo, el Ciutat de València, que para mí siempre tendrá como nombre el primigenio de Antonio Román.
            Allá a finales de 2006. En una época donde, por desgracia, tenía bastante tiempo libre a causa de un problema de salud, me aficioné a los foros levantinistas. He sido un levantinista silencioso, y afortunadamente he vuelto a serlo después de unos años de participación activa en los acontecimientos de este club. Da la casualidad que han coincidido durante estos años los mejores momentos deportivos del club y los peores en el ámbito social y económico. Ahora ya he vuelto a ser el aficionado silencioso de siempre, uno de los que asiste a todos los partidos acompañado de alguno de sus familiares, antes mi padre, luego mi hermano y ahora mi hijo, pero no olvido todo lo que vivido durante estos años.
Entre esos momentos felices de mi mayor implicación en el levantinismo, uno de los mejores, si no el mejor, fue descubrir Levantemanía, una web donde podíamos encontrar toda la expresión del levantinismo libre, el llamado “no oficial”. Era una web donde leíamos a nuestras grandes firmas del pensamiento de nuestro sentimiento común. Era una web con un foro donde no se insultaba a quien discrepaba, donde la educación era su tarjeta de visita y donde había una camaradería ejemplar.
A partir de ahí, os conocí en aquella cena de julio de 2007 en “La Alegría de la Huerta” con “La Voz Granota” de Antonio Descalzo por bandera. A pesar del escalope zapatilla y las patatas duras, fue una noche entrañable por haber conocido a gente maravillosa que ya fueron amigos para siempre: Abelardo, Manolo Peris, Paco Villaescusa, Pepe Lacueva, Alfonso, Raúl, y tantos otros que no voy a citar porque la memoria es frágil y falla más de lo deseado. Pero tampoco se me olvidan esas llamadas de Antonio Descalzo a la hora de comer, para comentar aspectos de nuestro Levante.
En esa cena conocí personalmente al gran jefe: a D. Ximo Lacueva. Ya lo conocía de vista, como a tantos otros, porque con los poquitos levantinistas que éramos… Pero nunca había hablado con él. Más alto que yo, grácil y tranquilo, atento y firme en su expresión. Una persona que me pareció sensata, educada y cordial, claramente generosa nada más hablar con él. Más tarde, en otra cena “descalciana” conocí a Mari Ángeles, a quien le di las gracias por tener el marido que tiene… o a lo mejor no tenía que haberlo hecho y debía haberme limitado a darle la enhorabuena por su heroísmo al aguantarlo tantos años… a él y al Levante.
Eran épocas duras para el club. Levantemanía nos permitía desahogarnos contra las tinieblas que cubrían nuestro Levante. También nos daba cancha a la discusión en un tono amable y amistoso. Gracias a Levantemanía podíamos ejercer el noble arte de la discrepancia y el intercambio de opiniones sin sentirnos ofendidos. Discutiendo, hacíamos amigos y no enemigos, y eso no tiene precio en una sociedad donde todo se valora con números, y no con gestos humanos, y es difícil entender la idea de la tolerancia.
Ahora nos quedamos sin Levantemanía. Todo evoluciona muy rápido. Las redes sociales se comieron a los foros. La propia situación estable del club no nos deja tampoco mucho pie para la denuncia de posibles desastres. La evolución positiva del Levante en lo deportivo deja poco pie a la crítica, a pesar de que seguimos vislumbrando ciertos defectos estructurales históricos, entre ellos algo de oscurantismo en algunos temas y algunos gestos donde falta un mínimo de sensibilidad. Pero ahora mismo el Levante empieza a ser ese club por el que luchamos, sobre todo desde Levantemanía, y queremos que siga creciendo para ser respetado.
Seguimos sintiendo Levantemanía como nuestra casa. Esté o no esté presente, seguirá estando viva. Echaré de menos ese mensaje donde Ximo me recordaba que había que hacer la quiniela todas las semanas, y yo, con mi falta de tiempo habitual y mi despiste general, ignoraba en más ocasiones de las deseadas… aunque no era el único, parece ser. Añoraré el poder enviar algún mensaje privado a algún amigo o las fotos que Paco Villaescusa colgaba en el foro para complacencia de todos, algunas fotos a veces desenfocadas (perdóname, amigo Paco).
Pero la historia permite la supervivencia de nuestros actos. Levantemanía vive. No existirá físicamente, pero vive en todos los que hemos participado  gracias al enorme trabajo de Ximo Lacueva, una persona a la que, si algún día el Levante empieza a ser agradecido con quienes han trabajado generosamente por el bien del club, debería concederle la mayor condecoración posible, en forma de insignia o lo que sea.
Si no debemos olvidar de dónde venimos para mantener nuestra identidad histórica, no debemos olvidar nunca el trabajo realizado por Ximo y Levantemanía. La web sería suya pero su contenido era de todos. Y no hay nada más bonito en este mundo como el que esos “todos” te reconozcamos la deuda humana que tenemos contigo. Eres historia viva del Levante gracias a Levantemanía, no lo olvides nunca. Y no olvides conservar todos los archivos, que siempre serán testimonio del levantinismo el día en que tengamos nuestro museo de una vez.
Siempre estaremos contigo, Ximo. Siempre estará Levantemanía con nosotros.
Muchas gracias de corazón, Ximo. Amigo. Nuestro amigo.

José Vicente Peiró