El trueno cae y se queda entre las hojas

martes, 5 de junio de 2012

De amor y delirio. ¿Delirio de amor o amor de delirio?


Ciudad del Este también tiene escritores. En un país cuya promoción literaria parte desde su capital, encontrar escritores en otras ciudades resulta gratificante. Es posible que algún día tengamos la fortuna de que la expresión literatura paraguaya no sea sinónimo de literatura asuncena más algunos habitantes dispersos por el resto del país. Es necesario impulsar y fomentar la literatura practicada en otras ciudades del país y que se produzca cierta descentralización de su foco cultural capitalino porque las letras son un bien universal.
            Dentro de esa literatura paraguaya no asuncena encontramos en Ciudad del Este un foco desde hace unos años. No solo tiene que ser conocida esta ciudad por su actividad comercial. En este foco se encuentra una autora interesante, Bella Victoria Acosta. Ha publicado dos novelas: El rescate de mi niña (2008) y El clamor de las doncellas (2009). Ahora tenemos materializado su nuevo recorrido literario: una nueva novela titulada De amor y delirio.
            Como sus dos narraciones anteriores, De amor y delirio es una apuesta por la narratividad. No hay virtuosismos formales sino puro relato. El punto de referencia estructural es su linealidad, aunque la autora maneje saltos en el tiempo y elipsis cuando le resulta necesario. Su universo temático es la evolución del pensamiento y la realidad femenina, siempre con el amor y las relaciones humanas como fondo. Es un discurso bien cimentado en la pureza de las historias contadas, sin caídas en sentimentalismos vacuos o el la tragedia apurada.
            Estamos ante la historia de tres generaciones de la familia Fonseca Filemoni: la abuela Penélope, la madre Sofía y las hijas Carlota y María Gracia. No hay más pretensión que la de ofrecer el discurrir de su vida y, singularmente, de sus amores. Pero con las aventuras y desventuras de esta saga existe una evaluación diáfana de tres mentalidades femeninas distintas con el discurrir de los tiempos y los cambios sociales. Mientras Penélope se muestra más conservadora y adopta unas formas de vida arraigadas en la tradición extrema, Sofía representa el punto medio de una evolución hacia una vida femenina sustentada en la libertad de elección, representada por las hijas. Sin olvidarnos de la evaluación de distintos tipos de personajes masculinos en su relación con los femeninos.
            La narración profunda comienza con los orígenes de Penélope. Su madre Federica Filemoni adoptó al bebé engendrado en el vientre de la sirviente indígena de diecisiete años, Iluminada Guachire. La niña resulta ser hija del hermano gemelo de Federica, de nombre Federico. Pero esta circunstancia moralmente inaceptable es tratada con naturalidad, y Penélope desarrolla su infancia y su crecimiento sin apreciarse en ningún momento ninguna circunstancia desagradable. Después de la narración del nacimiento e infancia de Penélope, surge un salto elíptico para entrar directamente en el discurrir vital de Penélope a partir de los veintidós años de edad. Pero la historia familiar tiene ese sentido global susodicho sobre la evolución de la mentalidad y actividad femenina. Penélope sueña con ser bailarina de danza, pero la madre se lo impide porque “conoce lo que sucede entre bambalinas”. Sin embargo, dos generaciones después la mentalidad ha cambiado y la moralidad se ha difuminado, con el paso intermedio de Sofía para darse visibilidad social: “mientras la viuda se escondía en su caja inventada, su hija era una chica que luchaba por dejarse ver”, explica la narración. Los sueños de Penélope se materializarán años después en Carlota, la nieta, y ella sí que logrará dedicarse a la danza con profesionalidad. Se ejemplifica con ello la evolución de la mentalidad y las costumbres de la mujer y los cambios sucedidos en apenas tres cuartos de siglo; una postración que se difumina hasta dejar de percibirse en las nuevas generaciones.
            Si hay un elemento temático que da unidad al argumento es el amor. O el desamor en el caso de la relación de Giuseppe y Sofía deteriorada por el tiempo. Las mujeres de Bella Victoria Acosta buscan el amor, lo encuentran y a veces lo pierden. Sin este sentimiento les resulta imposible vivir en plenitud.  No es el romanticismo sentimental lo que importa, sino el enfrentamiento en la intersección de la colisión sthendaliana entre el amor racional y el amor pasión, a sabiendas de que el matrimonio sea también fruto de una unión económica. La realidad no aparece recargada y ahí está el mérito de la novela, en la fractalidad de las relaciones humanas, y la perdurabilidad de los sentimientos a pesar de los devaneos, cambios y rupturas. La relación de Giuseppe con Sofía no puede ser totalmente fiable porque Yamila siempre será ese amor platónico por lo que representa: la mujer pasión. Acosta sabe componer estas pasiones desde el erotismo pulcro, pero sobre todo desde la honestidad de sus caracteres. Sin maniqueísmos ni tragicismos.
            Por otro lado, los cambios sociales están perfectamente retratados. Las costumbres rurales van siendo desplazadas por lo urbano, aunque el ambiente político siga bajo los mismos derroteros. La evolución del Paraguay es dinámica, aunque en el sustrato profundo perviva lo tradicional. Es por ello que el interés de la novela se desplaza desde la historia principal al buen número de pequeñas anécdotas segundarios que dan color al discurso, hasta dotarle de una mayor fuerza. A su vez, estas suavizan el dramatismo posible, como ocurre con las mujeres y sus tratamientos estéticos o el tour europeo de Cicero Miguel para retratar a damas ricas fascinadas previo a la pintura para la que posa Penélope. La mirada irónica hacia estas férreas costumbres permite que nos detengamos en las historias secundarias porque adquieren un interés semejante al de la principal. Estamos ante la pintura de un mundo, el de las mujeres de una saga familiar en un universo concreto con una evolución imparable.
            La autora posee un estilo propio donde se mezclan el lenguaje coloquial, el estándar y el culto, sin que uno destaque sobre otro. Incluso se recurre a la frase hecha popular de sentido metafórico, como “demasiados gatos para un pedazo de carne” en las negociaciones de Penélope con los Mosselli para la entrada de estos como accionistas de su empresa. Hay un discurso compacto y sin fisuras, dado que Acosta apuesta por la simple historia, que es algo distinto a una historia simple. Con personajes en permanente movimiento y un desarrollo lineal del espacio y del tiempo consigue el equilibrio entre lenguaje y realidad. La propia evolución de los tiempos es la que mueve el tempo interno de la novela. Incluso Sofía acaba adoptando con la edad la costumbre de escribir cartas, lo cual es una reivindicación de la escritura íntima. Es una escritura necesaria para autodescubrirse.
Una novela que apuesta por la narratividad y a la que deseamos largo aliento.
José Vicente Peiró Barco

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