Ciudad del Este también tiene
escritores. En un país cuya promoción literaria parte desde su capital,
encontrar escritores en otras ciudades resulta gratificante. Es posible que
algún día tengamos la fortuna de que la expresión literatura paraguaya no sea
sinónimo de literatura asuncena más algunos habitantes dispersos por el resto
del país. Es necesario impulsar y fomentar la literatura practicada en otras
ciudades del país y que se produzca cierta descentralización de su foco
cultural capitalino porque las letras son un bien universal.
Dentro
de esa literatura paraguaya no asuncena encontramos en Ciudad del Este un foco
desde hace unos años. No solo tiene que ser conocida esta ciudad por su
actividad comercial. En este foco se encuentra una autora interesante, Bella
Victoria Acosta. Ha publicado dos novelas: El rescate de mi niña (2008)
y El clamor de las doncellas (2009). Ahora tenemos materializado su
nuevo recorrido literario: una nueva novela titulada De amor y delirio.
Como
sus dos narraciones anteriores, De amor y
delirio es una apuesta por la narratividad. No hay virtuosismos formales
sino puro relato. El punto de referencia estructural es su linealidad, aunque
la autora maneje saltos en el tiempo y elipsis cuando le resulta necesario. Su
universo temático es la evolución del pensamiento y la realidad femenina,
siempre con el amor y las relaciones humanas como fondo. Es un discurso bien
cimentado en la pureza de las historias contadas, sin caídas en
sentimentalismos vacuos o el la tragedia apurada.
Estamos
ante la historia de tres generaciones de la familia Fonseca Filemoni: la abuela
Penélope, la madre Sofía y las hijas Carlota y María Gracia. No hay más
pretensión que la de ofrecer el discurrir de su vida y, singularmente, de sus
amores. Pero con las aventuras y desventuras de esta saga existe una evaluación
diáfana de tres mentalidades femeninas distintas con el discurrir de los
tiempos y los cambios sociales. Mientras Penélope se muestra más conservadora y
adopta unas formas de vida arraigadas en la tradición extrema, Sofía representa
el punto medio de una evolución hacia una vida femenina sustentada en la
libertad de elección, representada por las hijas. Sin olvidarnos de la
evaluación de distintos tipos de personajes masculinos en su relación con los
femeninos.
La
narración profunda comienza con los orígenes de Penélope. Su madre Federica
Filemoni adoptó al bebé engendrado en el vientre de la sirviente indígena de
diecisiete años, Iluminada Guachire. La niña resulta ser hija del hermano
gemelo de Federica, de nombre Federico. Pero esta circunstancia moralmente
inaceptable es tratada con naturalidad, y Penélope desarrolla su infancia y su
crecimiento sin apreciarse en ningún momento ninguna circunstancia
desagradable. Después de la narración del nacimiento e infancia de Penélope,
surge un salto elíptico para entrar directamente en el discurrir vital de
Penélope a partir de los veintidós años de edad. Pero la historia familiar
tiene ese sentido global susodicho sobre la evolución de la mentalidad y
actividad femenina. Penélope sueña con ser bailarina de danza, pero la madre se
lo impide porque “conoce lo que sucede entre bambalinas”. Sin embargo, dos
generaciones después la mentalidad ha cambiado y la moralidad se ha difuminado,
con el paso intermedio de Sofía para darse visibilidad social: “mientras la
viuda se escondía en su caja inventada, su hija era una chica que luchaba por
dejarse ver”, explica la narración. Los sueños de Penélope se materializarán
años después en Carlota, la nieta, y ella sí que logrará dedicarse a la danza
con profesionalidad. Se ejemplifica con ello la evolución de la mentalidad y
las costumbres de la mujer y los cambios sucedidos en apenas tres cuartos de
siglo; una postración que se difumina hasta dejar de percibirse en las nuevas
generaciones.
Si
hay un elemento temático que da unidad al argumento es el amor. O el desamor en
el caso de la relación de Giuseppe y Sofía deteriorada por el tiempo. Las
mujeres de Bella Victoria Acosta buscan el amor, lo encuentran y a veces lo
pierden. Sin este sentimiento les resulta imposible vivir en plenitud. No es el romanticismo sentimental lo que
importa, sino el enfrentamiento en la intersección de la colisión sthendaliana entre el amor racional y el
amor pasión, a sabiendas de que el matrimonio sea también fruto de una unión
económica. La realidad no aparece recargada y ahí está el mérito de la novela,
en la fractalidad de las relaciones humanas, y la perdurabilidad de los sentimientos
a pesar de los devaneos, cambios y rupturas. La relación de Giuseppe con Sofía
no puede ser totalmente fiable porque Yamila siempre será ese amor platónico
por lo que representa: la mujer pasión. Acosta sabe componer estas pasiones
desde el erotismo pulcro, pero sobre todo desde la honestidad de sus
caracteres. Sin maniqueísmos ni tragicismos.
Por
otro lado, los cambios sociales están perfectamente retratados. Las costumbres
rurales van siendo desplazadas por lo urbano, aunque el ambiente político siga
bajo los mismos derroteros. La evolución del Paraguay es dinámica, aunque en el
sustrato profundo perviva lo tradicional. Es por ello que el interés de la
novela se desplaza desde la historia principal al buen número de pequeñas
anécdotas segundarios que dan color al discurso, hasta dotarle de una mayor
fuerza. A su vez, estas suavizan el dramatismo posible, como ocurre con las
mujeres y sus tratamientos estéticos o el tour
europeo de Cicero Miguel para retratar a damas ricas fascinadas previo a la
pintura para la que posa Penélope. La mirada irónica hacia estas férreas
costumbres permite que nos detengamos en las historias secundarias porque
adquieren un interés semejante al de la principal. Estamos ante la pintura de
un mundo, el de las mujeres de una saga familiar en un universo concreto con
una evolución imparable.
La
autora posee un estilo propio donde se mezclan el lenguaje coloquial, el
estándar y el culto, sin que uno destaque sobre otro. Incluso se recurre a la
frase hecha popular de sentido metafórico, como “demasiados gatos para un
pedazo de carne” en las negociaciones de Penélope con los Mosselli para la
entrada de estos como accionistas de su empresa. Hay un discurso compacto y sin
fisuras, dado que Acosta apuesta por la simple historia, que es algo distinto a
una historia simple. Con personajes en permanente movimiento y un desarrollo lineal
del espacio y del tiempo consigue el equilibrio entre lenguaje y realidad. La
propia evolución de los tiempos es la que mueve el tempo interno de la novela. Incluso Sofía acaba adoptando con la
edad la costumbre de escribir cartas, lo cual es una reivindicación de la
escritura íntima. Es una escritura necesaria para autodescubrirse.
Una novela que apuesta por la narratividad y a la que deseamos largo
aliento.
José Vicente Peiró Barco
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