El trueno cae y se queda entre las hojas

sábado, 29 de marzo de 2014



                SOBRE ÁCIDO ALMÍBAR de RAFAEL SOLER
Cuando encuentro un libro de poemas donde hay un par de versos que hago míos, me siento feliz. Suele aburrirme tanta poesía insulsa presente por todas partes, desprovista de alma universal porque lleva en sus palabras el ego personal; el de quien desea que se le escuche porque tiene poco que contar. Siento decirlo así, pero la poesía actual me obliga a refugiarme en clásicos del siglo XX como Antonio Machado, Vicente Aleixandre, Pablo Neruda o Nicanor Parra, entre muchos otros, porque me resulta difícil encontrar la diferencia atractiva de la plenitud verbal. No es que quiera hacer loas a los sonetos de Joaquín Sabina, pero casi me interesan más por su cercanía a la vida que muchos duelos y quebrantos exhibidos sin pudor ni decoro literario.
Claro que hay grandes poetas en la actualidad. Pero ocurre como en las visitas a las librerías: entre muchos tomos y tomos encuentras algunos que merecen la pena. Hay que escarbar para hallar las grandes obras actuales. No todos los poetas son como los de Ávidas pretensiones de Fernando Aramburu, genial novela que ha sido premio Biblioteca Breve en este 2014, pero sí que abundan más de lo deseado. Pero sí hay versos que merecen la pena. Entre ellos tenemos los de Rafael Soler.
Ya sorprendía su capacidad lírica en Las cartas que debía, editada en 2012, por su simbiosis entre la expresión tierna, la búsqueda de la experiencia y el empleo de la ironía. Pero las andanzas de Rafael Soler empezaron en la narrativa,, cuando allá entre finales de los setenta y principios de los ochenta publicó seis libros entre los que destaca El corazón del lobo, novela reeditada en 2012, que, según Pedro García Cuento en su reseña de La Clave Literario (revista de la Asociación Valenciana de Escritores y Críticos Literarios – CLAVE), junto a El grito, es una “novela centrada en la incomunicación de seres a la deriva, de hombres y mujeres que han desgajado sus vidas, abiertas a la rutina y al desamor”. Los personajes de Alberto y Fanny son impactantes y bailan alrededor del amor y el susodicho desamor, del encuentro y del desencuentro, para así curtir el paso del tiempo y la degradación ocasionada por los años. Sin embargo, la narratividad no esconde el lirismo dominante en el estilo de Soler. Ese lirismo engrandecedor de su producción literaria y que le hizo retornar a la actividad después de más de dos décadas de silencio editorial con el poemario Maneras de volver en 2009.
2014 nació con un nuevo libro poético suyo: Ácido almíbar. El oxímoron del título está elegido a la perfección puesto que la obra camina entre lo amargo y lo dulce. Al fin y al cabo, la vida es un zigzagueo entre ambos extremos: entre el drama y la comedia. Es un libro de la experiencia, de motivos autobiográficos dada la aparición de familiares y conocidos del autor, en perfecta simbiosis con la imaginación y la ficción, hasta formar un conjunto diagramático de lo vivido.
El libro está dividido en seis secciones y una posdata. La primera “Quédate a los títulos de crédito” ya muestra al mejor Soler: ese que maneja la ironía como pocos, sin olvidar lo trascendente. De la unión entre la acidez, en ocasiones satírica, y la jovialidad del presente, nace el verso sorpresivo, rompedor de la monotonía. En esta parte se dirige a un lector, que más bien es un yo desdoblado, un alter ego, ese “tú” necesario en la poesía dialógica, con el que plantea cuestiones desde el nacimiento hasta el descubrimiento de la vida, llena de hallazgos y prohibiciones sociales y naturales (“prohibido mirar en los cajones / morir antes de tiempo / y montar tu bicicleta”). La segunda parte, “Galería de afines y cercanos”, es la más autobiográfica de la obra; una suerte de diario poético donde el hablante lírico “nada contará si no me cuentas”, porque dialoga consigo mismo. De nuevo juega Soler con los conceptos para recordar el pasado, actualizarlo, con el recuerdo de seres impactantes como Batiste en “Te queda el mar en una jaula”.
La tercera parte, “Retrato de dos para ninguno” está dedicada al amor. La mujer está presente, pero como medio de diálogo con el mundo. El amor es una epifanía permanente, sin olvidar la expresión más precisa pero coloquial: “Cosa de dos amor lo nuestro / por terceros atados a pespunte / yo contigo / tú conmigo a veces / y del brazo encaramados los terceros”. Realmente la mirada de Soler hacia el mundo deambula entre la sonrisa y el fastidio de la imposibilidad. La cuarta, “El público siempre tose en lo mejor” es una parte donde la madurez va reinando. Juega con las palabras, acudiendo incluso a la ironía de la falta de ortografía (“bibir es beber con los que viven”) porque es necesario el optimismo, dado que la muerte está ahí, en la esquina, esperando su momento, aunque se huya de ella permanentemente. En la quinta, “¿Quién anda por ahí?”, Soler se muestra más duro con el mundo. El desencanto existe, y las impresiones de los instantes y los objetos quedan grabadas. En “Caso cerrado”, el sexto fragmento de la obra, se va cerrando la historia personal: es un punto y seguido a la autobiografía y a la visión del trascurso de la vida. Acaba con el poema “Pido el desahucio de una prórroga”, y con la estrofa “pero la muerte muerta / nunca”. Es necesario trascender, es necesario vivir incluso después de la muerte, en un empeño vitalista muy tejido a lo largo de la obra. Y la “Posdata” es la esperanza en que “otra luz exista”. Debe existir algo más, pero habrá que dudar de ello, para poner la rúbrica con un verso surreal: “esa ventaja nos llevan los azules”, en referencia al mar.
Si me obligan a elegir una estrofa del poemario, me quedo con esta por su carácter sentencioso plenamente acertado:
Nacerás cuando ames
y por amado tomarás posesión de cuanto venga
con esa solvencia del que ignora
que habla por él un ignorante

Desde luego que el ignorante suele hablar con una solvencia abrumadora en todos los ámbitos. El problema para él es la razón. Razonar no significa tener razón, y por ello el ignorante acaba ignorado. Pero ese ignaro parlanchín se ha adueñado del discurso social actual, con la connivencia de la autoridad competente en la materia al optar por la dejación de funciones ciudadanos. Luego, no nos quejemos de soportar la mediocridad del ignorante como discurso dominante. ¿Pero no es cierto que una estrofa grabada en el lector da carta de existencia a todo un poemario? Ahí radica el mérito de la buena poesía: en esculpir dentro del cráneo del lector la genialidad. Es lo que le queda al lector… y al autor.
Ácido almíbar de Rafael Soler es un gran poemario. Sorprendente, ingenioso, inductor a la reflexión, personal, donde lo autobiográfico interesa al lector por su ingenio y un perfecto manejo dialógico entre un ego y otro que es parte complementaria del mismo, a veces representado por el pronombre y en otras ocasiones por el propio significado de los versos. No es una poesía de sensaciones, sino de carácter: vigorosa y nutriente. Como es el propio Rafael Soler.
José Vicente Peiró